"...Creo que debería llegar la hora, ya mismo, de que los empresarios y las autoridades corten por lo sano y que prescindan de Morante sin remilgos en cuanto surjan las amenazas de su pintoresco mentor. Y de que, si llegara el caso extremo, suspendan la celebración de los festejos..."
Oreja in-extremis para Cayetano en jornada escandalosa prologada por un himno operístico que fue lo mejor de la tarde
Coliseum de Burgos. Lunes 29 de junio de 2015. Tercera de feria. Tarde muy calurosa en plaza cubierta con casi lleno.
Siete toros de La Palmosilla incluido el sobrero que reemplazó al cuarto, devuelto por inválido. En su mayoría sobrepesados, muy cómodos y sospechosos de cuerna y de juego escandaloso por su nula fuerza salvo el menos feble tercero y el muy noble sexto que tuvo la justa.
Morante de la Puebla (corinto y oro): Estocada, pitos. Media caída a paso de banderillas y cuatro descabellos, bronca monumental.
Miguel Ángel Perera (marino y oro): Pinchazo, estocada trasera caída y cuatro descabellos, aviso y palmas. Dos pinchazos y estocada, silencio.
Cayetano (verde botella y oro): Estoconazo en los bajos, petición desatendida y saludos. Estocada, oreja.
Dejemos aparte y por delante los pocos momentos gratos de una desdichada tarde. El primero fue la interpretación del himno de Burgos antes de que arrancara el paseíllo con los toreros a pie firme en formación. Fue una manera de celebrar la festividad mayor del día grande de las fiestas, dedicadas a San Pedro y San Pablo. A pie firme los matadores y sus cuadrillas, cubiertos con sus monteras menos Cayetano que se despojó de la suya en señal de respeto.
Lo más sobresaliente de este prólogo musical y coral – la letra de himno fue cantada por los miles de burgaleses que asistieron al evento y todos en pie – fue la calidad operística de la pieza. Una partitura digna de haber sido escrita por el mismísimo Giuseppe Verdi aunque su verdadero autor fue el compositor palentino Mariano Zurita (1920). Confieso que me emocioné como si estuviera en el estreno de una ópera en las Termas de Caracalla. Fue lo mejor de la tarde junto a la actuación en conjunto del antes educadamente respetuoso Cayetano Rivera Ordóñez a quien no había visto torear desde que reapareció. Anda mejor, con más sitio, con más ganas y con más natural facilidad que en sus primeras temporadas como matador de toros. Lo celebro.
Tuvo Cayetano los dos únicos toros potables de la corrida y, sobre todo su faena al sexto, fue la más gozosa de la por lo demás bochornosa jornada. La más feliz obra de Cayetano no tuvo más defecto que iniciarla sentado en el estribo. Como quizá también su inconveniente recibo capotero con lances rodilla en tierra. Tal y como iba la corrida en cuanto a la nula fuerza de las reses, mejor hubiera hecho el nieto menor de Antonio Ordóñez en no forzar las cosas. Pudo cortar Cayetano la oreja del tercero de no haberlo matado de infamante aunque efectivo bajonazo. Pero cortó la del sexto merecidamente, salvándose de la general quema.
De esta quema hay mucho que decir porque de la lidia no ha lugar a decir nada más que los dolientes aspectos de ver a Morante como perdía los papeles y a Miguel Ángel Perera por cómo se esforzó en lograr lo que era materialmente imposible dada la manifiesta invalidez del ganado que le correspondió en desgracia. Los dos de un envío en su mayor parte excesivamente regordío de pobrísimo juego como consecuencia de una clamorosa y desesperante falta de fuerza.
Pese a tamaña carencia, solo fue devuelto el cuarto toro. Lo reemplazó otro del mismo hierro aún más inválido si cabía. Pero este no fue devuelto aunque Morante y su cuadrilla hicieron todo lo posible para que se derrumbara por completo y obligara a la presidencia a devolverlo a los corrales. Por cierto, vi muy nítidamente como durante tan penoso trance, Morante parlamentaba con su apoderado-acompañante o lo que sea este sujeto al que acompañan los escándalos allá donde pisa, Antonio Barrera, y cómo de inmediato ordenaba a un ayuda para que corriera por el callejón hacia los chiqueros, supongo que para comprobar si se disponía de algún sobrero que arreglara la catástrofe. No hubo caso.
"...don José Antonio Morante de la Puebla. Ponga orden, matador, si no quiere verse una tarde detenido con sus secuaces..."
En medio del jaleo, un compañero periodista me informó de que había sido precisamente Barrera – ayer estrafalariamente ataviado con una chaqueta roja – quien impuso a la empresa la corrida de La Palmosilla. Barrera está haciendo verdaderas fechorías en la elección del ganado para su amigo Morante, así como en los corrales durante los sorteos y apartados.
La intemerata barrerista merecería un libro verde. Pero lo que nadie entiende es que los empresarios y no pocas autoridades traguen bajo las innumerables amenazas del subsodicho cuando para que se haga lo que a él le da la gana, esgrime la deserción del gran artista de la Puebla del Río. “O se hace lo que yo digo, o Morante no torea”Y así una vez y otra y otra y otra….
Creo que debería llegar la hora, ya mismo, de que los empresarios y las autoridades corten por lo sano y que prescindan de Morante sin remilgos en cuanto surjan las amenazas de su pintoresco mentor. Y de que, si llegara el caso extremo, suspendan la celebración de los festejos.
Por cierto que, de entre los entornos de Morante y de su amigo Barrera, ayer también sucedió en la nueva plaza mientras duró la corrida algo realmente vergonzoso cuando no deleznable y hasta punible. Fue el caso de la petición cuasi violenta de uno de los peones banderilleros de Morante al cirujano jefe de la plaza, Manuel Aguado, gran médico, gran aficionado y excelentísima y queridísima persona, para que le explorara una supuesta lesión que para nada se había notado mientras intervino. Si lo hubiera hecho educadamente, seguro que el doctor Aguado le habría atendido gentilmente. Pero es que se lo pidió tan violentamente, tan insultantemente, llamándole de tu como si fuera uno más de la “pandilla” y hasta amenazándole de denunciarle, que al doctor no le cupo más remedio que negarse en todo su derecho dadas las inadmisibles e intolerables formas que emplearon los que acudieron hasta el burladero que ocupan los médicos. Entre otros, también el ya tristemente famoso hombre de la chaqueta roja.
Vamos a ver si hay alguien que ponga orden de una vez por todas a esta clase de elementos que, con su proceder, están llevando a la Fiesta por derroteros muy peligrosos y, de paso, perjudicando a quien pretenden proteger que, además, es quien les paga: don José Antonio Morante de la Puebla. Ponga orden, matador, si no quiere verse una tarde detenido con sus secuaces.
Pero, claro, se aprovechan de que estamos actualmente en España en un viva Cartagena, en un manga por hombro general que también inunda al toreo sin que nadie diga nada ni se atreva a poner remedio.
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