El escritor Miguel Aranguren ahonda en la Fiesta desde sus orígenes en ‘Toros para antitaurinos’.
Toros para antitaurinos: «A más prohibiciones, más se rebela la parte sana de la sociedad»
Cosecha del 70, mientras escribía 'Toros para antitaurinos' (Homo Legens), Miguel Aranguren volvió a ser el chiquillo que se sentaba en la andanada del 9 de la mano de su abuelo. «En cuanto aquellos ojos de niño vieron el escenario de colores de la plaza, de alguna manera supe que ese era mi lugar». Y desde los doce años es abonado en Las Ventas, ahora en el 7.
—¿Se siente identificado con ese famoso tendido?
—No, en absoluto. Cuando conoces a un torero y entiendes que el miedo no es una leyenda, que no se va ni con la experiencia ni en una plaza de tercera, das mucho mérito al hombre que se pone delante de un toro. Una de las cosas que me planteo en el libro es la siguiente: una persona que sale todos los días de la plaza con la sensación de que le ha estafado el ganadero, el torero, la empresa, y hasta la cuadra de caballos, ¿para qué repite en esa ‘estafa’ reincidente? Hay gente para la que debería revisarse el derecho de admisión.
—También hay grandes aficionados.
—Por supuesto. Y algunos que gritan con ocurrencia y unos toques de casticismo y de humor muy buenos.
—¿Es caprichosa la capital en la bendición de toreros?
—Tiene un fenómeno muy curioso y es que encumbra al torero humilde. Si no triunfa o son triunfos esporádicos, le siguen poniendo una alfombra roja, pero en el caso de que le sirva para reivindicarse y empezar a hacer dinero, en dos temporadas lo convierten en enemigo.
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—¿Por qué el título de ‘Toros para antitaurinos’?
—No deja de ser un guiño en estos momentos en los que la sociedad está tan polarizada, con unos enfrentados con otros. Somos testigos de cómo los antitaurinos, sobre todo los que tienen el antitaurinismo como ideología, son incapaces de dialogar. Mientras los aficionados los tratamos con desinterés, ellos son provocativos, insultan y atacan.
—¿Qué necesita la Fiesta?
—Lo que no necesita es confrontación. Es imposible llegar a un acuerdo porque el arte no es una cuestión de acuerdos; lo que hay que hacer es explicarlo. Me encantaría que los antitaurinos que leen y están dispuestos a reflexionar se acerquen a la Fiesta, no necesariamente yendo a la plaza, sino a través de un libro, y después emitan su juicio.
—Con la que está cayendo, ¿se avecina la censura de las obras taurinas?
—Es posible, porque la censura es muy propia de las civilizaciones en declive. Es una especie de autodefensa, un ‘morir matando’. Sin embargo, a estas alturas, censurar provoca una mezcla de tristeza y risa. Lo interesante es que, a más prohibiciones e imposiciones, más se rebela la parte sana de la sociedad, que quiere ser libre y respetuosa con los demás. Este rechazo impositivo despierta curiosidad, especialmente en los jóvenes que quieren saber qué es lo que causa tanto rechazo.
—El empresario de Las Ventas dice que Urtasun ha puesto más de moda el toreo entre la juventud.
—Posiblemente. Además, hay otro elemento interesante: lo normal es que haya un contagio desde Madrid hacia el exterior, hacia las otras plazas de España, y ojalá que los pueblos y las ciudades pequeñas y medianas vuelvan a recuperar lo que forma parte de la tradición de generaciones y generaciones. No ha habido nada más antinatural y antihistórico que la desaparición de la Fiesta en los lugares donde precisamente tiene mayor arraigo, que son las localidades pequeñas.
—¿Se puede entender la ciudad sin el campo?
—Desde la ciudad se desconoce el campo, pero el espectador que se acerca al mundo del toro descubre que el origen está en la dehesa. La fuerza y la mirada deben dirigirse allí, porque esas fincas están vinculadas a las localidades cercanas. Es una forma de devolver protagonismo al origen.
—¿Debería evolucionar el toreo?
—No lo creo. El toreo es un espectáculo que apenas ha cambiado desde sus orígenes, y cualquier intento de adaptarlo al presente es peligroso y desvirtúa su esencia. No se puede conciliar el toreo con el hoy y el ahora.
—¿Qué representan los toros?
—Los toros son reflejo de la vida, de la espiritualidad, de la Historia de España. Son arte efímero que inspira obras perpetuas. La tauromaquia contiene la vida misma y la muerte.
—¿Cómo ve que la tauromaquia dependa de un ministro antitaurino?
—Lo ideal sería no saber ni el nombre de los ministros. Son servidores públicos, no figuras ideológicas. Si alguien en un cargo público utiliza su posición para imponer ideologías, refleja un problema de nuestra sociedad.
—¿Tendría un encuentro con él?
—Estoy convencido de que el ministro es un buen conversador, con conocimientos culturales. Una conversación sana, con espacio para escuchar, hablar y guardar silencios, puede llevarle a entender que aquí cabemos todos.
—Su libro, además de toreros apuntes, combina datos y una manita de relatos como cinco quites de arte. ¿Por qué esa estructura?
—Soy novelista y mi deseo era escribir una novela sobre toros. Sin embargo, enseguida me di cuenta de que el rico vocabulario de la tauromaquia exige aclaraciones constantes. Así surgió la idea de un texto más explicativo, que abarcara desde el origen en el campo hasta las tauromaquias populares.
El libro está salpicado de bellos apuntes del autor de la obra / MIGUEL ARANGUREN.
—Repasa la historia a través de más de cien intérpretes del toreo. ¿Qué leyenda le ha impactado más?
—Toda persona que se viste de luces, con seriedad y con responsabilidad, para mí es un héroe. Es un héroe porque está totalmente fuera de tiempo, un hombre que se gana los garbanzos ofreciendo su vida para crear una ilusión que contemplan miles de personas, que puede parar el tiempo, que puede convertir una fiera salvaje en un colaborador. Recuerdo acercarme desde niño a los toreros con reverencia, porque encarnan valores humanos admirables. Tienen historias de renuncia y de superación que deberían enseñarse en colegios y universidades.
—¿Qué torero actual le lleva a recorrer kilómetros?
—Ruiz Muñoz. Es un torero especial, además de amigo, que atraviesa una situación personal durísima: su esposa lleva un año en coma. Él es padre, madre y cuidador. Todo ello mientras persigue su pasión por la tauromaquia. Y ojalá triunfe.
—Este libro lo prologa Diego Urdiales. ¿Se identifica con su concepto?
—Sí, con su toreo puro y eterno. Es un hombre prudente, discreto y muy ligado a su tierra. Además, su historia es un ejemplo de lucha contra un sistema complejo y a menudo injusto.
—¿Es más complicado vivir del toro o de la literatura?
—Difícil respuesta, pero tal y como está el negocio taurino, que a veces es un pozo oscuro, si un chaval me dice que quiere convertirse en torero, yo le diría que se pusiera a escribir libros…
—Invite a alguien a cortarse la coleta.
—¿Cortarse la coleta? ¡A Pedro Sánchez! Sin duda.
—¿Crecerse más ante el castigo?
— Mi madre, Ana María.
—Pida «música, maestro», para..
—Mi mujer, Mayra.
— Un ejemplo de vergüenza torera.
—Cualquier torero que supera una cornada, especialmente en el sentido psicológico.
—¿En qué le falta al mundo taurino coger al toro por los cuernos?
—En un mayor control del negocio, sobre todo en evitar que esté manejado casi exclusivamente por herencias familiares.
—Si tuviera que tomar el olivo, ¿quién le provocaría dar ese salto?
—Un político prohibicionista.
—¿Con qué obra de arte se recrearía en la suerte?
—Aunque pueda parecer tristón, me encantaría ver una faena de Antoñete en Madrid bajo los arpegios de Leonard Cohen.
—¿Un libro de literatura taurina?
—Sin duda, el Belmonte de Chaves Nogales. Y, por romper un poco con el tópico, también me marcó mucho la biografía de Paquirri de José Antonio del Moral y José Carlos Arévalo.
—¿Su película taurina favorita?
—Currito de la Cruz. Ver a Pepín Martín Vázquez es una auténtica delicia.
—¿Algún momento de «hoy salgo por la puerta grande o por la enfermería»?
—Esta entrevista podría ser un ejemplo (risas).
—A lo Chenel: pronto y en la mano…
—Mi mujer, durante todo el tiempo de elaboración de este libro, me ha preguntado infinidad de veces cuándo lo iba a terminar. Y la cuestión es que me vi forzado a poner el punto final, porque la tauromaquia no tiene fin: lo salpica absolutamente todo.
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