Por Bocanegra
Madrid.-Sábado 5 de Junio de 2010
Dios aprieta pero no ahoga, y Dios le pidió prestado el capotillo a San Fermín -que pronto volverá a hacerle falta- para hacer el quite a Julito Aparicio. La tragedia se asomó a la casa de su familia y la vida de su amado hijo pendió del pitón de un jabonero, sumiéndolos en la angustia y el dolor como solo el toro sabe acarrear cuando quiere cobrar el tributo de la sangre torera.
Entre la ignominia de los que persiguen con saña a la Fiesta, inmersa en una vorágine de desprecio político de los de siempre, cuando se acosa con maliciosa cobardía su esencia y pervivencia por el solo hecho de ser un símbolo genuino español, es cuando emerge el triunfo del hombre con la figura de Julio Aparicio dándole un quiebro a la muerte y salir andando de la suerte.
Ya se le ve por la puerta grande a hombros del Dr. Padrós, su imagen serena y gallarda anunciando su deseo de volver a los ruedos no correrá a la misma velocidad que aquella otra de la aciaga tarde que explotó el morbo de esta desgraciada sociedad incubadora de los más bajos instintos. No se tratará por los medios de igual modo lo que representa el triunfo del hombre cimentado en valores que solo el toreo atesora. No, no interesa.
Los aficionados de verdad y los españoles de buen corazón -que los hay- celebramos su vuelta a casa y su deseo de enfundarse nuevamente el traje de luces. En la España de la cultura de muerte el toreo aporta el triunfo de la vida, y un torero enarbola orgulloso el estandarte de la bizarría. Pocó será valorado lo ejemplar del hecho, y será mitigado sibilinamente lo ejemplarizante que pudiera resultar, pero no importa, ahí queda eso....¡torero!
Enhorabuena, Julito, y felicidades a tu familia.
Fotografía de ABC:
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