Por Rafael
Los toreros, que a veces parece que están hechos de otra pasta, son personas que lo dan todo por una ilusión, por una forma de vida, por una pasión y que son capaces de dar en cada tarde hasta su propia vida.
A lo largo de su vida profesional, los toreros pasan por muchos momentos buenos y también malos, que tienen que superar viniéndose arriba, como dicen ellos. Momentos de dudas, de desilusión, de miedo, de inseguridad... Pero algo que caracteriza a los toreros es su capacidad para pasar de lo malo a lo bueno convirtiéndolo en ilusión, seguridad, valor, triunfo... Es decir, en la gloria del toreo.
Pero los toreros, cuando entrenan en el campo, ese lugar donde nadie los ve, donde sus pensamientos e ilusiones se hacen aún más fuertes esperando el día señalado en el calendario por el que merece la pena hacer todos los esfuerzos, no están solos. Siempre tienen una compañía especial, quizás la más especial de todas. Una compañía que ellos mismos piden en muchas ocasiones para que les ayude y les guíe en todo momento: Jesucristo, El Señor, El Padre, Dios. Para los toreros es una compañía que se hace amigo cuando tienen que partir desde su ciudad a otra para expresar todo lo que llevan dentro, su toreo.
Cuando llegan a esa ciudad de destino en la que tienen que torear, hay un rito en el que el torero se encomienda a ese Ser que tanto le acompaña y le ayuda. Le reza para que todo salga bien, para que sea un día especial y que todo el esfuerzo realizado anteriormente se convierta en alegría, gloria y triunfo. Para ello, la mayoría de los toreros ponen en su misma habitación de hotel una pequeña capilla con las imágenes que normalmente les regalan o a las que ellos tienen más devoción, pero que al fin y al cabo es la misma para todos.
Una vez en la plaza, van a la capilla y siguen rezándole para quizás recordarle lo que le han pedido anteriormente en su habitación. Y es que esta es una compañía muy importante para ellos, les hace fuertes en muchas ocasiones y es la que parece que les empuja a superar todos los obstáculos del camino.
Pero los toreros están agradecidos a toda esa ayuda, a esa compañía tan necesaria. La forma de decir gracias se puede ver año tras año en la Semana Santa cordobesa, más concretamente el Jueves Santo. Todo comienza desde la iglesia de San Cayetano. Sobre las 18.00 de la tarde, como si de una corrida de toros se tratase, sale a la calle la hermandad de los toreros, la hermandad de Nuestro Padre Jesús Caído y Nuestra Señora del Mayor Dolor en su Soledad. Es el momento de dar gracias por toda esa ayuda y confianza, pero también para que no les abandone en ningún momento y les siga ayudando en todas las tardes de gloria, como lo hizo en su momento Manuel Rodríguez Sánchez Manolete, que fue hermano de El Caído, al que llevó con él durante toda su vida.
Pero después de todos estos años, la hermandad de los toreros sigue saliendo a la calle y tras el paso de Cristo los toreros acompañan la figura de Jesús Caído con la cruz sobre sus hombros. Esta es una tradición en la que año tras año podemos ver al maestro Enrique Ponce junto a los hermanos Antonio y José Maria Tejero, pilares fundamentales de su cuadrilla. Además, también están presentes los matadores de toros Rafael González Chiquilín y Sergio Sanz, y el banderillero Rafael Gago año tras año.
Esta es una muestra de agradecimiento muy importante de los toreros. Estoy seguro que cada tarde en la que hagan el paseíllo, Nuestro Padre Jesús Caído estará presente para guiarles y acompañarles y que Nuestra Señora del Mayor Dolor en su Soledad cubrirá con su manto el albero de las plazas de toros para que cada tarde sea una tarde de gloria.
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