"..El toreo es, entre otras muchas cosas, una indagación, un dialogo compartido entre el torero y el ganadero, cuyo tema es el toro que se está lidiando. Y como el resultado de dicho dialogo es el toreo, quien termina por aprobar la evolución de la bravura y el toreo es el público, el otro autor de la tauromaquia.."
Reivindicar al ganadero
José Carlos Arévalo
Hay varias, no muchas, historias del toreo. Pero ninguna de la bravura. Puede aducirse una explicación: el trabajo del ganadero es a puerta cerrada, en el campo, sin constatación pública. Por supuesto, el argumento es insuficiente porque el toro actúa en la plaza, y la crítica, paso a paso, habría podido levantar acta de la deslumbrante evolución de su comportamiento. Y no lo hizo.
¿Se podría trazar el largo proceso que va de su primera movilidad, mitad huida y mitad ataque, y de sus primeros encuentros con los capotes, entre el derrote y la estampida? ¿Se podría haber consignado la transformación de dicho derrote en embestida, en la corta, alta, defensiva embestida que preponderaba a finales del siglo XIX? Habría sido posible si la reseña del juego de los “toros célebres” registrada por la literatura taurina hubiera descrito cómo el toro embestía a los engaños. Pero los cronistas de antaño solo se fijaban en el número de caballos muertos y en la épica de la combatividad del toro en los tres tercios. Y tan lamentable ceguera impide hoy una puntual historia sobre la conversión del agresivo toro ibérico en el toro bravo de lidia que hoy se disfruta en las plazas.
Por eso siempre he pensado que la revolución belmontina, descubridora de los tres tiempos de la embestida, acometida al cite, conjunción en el embroque y persecución del engaño hasta el remate de la suerte, forjados por los tres cánones de parar, templar y mandar, fue posible porque el toro ya llevaba dentro esa embestida completa. El mérito de Belmonte consistió en inventar el toreo que la reveló. Y así lo consignó la historia. Pero de la laboriosa y genial obra genética que había creado esa inaudita prestación de la bravura descubierta por el genio de Triana, la historia de la tauromaquia no ha dicho nada respecto a su coautor: el ganadero.
El toreo es, entre otras muchas cosas, una indagación, un dialogo compartido entre el torero y el ganadero, cuyo tema es el toro que se está lidiando. Y como el resultado de dicho dialogo es el toreo, quien termina por aprobar la evolución de la bravura y el toreo es el público, el otro autor de la tauromaquia. Así, sobre la obra creadora del ganadero inciden tres factores: La idea que él mismo tiene de la bravura, la opinión de su catador, el torero, y la aprobación de su consumidor, el público.
La singularidad del ganadero de bravo solo se asemeja a la del viticultor/bodeguero, dos artistas agropecuarios: uno de la bravura y sus diferentes versiones; el otro, de una amplia gama de sabores vinícolas. El ganadero de bravo es un genetista empírico que no científico, y de alguna manera el pionero de las leyes mendelianas de la herencia genética de los caracteres y la morfología de animales y plantas. Anterior a la obra de los genetistas ingleses y holandeses con el vacuno de carne y leche, el ganadero de bravo especuló, mediante la tienta, con la cruza del bovino agresivo de la península Ibérica, gracias a un arte combinatorio entre los caracteres comportamentales de los progenitores. Su gran faena, además de otras también determinantes, es el enlotado, su inteligencia e intuición para seleccionar, por la especificidad de su bravura, las vacas que cada añada deben ser cubiertas por un semental. Un trabajo selectivo que predice y corrige, extrema o contiene, el camino a seguir por la bravura de su ganadería. La suma de la obra llevada a cabo por los ganaderos, generación tras generación, ha dado los siguientes logros:
En la zootecnia. Ha conservado la variabilidad genética más alta: la de la ganadería de bravo es superior a la del resto de todas las razas bovinas juntas. Según el doctor Cañón, eminente catedrático de la Universidad Complutense, la raza de bravo es una meta raza. Sin duda la más emparentada con el Uro, como lo demuestra su mapa genético. Y es posible que la multicentenaria selección ganadera sea la inconsciente autora de variantes anatómicas como la doble circulación coronaria del toro bravo con respecto al resto de los bovinos, que lo protege del infarto durante la lidia, o su menor amígdala cerebral, que estimula su agresividad, o su mayor córtex del cerebro, que lo faculta para el combate; así como la optimización de su potente sistema neuroendocrino, que bloquea su dolor y palía su estrés y estimula su agresividad con rápida eficacia en los tres tercios de la lidia. El toro de lidia es, posiblemente, la creación más intensa que el hombre ha llevado a cabo en el mundo animal, un maridaje entre la naturaleza, la agresividad innata del toro ibérico, y la cultura, las prestaciones de la bravura introducidas por el hombre para su acoplamiento al toreo.
Fotos: Alberto Núñez
En la ecología. Hace unos trescientos cincuenta años se produjo un hecho único en el mundo occidental: la creación humana de un hábitat para un animal asilvestrado, el toro bravo, que le permitió conservar y perfeccionar su ecosistema bajo un régimen de libertad vigilada y dirigida a distancia. Se trata de un extraño caso que comprende al toro como un animal doméstico no domesticado, en el que la colaboración entre hombre y toro es todavía más insólita. Porque en ese hábitat compartido, el toro no es un receptor pasivo. Su peligrosidad lo convierte en guardián del territorio, defendiéndolo de pirómanos y furtivos; en su conservador, pues hollea las praderas y ramonea los arbustos para prever los incendios estivales; y en cooperador económico con la venta de su bravura, de modo que el sacrificio del 6’7 por ciento de su población anual mantiene el equilibrio demográfico de la población bovina y aporta gran parte de los ingresos necesarios para el mantenimiento de la dehesa y de su carga ganadera.
El hábitat del toro es un paradigma ecológico. Su espacio vital, en España, es de 1’6 cabezas de ganado por hectárea. Segmentado en grandes cercados (vacas y sus crías; becerros y erales; novillos y toros, toros de saca), los animales cumplen en el campo bravo todas las edades propias de su especie, incluso el toro de saca, que se lidia cuando ha alcanzado su cumbre biológica, siendo los más longevos el semental y la vaca matriz.
La ganaderías de bravo ocupan 400 mil hectáreas de la península Ibérica, que son sumideros de CO2 y exportadoras de oxígeno, refugio de otras especies silvestres en peligro de extinción y cuando albergan acuíferos, paradas estacionales de aves emigrantes. En definitiva, un paraíso ecológico que afirma al ganadero de bravo como un paradigmático ecologista práctico.
Fotos: Alberto Núñez
En la tauromaquia. Las prestaciones de la bravura han hecho del toro un actor básico del drama taurino. Su comportamiento en la lidia ofrece al espectador tres lecturas de su comportamiento. La etológica, que descubre sus caracteres individuales en los tres tercios; la artística, por sus prestaciones al arte del toreo; y la mítica, porque en el ruedo el toro se convierte en el destino del hombre que torea. No en vano el toro bravo es el único animal con nombre propio, heredado por línea materna desde hace cientos de años. De hecho, para el aficionado, la bravura es el alma del toro bravo. Un animal mítico, cuya identidad desborda lo estrictamente zootécnico.
El criador y creador de este superbovino es el ganadero de bravo. Un increíble artista agropecuario, sin embargo severamente enjuiciado por aficionados que lo deprecian porque no tienen en cuenta el desequilibrio en contra del toro con que hoy se plantea la suerte de varas. Si la suerte de varas se planteara como hace cien años, seis erales actuales acaban en una tarde con la potente cuadra de caballos de Madrid. Director de una explotación ganadera que, por su nómina de personal y su facturación tiene la envergadura de una pyme, no merece de las Instituciones un trato conforme a su aportación a la fauna universal. Afirman ilustres genetistas que en la hipótesis de que desaparecieran todas las razas del bovino sin joroba, todas se podrían reconstruir con el ganado bravo, tal es su variabilidad genética. Pero la talla subcultural de algunas autoridades, alimentada por el analfabetismo animalista, es lamentable. Por ejemplo, la del actual ministro de cultura, que pretende la prohibición de la tauromaquia, lo que significaría la extinción de la raza de lidia. O la de los diputados europeos de Podemos, que pretendieron excluir a la vaca brava de vientre de las subvenciones de la PAC.
Hay que reivindicar al ganadero de bravo, coautor de la corrida de toros. Al menos, los aficionados debemos hacerlo con justificada contundencia. Si la raza de lidia fuera una creación anglosajona otro gallo nos cantara.
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