MONCHOLI, ESA GRAN VENTOSIDAD
Por Francisco Callejo
Esta pretende ser la crónica de un despropósito. La narración de una hecatombe. El acta de un siniestro. El diagnóstico de una patología.
Se llama Moncholi y es de una fatuidad insultante. Pongámonos en situación. Telemadrid es un cortijo. Un terruño carca con ribetes de obsoleto en su ajado perfil de misa de doce y vestuario de Cortefiel. La continuista gestión de una programación sin riesgos. El púlpito aleccionador de la moral de mesa camilla y la ética de la caridad. La pagoda de una España rancia y caducada que se resiste a revisar los engranajes de su inmovilismo. Una penosa versión del NO-DO, sin su lírica y sin su imaginación.
Pues bien, sobre el famélico bosquejo de sus propuestas, nada más deplorable que la emisión en directo de cualquier espectáculo de masas. Desde transmisiones deportivas, hasta la difusión de festejos taurinos, lo cetrino de su armazón técnico, adobado de la prepotencia de sus locutores, arroja como resultado un producto invertebrado y macilento.
Circunscribiéndonos exclusivamente a su perímetro taurino, el andamiaje sobre el que este se sustenta no puede ser más menguado y mohíno.Y aquí entra en escena esa pobre caricatura de Molés. Ese infame intrigante que aspira a ser el legatario del marrajo que hoy dirige los destinos taurinos de la Cadena Ser. Un pelota redomado cuyos conocimientos taurinos están a mitad de camino entre el tipismo y la memez. Un cacareador de tópicos, un transeúnte de lugares comunes, un croupier de refritos, una constante fe de erratas. Un infeliz.
El pasado 2 de junio, Telemadrid transmitió en directo la Corrida de Beneficencia. ¿Qué decir del pastiche a que se vio expuesta la audiencia que padeció este fárrago de naderías?.
Una propuesta técnica deplorable y una narración rancia, fatigosa y desinformada, contribuyeron a hacer insufrible las más de dos horas de este padecimiento con cargo al erario público. A los problemas de sonido, Moncholi los motejó como dificultades de “espectro radioeléctrico”, apelando a que las medidas de seguridad empleadas esa tarde por las fuerzas del orden público hacían interferencias en los micrófonos de Telemadrid. Micrófonos, al parecer, cedidos por el agente Torrente. Así pues, el tipo prognato ese que suele estar en el callejón haciendo preguntas impertinentes que aderezan el tópico desde lo chusco, se pasó la tarde de vacaciones. Mejor, la verdad.
En la mesa de camping desde la que se perpetraba la alocución de los comentaristas, dos provectos abuelos se abrían a ambos lados del pelma de Moncholi. Un torero que no ha sido nadie, Joaquín Bernadó, y un ganadero que no ha sido nada, Hernández Pla. Este último tomándose la licencia de llamar muchacho a un torero de la dimensión de Morante de la Puebla. Un necio, vaya.
Lo curioso de la transmisión, dejando de lado lo chabacano y grotesco de la misma, fue la encendida defensa que el babanca de Moncholi edificó entorno a ese conato de pegapases que es Cayetano Rivera. Lo tapó de tal modo, y trató de justificarlo de tal manera, que en alguno de los momentos en los que Bernadó subrayaba sus carencias, lo mandó callar sin ambages. Como si estuviera aleccionado por qué se yo, Esperanza Aguirre -imaginemos- por lo que le gusta a la presidenta el torerito de marras. ¡Quién sabe!. Aunque teniendo en cuenta su ignorancia y su escasez de escrúpulos, lo mismo lo decía de corazón. Ahora bien, lo cómico de la tarde vino en el momento en que Moncholi se creció y le pidió al realizador sacar planos del callejón, donde un centón de arribistas veían los toros tan ricamente y de gratis.
Especialmente severo se mostró con un bedel del presidente que, al parecer, retiró una cámara de Telemadrid del callejón. En un alarde de incendiaria imaginación llegó a llamar a este mandado Billy el Niño. A partir de ese instante convirtió la transmisión en un asunto personal.
Eso fue lo cómico. Lo chusco es que le sonó el teléfono móvil hasta en dos ocasiones, ¡y en las dos respondió a la llamada!. Hace falta carecer de código deontológico y respeto a una audiencia para hacer algo así. Y los abuelos cebolleta que le acompañaban, mirando al tendido.
También deseo abundar en un detalle que considero no debe pasar inadvertido. Tiene a un obeso en calidad de… De… De… Bueno, en realidad no sé en calidad de qué, que suele penar por los tendidos haciendo preguntas absurdas y a destiempo a personajes y personajillos que por allí se va encontrando. Pues bien, además de tratarlo como a puta por rastrojo, ensanchaba cada vez que ese pobre tonto útil le llamaba maestro. ¡Maestro!. A Moncholi. Hace falta ser necio. Debe ser uno de esos tristes muchachos que asisten a ese establo de aspirantes a periodistas taurinos que, a través de la facultad de Ciencias de la Información, usufructúan carroñeros de la subvención como Moncholi y su recua de lameculos.
Y como guinda, el momento en que esa ventosidad informativa que es Moncholi, en un nuevo alarde -esta vez de educación bipolar-, afeó la conducta a un picapedrero de Guadalix al que hasta hace bien poco reía las gracias y lo presentaba como el simpático Fausto. Un mastuerzo ignorante al que Telemadrid se complacía en ceder primeros planos, no muchas transmisiones atrás.
Total, un espectáculo lamentable.
Yo insisto en lo innecesario que resulta que plataformas antitaurinas aboguen por la supresión de los Toros. Me parece del todo prescindible la votación pendiente en el Parlamento de Cataluña. Incluso considero una pérdida de tiempo la recogida de firmas que aspiran a la desaparición del espectáculo.
De seguir Moncholi contaminando como sólo él y sus semejantes saben, a los Toros no les queda mucho tiempo de vida.
Señores antitaurinos, mi felicitación. Esta es la más perfecta maniobra imaginable. Colar, Dios sabrá cómo, a Moncholi en Telemadrid. Para más INRI.
Por Francisco Callejo.- Blog La Charpa del Azabache
"EL TONTO NO DESCANSA" / Cuando el doctor Moncholi no merienda...
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