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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 21 de diciembre de 2015

Vicente Aparicio, un hombre bueno / Por Paco Delgado

Aunque parezca y suene a tópico, Vicente Aparicio era, por encima de cualquier otra consideración, un hombre bueno. De los que ya no quedan tantos.



"...Se nos ha ido uno de los mejores mozos de espada que ha dado Valencia, al margen de ser una extraordinaria persona, serio, servicial, formal, atento y trabajador como él solo. Y aunque parezca y suene a tópico, Aparicio era, por encima de cualquier otra consideración, un hombre bueno. De los que ya no quedan tantos..."


Vicente Aparicio, un hombre bueno

Se despide el año de manera convulsa, con nuevos ataques por parte de esa pequeña pero feroz jauría antitaurina, jaleada por distintos partidos -también pequeños pero igualmente feroces- y apoyada por la pasividad -interesada- de otros partidos -más grandes pero igual de peligroso cuando andan a la caza de votos- que, como la tropa dirigente del negocio taurino, no hacen nada y miran hacia otro lado, dejando que sea el aficionado quien tenga que pelear, solo y desamparado.

En Valencia, donde sopla este viento de Levante, diciembre trae sensaciones agridulces. Por una parte se demuestra - se vuelve a

demostrar- que la gente quiere toros, por más que la clase política - por acción u omisión- se empeñe en lo contrario y las distintas asociaciones, siempre de aficionados, se han movilizado y reaccionan contra los últimos atropellos. Esperemos que estos esfuerzo sirvan al fin para algo.

Pero, por otra parte, el último mes del año nos deja de luto y se lleva a una gran persona. No fue un matador brillante -ni siquiera lo intentó, a diferencia de la inmensa mayoría de los que andan metidos en el mundillo taurino-, ni un apoderado de campanillas. Ni un ganadero de prestigio. Ni empresario más o menos influyente. Fue, ni más ni menos, mozo de espadas. Y me refiero a Vicente Aparicio, fallecido el pasado día 10, cuando contaba sólo 67 años de edad y tras luchar mucho tiempo contra un cáncer que se ha demostrado invencible.

Aparicio, como era conocido por todo el mundo, era hijo de otro mozo de espadas que sí quiso ser torero y actuó con frecuencia en festejos menores por la zona de Valencia y Barcelona, donde, ya ven, existía un extraordinario ambiente y muchas más posibilidades de abrirse paso. No hubo suerte y el padre de nuestro hombre optó por servir los trastos a sus compañeros, colocándose pronto como ayuda y luego como mozo de espadas de diestros como Litri, Curro Girón o Paco Camino.

Vicente hijo siempre tuvo claro que él no había nacido para ponerse al otro lado de la barrera, por lo que siguió los pasos de su progenitor y desde bien joven, con 14 años, se colocó, primero como ayuda y luego como servidor de espadas, con los hermanos Girón, en cuya casa había logrado confianza su padre. Fue a las órdenes de Curro, César y Efraín, de los que admiraba el respeto que profesaban a todos los miembros de su cuadrilla, no permitiendo, por ejemplo, que, cuando estaban de viaje, se empezase a comer o cenar sino estaba presente hasta el ayuda, al que dispensaban la misma consideración y trato que a sus apoderados. Muchos fueron los años que estuvo con ellos, admirándose, por ejemplo, de la severidad con que les reprendía su madre -que no solía perderse sus actuaciones, aposentada en una barrera y despachando enormes habanos- si las cosas no habían salido conforme ella quería, o sea, perfectas.

También de aquella época contaba la anécdota -una de las tantísimas que protagonizó el gran Bojilla- de cuando, tras una tarde desafortunada de César, su banderillero, ya en el coche de cuadrillas, le espetó, todo serio y enfadado: “¡matador, está usté despedió!”.

Fue después con Palomo Linares, otro ejemplo de profesionalidad, sin dejar nunca nada al azar, con la práctica mayoría de los novilleros y matadores valencianos de su tiempo y, en los últimos años, con Gregorio de Jesús, con el que estuvo durante toda su carrera y de quien admiraba su impavidez para enfrentarse a los toracos que le elegía su propio padre y su facilidad para poderles, sorprendiéndose - y quedando defraudado- de que su capacidad no le sirviese para llegar mucho más arriba.

Se nos ha ido uno de los mejores mozos de espada que ha dado Valencia, al margen de ser una extraordinaria persona, serio, servicial, formal, atento y trabajador como él solo. Y aunque parezca y suene a tópico, Aparicio era, por encima de cualquier otra consideración, un hombre bueno. De los que ya no quedan tantos.

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