Es posible, claro, y se ha logrado por épocas y sitios. Penalizar la fiesta, la solidaridad, la esperanza, la imaginación, la belleza. Desvirtuar la virtud, culpar la inocencia, violentar la razón. Gobernar el pensamiento, el lenguaje, la memoria, la tradición, la historia, la moral. Condenar la curiosidad, la ciencia, la crítica. Negar la realidad, la libertad, el sentimiento, la dignidad.
Amarrar la cultura, la elección, la costumbre. Obligar a vivir sin apego, sin felicidad, sin humanidad, uno tras otro, trabajo tras trabajo, bocado tras bocado, como los insectos. Vegetar en presente, ordenados, ausentes.
Sí, es posible vivir así, animalizados, porque todo lo que nos hace humanos es naturalmente prescindible. Lo que no es posible, por más que se pretenda, es aceptarlo sin dejar de ser lo que somos.
“No sé para qué sirve la poesía, pero sí sé que es imprescindible” Alegaba Jean Cocteu, aficionado a toros y toreros, además de poeta, dramaturgo, escritor, crítico de arte, ensayista, pintor, director de cine y diseñador.
Anteayer, el Concejo municipal de Mont de Marsan votó una moción a favor de la diversidad cultural y la libertad, en protesta contra el antitaurino proyecto de ley Caron que cursa en la Asamblea Nacional de Francia, por contener una “ideología antihumanista, discriminatoria, borradora de culturas populares y de instituciones”.
Y el alcalde Charles Dayot, se sumó declarando:
“Pedimos al Gobierno que proteja las muchas culturas y sectores amenazados por el antiespecismo radical cuyo portavoz en la Asamblea Nacional es el diputado Caron que, después de las corridas de toros, desea prohibir cualquier forma de interacción con el animal, como la cría, la caza, la pesca, el consumo de carne, la equitación, las mascotas en la ciudad…”
No solo en América el autoritarismo animalista cuece sus habas.
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