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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

miércoles, 22 de junio de 2011

OREJAS, OREJAS / Por Antolín Castro


El actual y pobre símbolo de toda nuestra fiesta: Las orejas

OREJAS, OREJAS

Antolín Castro
España


Cada día se asocia con más frecuencia fiesta con orejas. No hay, al parecer, de otra fiesta. De ahí que se empeñen en que cada festejo termine con un buen puñado de despojos paseados con suma alegría por los diestros.
Como decíamos en nuestro anterior artículo, pasado San Isidro llega “lo bueno”. Curiosamente ese “lo bueno” es rechazado por los aficionados, quienes guardan todavía esperanzas de que nuestra fiesta se regenere y recupere su esencia. Esa esencia no es otra que la presencia del toro, la emoción que ello genera, el riesgo asociado y la capacidad de los toreros para vencer las dificultades que les presenten. Pero el toro es el eje, el objetivo de regeneración, y no puede ser sustituido por ese objetivo de los taurinos, y la masa de público asociado, de que se corten muchas orejas.
A

Lamentablemente son las orejas el termómetro por el que se mide el estado actual de la fiesta. Que se dan muchas, es que ha habido fiesta, la gente se ha divertido y los toreros han salido triunfantes. Esa es la forma de medir y en el camino se queda la exigencia del toro íntegro y del toreo auténtico (supongo que les suena esta exigencia, este lema). Nadie nos contará qué ha pasado con la presentación del toro, su comportamiento en el caballo de picar, el planteamiento de su matador para alcanzar cotas de plenitud en su toreo e, incluso, cómo se realizó la suerte suprema. Si hubo orejas o no es todo cuanto ha de contarse.

Ferias amables por doquier; en alguna, como nos cuenta nuestro corresponsal en Francia, se elimina al presidente exigente y se libera de obstáculos el camino hacia la gloria pretendida: las orejas. Madrid, sus presidentes y público, este año ha rebajado sustancialmente su exigencia, el listón para la concesión de trofeos, pero eso no es nada comparado con lo que sucede ya por esas plazas en plenas ferias. Catorce orejas para los de a pie en veintisiete festejos, media oreja por tarde en este año triunfalista en Las Ventas.

Tendremos que pensar que en Madrid lo que sale no son toros, que los toreros no se esfuerzan en esa plaza o que son muy tacaños y aburridos los aficionados que acuden a San Isidro. Pero si no se llega, o no se puede llegar, a esa conclusión, tendremos que concluir que en el resto de plazas todo es permisible, que da igual el toro que salga, que no importa la forma de torear que se ejecute y que los públicos están presos de una desbocada euforia colectiva que les lleva a pedir orejas como locos sin importarles nada de lo sucedido. Solo si ven movimiento en el ruedo es suficiente para sentirse satisfecho. A eso se le añaden unas gotitas de presidentes risueños y la fiesta se completa con éxito. Las orejas llegarán sin oposición alguna.

Pero si todo esto último fuera lo cierto y lo acertado, nos tenemos que preguntar ¿cómo ese conjunto de resultados no animan a llenar las plazas tras de esos éxitos tan espectaculares? O tras de una tarde con orejas ¿eso garantiza que se llenan las siguientes tardes al reclamo de tanta oreja y tanta salida a hombros?

Curioso resulta que a determinadas figuras les molesten los presidentes de plazas como Bilbao o Zaragoza quienes, como en Madrid, no suelen ser tan generosos como en el resto de plazas. Una evidencia, en lugar de estimularles actuar en esas plazas más exigentes, les molesta tener que salir de esa rutina diaria de las orejas que no pasan por filtro alguno.

Conclusión final: La fiesta actual es solamente orejas. O mejor dicho, los taurinos profesionales solo quieren que la grandeza de la misma se quede en eso, fiesta=orejas. Si es solo eso lo que hay que contar al salir de las plazas de toros, yo afirmo que de ahí su tristeza y decadencia. No hay de otra.
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