LAS VIVIENDAS DEL COMANDANTE
Fortunato González Cruz
Por la calle real / Diario "Frontera"
Mérida-Venezuela, 13 de Junio de 2011
Las viviendas del comandante me recuerdan la escena pintada por Federico Andahazi en su novela “El Príncipe”, en la que Wari, la alimaña que goza de los excesos del poder y manipula la voluntad popular, regala zapatos izquierdos con la promesa de que si votan por él regalará los derechos. 12 años sin construir viviendas y ahora, para sembrar esperanzas más que para construirlas, se lanza con una nueva misión tan ineficiente, tan corrompida, tan populista y tan demagógica como cualquiera de las otras. Su interés no está, evidentemente, en cumplir con el mandato constitucional de asegurar el derecho a una vivienda digna, segura y cómoda, que ha sido negado a más de tres millones de familias, sino en la manipulación de una esperanza, en el maquiavélico manejo de la ilusión más preciada de cualquier familia por humilde o encumbrada que sea, explotar el filón de una necesidad esencial para capitalizarlo en votos.
La competencia en materia de viviendas de interés social la asigna la Constitución que firmó el comandante, a los municipios; de manera que si quiere construirlas en forma masiva lo elemental es una alianza con los alcaldes, que suman 335 regados por todo el país. Podría agregar a los 23 gobernadores, porque tienen reales y casi ninguna responsabilidad. Los alcaldes administran los ejidos, saben cuántos son los terrenos baldíos, su catastro les dice los terrenos ociosos y los edificios abandonados o en ruinas, conocen la dramática realidad de sus comarcas y las necesidades de vivienda de sus habitantes. Ellos saben que además de la vivienda está el urbanismo, los servicios públicos, la vialidad, la dotación de instalaciones educativas y sanitarias, las áreas verdes. Ellos saben sobre los empresarios capaces de emprender la inmensa tarea de construir dos millones de viviendas y tienen los instrumentos políticos, fiscales e institucionales para hacerlos echar adelante. Por muy obtusos que sean, sus vecinos los eligieron con tanta o más legitimidad de la que goza el presidente. ¿Por qué no recurre a los alcaldes? ¿Por qué no apela a la empresa privada? ¿Por qué no aprovecha la exitosa experiencia del antiguo Banco Obrero y del INAVI? Porque lo que quiere es centralizar para asegurar su renta en votos, y de ñapa, el método permite que la corte boliburguesa se meta otros millones de dólares en los bolsillos.
Recurre a China que sí sabe construir viviendas para los chinos. A Bolivia, que no sabe construir vivienda ni para los bolivianos. A sus aliados fundamentalistas que más saben de dinamitar viviendas que de construirlas. Sus petrocasas que supuestamente se levantan en tres meses, en la realidad pasan más de tres años mientras sus confiados adjudicatarios esperan una que otra teja que llega a cuentagotas, si es que llega. ¿Viviendas? ¡Yo te aviso! Lo que quiere es espectáculo, alarde de poder, arremeter contra la propiedad para despertar ilusiones entre los que no tienen, o desquite de atávicos despojos, o arrancar del foso social lo peor de nosotros mismos. Una manipulación enfermiza y diabólica de las necesidades populares para reconvertirlas en votos, al costo que sea. Lo que hay es una masiva y apabullante campaña mediática con cancioncita y todo que apunta a que ya todos los venezolanos tenemos vivienda. La ilusión creada a fuerza de espectáculo, de márketing. Y no es que apuntemos al fracaso, que ojalá yo esté equivocado, es porque la trampa salta a la vista. Miles de venezolanos haciendo cola para anotarse en un nuevo censo manejado por el PSUV. Vergüenza debería darles a quienes aún se califican defensores de los derechos humanos y colocan de rodillas la dignidad de la gente.
¡No le interesa la necesidad de una sola familia! Lo que pretende es despertar esperanzas, tener a millones de custodios en todo el país, como los vimos en Mérida al sol y al agua durante más de dos años, aferrados a un censo, a un listado, a una nómina supervisada por milicianos y otros géneros de mercenarios que les confisquen su esperanza. Que voten, sí, que voten por él, y guarden la embelesada esperanza de su zapato derecho.
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