Don Luís en esos años. Un tipo emprendedor
Por José Ramón Márquez
Desde el año de 1883, Don Rafael Menéndez de la Vega venía siendo el empresario de la Plaza de Toros de Madrid, unas veces en solitario y otras junto a otras personas. A finales de 1887, acuciado por las deudas que, entre otros, tiene contraídas con Lagartijo, Guerrita y el Conde de la Patilla, y viéndose obligado a buscar dinero, entra en sociedad con Luis Mazzantini, mediante la aportación de éste de la suma de 83.000 pesetas.
Dado que Mazzantini es torero en activo, tiene previsto viajar a América y no se va a ocupar de los aspectos de la gestión, nombra como apoderado o gerente de sus intereses en esta empresa a Don Manuel Romero Flores, que en temporadas anteriores había sido apoderado del torero y le había acompañado en sus triunfales campañas de La Habana. Así, desde el día primero de noviembre de 1887 comienza a explotar la plaza de Madrid la antedicha sociedad, en la que Rafael Menéndez, el empresario, cede a Mazzantini o, mejor dicho, a Romero el derecho a contratar a los toreros. De esta manera es Romero quien de una manera efectiva comienza a gestionar la plaza.
La Plaza de toros de Madrid y sus alrededores por aquellos años (Fotografía de la Ilustración Taurina. Año 1. Número 1. 04-05-1884)
A la hora de la contratación de los matadores para el abono de la temporada, ni Frascuelo, ni Cara-Ancha se avienen con la empresa, presumiblemente por razón de los dineros que les ofrecen, bastante por debajo de los que se van a llevar Lagartijo y Guerrita.
Por ello, la empresa se ve obligada a formar la base del abono de esa temporada con Lagartijo, Guerrita, Hermosilla, Currito y Lagartija; es decir con dos ‘figuras’ que se diría en nuestros días, una promesa, que es Currito, y uno de relleno apoyado por Frascuelo. Además, para enfado de Menéndez, Romero se pone al habla con ganaderos andaluces y contrata corridas de aquellas tierras dejando fuera del abono de Madrid a ganaderías clásicas del abono madrileño como Veragua, Saltillo, Muruve (sic), Conde de la Patilla, Félix Gómez y Aleas.
El cartel de Beneficencia de ese año (1888), que se celebró el 10 de junio, con 8 toros de Veragua para los diestros Lagartijo, Cara-Ancha, Espartero y Guerrita. Al ser una corrida extraordinaria si pudo intervenir Cara-Ancha, que había quedado excluido del abono.
Las sombrías perspectivas que se presentan ante Menéndez de la Vega en cuanto al resultado en la taquilla de las combinaciones presentadas por Romero Flores le llevan a solicitar, cuando se abre la venta del abono para 1888 y ante el Gobernador Provincial que el dinero resultante de la venta de los abonos sea depositado en el Banco de España o en la Caja de Depósitos para poder garantizar los intereses de la parte a la que él representaba frente a contingencias imprevistas que le pudieran suceder a su coasociado, es decir que los ingresos no cubriesen los gastos que se iban a ocasionar. Romero consigue maniobrar para que no se le obligue a firmar el depósito y esta circunstancia desencadena ya de una forma evidente las hostilidades entre los socios.
En estas circunstancias, Don Pablo Benjumea cita a Menéndez de la Vega en Sevilla y allí pone a su disposición, sin que sepamos a cambio de qué contraprestaciones, las 83.000 pesetas que este necesita para resolver su sociedad y para poder librarse de Romero Flores, pero con Mazzantini en América no se resuelve nada. Habrá que esperar a que el torero regrese a España.
El Banco de España en la plaza de la Cibeles en plena construcción (h. 1857)
A esas alturas ya se había abierto la venta del abono de Madrid, formado por nueve corridas, al mismo precio de la temporada anterior. La afición se retraía en su compra, acaso por la ausencia de Frascuelo.
Podemos estimar el retraimiento de la afición con este dato: en la temporada de 1887, para un abono de ocho corridas, el ingreso había ascendido a 52.000 duros; en 1888, para un abono de nueve corridas, la recaudación fue de 34.000 duros. Menéndez piensa que sin Romero en la Empresa, Frascuelo se avendrá a entrar en el abono y eso mejorará los números.
A pesar de los años que ya llevaba en activo, Frascuelo seguía siendo “torero de Madrid” por lo que era previsible que su ausencia del abono repercutiese en la taquilla (La fotografía está dedicada a su amigo incondicional Antonio Peña y Goñi)
La corrida de inauguración de la temporada, corrida de Pascua, con Lagartijo y Guerrita mano a mano, frente a toros de Benjumea, se verifica tras diversas vicisitudes, de las cuales la más hilarante es el cartel con el que se anuncia su aplazamiento:
Cuando Mazzantini retorna de América, Menéndez le propone devolverle las 83.000 pesetas que desembolsó el torero y que figuran en la escritura de cesión que suscribieron ambos y así resolver su sociedad, pero Mazzantini explica que lleva gastados 50.000 duros, que él salvó a Menéndez con las 83.000 pesetas cuando se estaba ahogando y que ahora que ha encontrado a otro capitalista lo que quiere es deshacerse de él y quedarse solo.
Entonces inserta en “La Correspondencia de Madrid”, a manera de explicación, un suelto en el que manifiesta que no tiene inconveniente en ceder su participación en la Empresa, no movido por fines especulativos según él mismo declara, pero a cambio de que Menéndez le abone entre 45.000 a 50.000 duros que es la suma que el torero declara llevar invertida en la Empresa.
Mazzantini aclara que de retirarse de la empresa “será cuidando de que los intereses de los señores abonados, en las nueve corridas de la presente serie, queden debidamente garantizados como lo están hoy bajo la gestión del señor Romero Flores’”
En un editorial que publica El Toreo en los albores de la temporada de 1889, señala que no creen que la Empresa:
“Con la experiencia de una serie continuada de descalabros sufridos el último año, no procure poner sus intereses en armonía con los del público, organizando las fiestas de modo que recobren el esplendor de pasados tiempos”
Nada nuevo, ¿verdad? Al fondo, los dineros. Lagartijo cobra veintidós mil quinientos reales, Frascuelo, veintiún mil reales, Guerrita, dieciséis mil. Los toros de Veragua, Saltillo, Benjumea, Conde de la Patilla y Aleas, a dos mil pesetas por bicho. Con esos dineros, la temporada, hecha de unas veinte funciones, costaría unas setecientas mil pesetas y cada corrida se pondría en unas treinta mil, por lo que se precisa un ingreso por corrida de al menos treinta y cinco mil para que aquello resulte viable económicamente.
Un “Veragua”. O sea, un billete de 1.000 pesetas de la época (el de la imagen es de 1874). Llamado así porque ese era el precio de un toro de esa ganadería.
En ese momento, con esos números tan poco halagüeños y con la manifiesta hostilidad entre las partes, Don Luis Mazantini se separa de su socio por escritura otorgada ante notario el día 19 de enero de 1889, quedándose él solo como empresa, previa entrega de 125.000 pesetas, amén de la fianza que hubo de depositar, y con Manuel Romero Flores como subarrendatario.
Se estrena el nuevo empresario con una corrida de Mazpule para Lagartijo, Frascuelo y Guerrita; al día siguiente, repite a los mismos matadores con toros del Conde de la Patilla… la plaza no se llena ninguno de los dos días.
Sin embargo, sólo un año después (1890) con la nueva empresa, la Plaza presentaba este inmejorable aspecto (Fotografía de Laurent).
A Mazzantini le cupo el honor de ser el primero que contrató toros en Madrid de la recién creada ganadería de Palha, cruce de Miura y Concha y Sierra. Se programó el día 29 de abril un mano a mano entre Lagartijo y Frascuelo.
Ése día la entrada fue mejor que los anteriores. Los dos colosos que mataron aquella corrida que tan siniestra fama había de dar a la ganadería portuguesa contaban con cuarenta y ocho y cuarenta y siete años de edad, para que luego digan. A la vista de las fatigas que le hicieron pasar los Palha, Frascuelo declara a los amigos después de la corrida: “Me he convencido de que no puedo ya con una corrida dura”.
Ese día toma la firme decisión de dejar el toreo.
El día 7 de mayo alternó el propio empresario Mazzantini con Lagartijo y con Frascuelo. Toros de Veragua. El público le demostró de forma patente su hostilidad, acaso para manifestarle bien a las claras la opinión que les merecía como empresario.
Para el 16 de junio se dio la corrida de Beneficencia. Se anunciaron cuatro toros de Solís y cuatro de Aleas para Bocanegra, Lagartijo, Ángel Pastor y Guerrita. Fue la última corrida que toreó Bocanegra en la Plaza que él mismo inauguró, pues a los cuatro días encontró la muerte en Baeza en unas circunstancias que sin duda merecerán una entrada en esta Razón Incorpórea.
En aquél año llegó a Madrid el mexicano Ponciano Díaz. El atenquense toreó el 17 de octubre, junto a Frascuelo y Guerrita, tres de Veragua y tres de Orozco. El mexicano mató a su segundo de superior estocada, aunque el estilo de su toreo resultó demasiado movido para el gusto de la afición madrileña.
Además de Ponciano, también esa tarde tomaron la alternativa sus picadores, los mexicanos Agustín Oropesa y Celso González, de los cuales chocó enormemente a los aficionados cómo herían menos, en su obsesión por salvar al caballo, poniendo más interés en dar una lanzada que en detener al toro.
Días antes de la corrida se había suscitado una grandísima polémica sobre la idoneidad de que Ponciano se afeitase el espeso bigote que portaba. Tras ella, Ponciano, el padre del toreo moderno en México abandonó España para nunca regresar.
Ponciano con su espeso bigote.
El año de 1889 vio además las alternativas del valenciano Fabrilo con Miuras, del sevillano Tortero, en la corrida de Pablo Romero de ese año, de Zocato con toros de González Nandín y de Torerito con toros de Murube y Anastasio Martín.
Enrique Santos “Tortero” que tomó la alternativa en 1889, con toros de Pablo Romero, ganadería que se había presentado en Madrid el año anterior.
Faltaban aún por darse dos corridas del abono cuando la empresa fijó en los sitios de costumbre un cartel en el que se anunciaba que no pudiendo organizar normalmente esas corridas y no deseando celebrarlas en el mes de noviembre, se devolvería el dinero desembolsado a los abonados y que por esa causa se suspendían dichas corridas.
Al mismo tiempo se supo que la empresa Mazzantini abandonaba la gestión del coso de la Avenida de Aragón y que desde el día primero de noviembre la nueva empresa era la constituida por tres ganaderos andaluces representados por Don Eduardo Ibarra.
Eduardo Ybarra en 1875, algunos años antes de hacerse empresario de Madrid
Mazzantini había perdido en los dos años que estuvo de empresario la suma fabulosa de 350.000 pesetas.
Terminada su aventura, se embarcó para Montevideo tan pobre como cuando salió de Santa Olalla.
Documentación gráfica: Jose Morente / La Razón incorpórea Blogspot
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