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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 14 de abril de 2025

La cruz del ateo / por Alfonso Ussía


'..De vivir ahora, y no albergo la menor duda, Tierno Galván se habría situado entre los defensores de mantener en pie la Cruz más alta del mundo, la del Valle de los Caídos, custodiada por los monjes benedictinos, que los socialistas, comunistas e independentistas de ahora sueñan con derribar..'

La cruz del ateo
Alfonso Ussía
Don Enrique Tierno Galván era ateo. Un sabio sin Dios. Sin hacer especialmente algo, ha pasado a la historia como un excepcional alcalde de Madrid. Era un socialista intelectualmente incapacitado para el rebaño. Tuve con él un encontronazo. Se precipitó peligrosamente acusando a individuos de la ultraderecha de ser los autores de uno de los atentados más crueles y con más víctimas en Madrid, el de la cafetería California 47. Poco después de la metedura de pata de don Enrique, la ETA reivindicó la bomba, el fuego, el humo y la sangre de sus muchas víctimas. Le escribí en Sábado Gráfico un doble soneto descalificador. El fiscal general era el ucedista Fanjul Sedeño, un buen jurista ideológicamente despistado. En las dulces elecciones a procurador que coincidieron con el genial invento de Mingote de su candidato «Gundisalvo» —Por Madrid, vota a Gundisalvo—, se presentó con un mensaje que no caló en el conservadurismo liberal. «Vota Eficacia, vota a Fanjul». Y escribí algo que Fanjul guardó en su cajita de resentimientos. Y sin que Tierno Galván lo solicitara, me interpuso una querella criminal desde la Fiscalía, de la que fui absuelto gracias a la brillantez expositiva de don José María Stampa Braun, que demostró que el animus iocandi sobrevolaba al animus injuriandi en los versos. Todo un fiscal general dedicado a eso. Fui invitado a una recepción en el Ayuntamiento de Madrid de los Reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía, y Tierno me saludó cordialmente. Era un gran cínico, pero siempre educado. «Ay, mi estimado joven Ussía, qué sonetos tan bellos en la forma y tan duros en el fondo me ha dedicado. Mucho me alegra que haya sido absuelto».

Sus bandos fueron antológicos, y se reúnen en libro. Despreciaba al PSOE —son unos chicos sin formación—, y a su primer teniente de alcalde, Juan Barranco, del PSOE le llamaba 'Juanito Precipicio'. Recibió a Su Santidad —nunca mejor dicho—, Juan Pablo II en latín, y su sombra volaba de un lado de Madrid al otro sin darse importancia. Cuando falleció, Pilar Miró fue la encargada de organizar su entierro, que resultó excesivo a todas luces, y Pilar Urbano, la periodista del Opus Dei, en nombre de la cristiandad le recomendó que rezara para «darse un empujoncito y llegar al Cielo», pero don Enrique no estaba con humor para darse empujoncitos.

El día que tomó posesión de su despacho en la Plaza de la Villa, los pelotas de su equipo, retiraron en su presencia el crucifijo de su mesa de trabajo. —No, dejadlo ahí. La Cruz es un símbolo de paz y me gusta tenerla en mi cercanía—. 

Fue el autor intelectual del Madrid de la Movida, y en las siguientes elecciones barrió al candidato de Alianza Popular, que no era otro que Jorge Verstrynge. Mientras Verstrynge decía tonterías en los mítines, Tierno bailaba el chotis con Flor Mukubi, Miss Guinea Ecuatorial, y se fotografiaba con Susana Estrada con las tetas al aire.

Pero vuelvo a la Cruz. De vivir ahora, y no albergo la menor duda, Tierno Galván se habría situado entre los defensores de mantener en pie la Cruz más alta del mundo, la del Valle de los Caídos, custodiada por los monjes benedictinos, que los socialistas, comunistas e independentistas de ahora sueñan con derribar y convertir el inmenso símbolo de la paz y sus instalaciones en un parque temático. Y también convencido de que, de ser declarado Bien de Interés Cultural para que permanezca inalterable el espíritu de paz y concordia que ofrece su presencia en Cuelgamuros, no habría dudado en hacerlo. Se trata de una suposición, porque esa declaración no corresponde al alcalde de Madrid sino a la presidencia y consejeros del Gobierno de la Comunidad.

No, dejadla ahí. Es un símbolo de paz.

Era, siempre a su manera, ateo y socialista.

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