No parece que haya servido de mucho la durísima prueba a que fuimos sometidos en 2020 y, un año después, las cosas parecen igual que cuando en vísperas de fallas, sin que nadie lo esperase ni, mucho menos, estuviese preparado, se desencadenó tan formidable desastre. Y así seguimos. Esperando que escampe para salir a coger caracoles.
La cuestión ahora, tras haber dejado pasar el invierno, es que se permita un aforo que haga asumible la celebración de festejos. El mundo del toro sigue sin financiación externa, sin esponsorización alguna y sin más recurso que la taquilla. Y, por si faltaba algo, se sigue permitiendo que la sociedad se distancia más y mas de la cosa taurina.
Los medios de comunicación generalistas ignoran casi totalmente a este espectáculo -el segundo en número de espectadores en España, ojo, que no es dato menor- sin que nadie tome cartas en el asunto y se decida, al menos, a intentar resolver la cuestión, que es grave y preocupante. Porque, por otro lado, la política parece que considera más rentable en cuestión de votos el dar carnaza a los radicales que insultan, despotrican, insultan, amenazan y mienten -sin base ni conocimiento alguno del tema- y hace poco, o nada, por echar una mano. Y aún son muchos los que prefieren que no se mezclen conceptos y cada cual vaya por su lado, sin comprender que ahora mismo hace falta apoyo, y mucho, institucional para salir del atolladero. Nadie quiere mojarse, nadie quiere quedar señalado y al final somos todos los que nos empapamos y todos los perjudicados. Se está estigmatizando descarada, gratuita y vilmente a la fiesta nacional. Y se está llegando a un punto que lavarle la cara va a resultar muy complicado.
Ahora estamos con el tema de los aforos. Patata caliente que nadie, a nivel político, parece querer comerse. A ninguno interesa que le reprochen algo que puede costarle el chollo.
Es la poltrona el bien más cotizado y a ver quien se la juega. Pero para otro tipo de espectáculos parece no haber caso. Los teatros, aun con restricciones, están abiertos; y el cine igual. No digamos los supermercados y centros comerciales... Ah, pero las plazas de toros, no. Ahí hay que ir con mucho tiento, no vaya a ser que nos salpique. Se autorizan aforos ridículos -doscientas personas como máximo en una región, cuatrocientas en otras, ochocientas en la Comunidad Valenciana...- que, en la práctica, significan la prohibición para dar toros y la ruina para el sector. Ya se han cargado el turismo, la hostelería va en camino y los toros detrás.
Se ha publicado una suerte de combinaciones para Sevilla, dicen también que un tanto fantasiosas y sin respaldo oficial, que dependen de que se permita en La Maestranza una asistencia de, como mínimo, la mitad de su aforo. Pues con el ejemplo de Extremadura o Castilla La Mancha, vamos listos. O viendo cómo se las gastaron el año pasado en cuanto hubo una queja por la corrida de El Puerto queda poco margen para la esperanza.
Entre que todo depende de que la gente pase por taquilla -por que no hay otra vía de ingresos-, que el personal prefiere seguir aferrado a cargos o carguillos que sólo conlleven beneficios pero no responsabilidad y que quien tendría que dar la cara se dedica a tirar líneas, escurrir el bulto y adornarse con largas y afarolados de cara a la galería pero nula efectividad, el negocio taurino languidece, la afición se cansa y deserta y nos abocamos a otra temporada de mínimos que puede ser peligrosísima.
Eso sí, los faroles, puro embrujo ¡Qué arte!
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