Javier Lorenzo
La balanza se inclinó a su favor. La inclinó el mismo Garrido a base de chequera. Trescientos mil euros más por encima del mínimo exigido, después de que tanto Matilla como Alberto García doblaran la oferta por encima de los 300.000 euros, mientras que Antonio Barrera y Chopera se quedaron en los 265.000 euros. Así las cosas, la que menos se disparó por encima de los cien mil euros del mínimo exigido. La administración, en este caso la Diputación de Valencia, como hace poco sucedió en una situación parecida en el Ayuntamiento de El Puerto de Santa María, tan contenta con la “generosidad” del toreo.
“Hemos ido todos a quitarnos la cabeza”, decía uno de los perdedores en El Mundo. Y todo viene a resumirse en el disparate en el que está convertido el toreo, en todos sus órdenes. Por ejemplo, esas mismas empresas prefieren romper la hucha antes que hablar entre ellas para no degollarse entre sí y repercutir, por ejemplo, esas mismas cantidades muy lejos de los mínimos, en una bajada en el precio de las entradas para el aficionado. “El toreo es un espectáculo caro”, argumentan generalmente. Y más caro que lo hacen ellos... ¿Cómo se pueden atrever ahora a mantener los precios desorbitados que tienen las entradas de toros? El espectador seguirá siendo el que pague de su bolsillo. Y al que seguirán sin tener en cuenta.
En tiempos de pandemia los precios del espectáculo taurino no se han ajustado ni se han reducido a lo que había antes de la aparición del virus. El bolsillo del aficionados está igual de debilitado que el del resto de los mortales. Los toreros, aceptan, aunque se quejen, que tienen que bajar los honorarios por vestirse de luces y jugarse la vida; el precio del toro bravo entró en precios irrisorios y casi desconocidos —porque si un ganadero los da a 5 no falta los que los dan a 3 con tal de quitarse los toros de en medio—. Y las empresas abusan de esa situación crítica y desesperada que atraviesa el campo. A todos le repercutió la pandemia en busca de mantener el espectáculo o de hacerlo despertar del mal sueño. Mientras, en el aficionado nadie piensa. Nadie repara en bajar los precios para que la Fiesta siga teniendo clientes. ¿Para qué pensar en quien mantiene el espectáculo? El contrasentido del toreo.
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