Lo de Ponce es algo único en la historia del toreo.
Pablo Hermoso de Mendoza (casaquilla cobalto y sombrero calañés): Pinchazo hondo sin soltar, otro de tal guisa y rejonazo, ovación. Rejonazo barrenando, dos orejas.
Enrique Ponce (amapola y oro): Gran estocada, orejas. Estocada que escupe y cuatro descabellos, vuelta clamorosa.
Juan José Padilla (esmeralda y oro) en sustitución del nuevamente lesionado José María Manzanares: Estocada, oreja. Estocada, oreja y petición denegada de otra.
Los tres salieron de la plaza en hombros
Las cabalgadas de Hermoso, los “inventos” de Ponce y el “populismo” de Padilla
J. A. del Moral / 29/06/2015
Plaza de toros de León. Domingo, 28 de julio de 2015. Última de feria. Tarde calurosísima en plaza cubierta con dos tercios de entrada.
Dos toros para rejones de San Pelayo (Murubes de Capea) discretamente presentados y de suficiente juego. Cuatro de Albarreal, dos terciados y dos cuajados, manejables en distintos grados de fuerza. Ninguna el que hizo de segundo y más enteriza aunque escasa los demás.
Las mixtas de Enrique Ponce continúan prodigándose allá donde se organizan en pos del deseo que impone el valenciano con sus razones. No son otras que preferir no abrir plaza por aquello de que, en los primeros toros, las gentes andan todavía frías, distraídas y no suelen apreciar en justicia lo que lleva a cabo el gran maestro como, sin ir más lejos, sucedió anteayer en Burgos.
Un rejoneador por delante y punto final para la lidia a caballo era la costumbre hace muchos años. Los tiempos en que los caballeros limitaban su actuación al toro de apertura. Tiempos de los Antonio Cañero, don Álvaro Domecq, el Duque de Pino Hermoso, don Ángel Peralta, Fermín Bohórquez padre… Los hermanos Peralta fueron los que extendieron sus actuaciones hasta convertir sus tardes en exclusivas. Fue el inicio de las corridas de rejones por entero… hasta llegar los años de los “Cuatro Jinetes de la Apoteosis” que fueron tomando cuerpo con los excepcionales caballeros que revolucionaron el cotarro. Lupi, Alvarito Domecq, Joao Moura, Manuel Vidrié… y sucesivos protagonistas hasta llegar al todavía inagotable rey de reyes, Pablo Hermoso de Mendoza, que en estas últimas temporadas comparte el trono con Diego Ventura. Ambos seguros y adorados triunfadores con la feliz complacencia de los públicos.
En fin, que entre los caprichos de unos y de otros, estas mixturas no cesan. Lo comprendo aunque a mí no me gusten demasiado. Pero esto es lo que hay y como ver a Ponce en esta vigésimo sexta temporada de su vida es un lujo asegurado por más encumbrado que nunca aunque parezca mentira, nos fuimos a León, también atraídos por la anunciada participación en el festejo de otro privilegiado, José María Manzanares, finalmente no compareciente como consecuencia de otra voltereta sufrida en Badajoz que agravó la lesión padecida en Granada.
No es por nada, pero nos disgustó su ausencia, suplida por Juan José Padilla que el día anterior puso la plaza de león boca abajo. Hasta cortó un rabo y volvió a pasear la bandera pirata. Pasada que detesto por irrespetuosa para sus compañeros que ahora tragan todo lo tragable. Pero es que en León, Padilla añadió la Enseña Nacional de España a sus manías de abanderado perpetuo. Me parece muy bien el gesto en defensa de nuestra Fiesta últimamente tan necesitada de apoyos. Pero mucho mejor me parecerá si cuando Padilla actúe en los próximos Sanfermines de Pamplona, hace lo mismo que en León. A ver que hacen entonces, a ver cómo reaccionan sus adoradores de las peñas pamplonicas de los tendidos de sol…. Si Padilla se atreve a pasear la bandera de España en la Pamplona que este año nos vamos a encontrar, me quitaré el sombrero. Y si no se atreve, se lo recordaré. Vaya que se lo recordaré…
¡Viva España y viva a Fiesta Nacional pues y por siempre, pase lo que pase¡
Cuando las Corridas Generales de Bilbao quedaron inmersas en la llamada Aste Nagusia, las recién estrenadas comparsas ocuparon los graderíos altos de la plaza de Vista Alegre – ya no van por fortuna – y, una tarde de inolvidable recuerdo, Paquirri banderilleó con palos adornados con la bandera de España en vez de los de lujo que allí se utilizan. Puso tres pares con dos pares…. En medio de un lío descomunal, mientras Manolo Chopera, que trató de impedirlo, se llevaba las manos a la cabeza sin sabes qué hacer. Pues bien, Paquirri no solo se pasó por sus bemoles a las comparsas sino que, después, le cortó las dos orejas al toro por cierto manso que tuvo enfrente armando un alboroto tan grande que hasta un grupo de los que le habían llamado de todo bajaron al ruedo para felicitarle. Y eso, eso es exactamente lo que le pido a Padilla que haga este año en Pamplona.
Además de la acostumbrada maestría y brillantez de Hermoso sobre sus excelentes corceles, apenas paliada por su fallo con el rejón de muerte con el primer toro de ayer en León, lo más sobresaliente corrió, como no podía ser menos, a cargo de Enrique Ponce. Se “invento” dos faenas. La primera, realmente inverosímil, frente a un animal por el que nadie dimos un duro. Labor de prestidigitador culminada con una gran estocada de las que este año Ponce prodiga porque está matando mejor que nunca en su larga e inagotable vida profesional. Es algo inaudito pues se da el caso que, el año pasado, por poco le mata un toro en las Fallas al que mató a sangre y fuego a cambio de un cornalón que le atravesó el pecho desde la axila al hombro contrario pasando el pitón muy cerca de la carótida. Vamos, como para decir adiós y hasta siempre. Lo de Ponce es algo único en la historia del toreo.
Pero es que con su segundo toro de León, que este sí lo fue por presencia que no por esencia ni potencia, lo de antes quedó en mantillas. A este le cuajó una faena de sus grandes. Tal como iba la corrida en cuanto a trofeos concedidos, hubiera sido de rabo de no fallar con el descabello. La vuelta al ruedo que le obligaron a dar fue como si el despojo máximo lo llevara en la mano.
Padilla fue Padilla en grado superlativo con sus dos toros. La plaza volcada y él también. El nuevo presidente del coso leonés, gran compañero en la crítica y gran aficionado, Julio Cayón, se negó a darle la segunda oreja del sexto toro con toda razón y se la armaron en grande. Cayón también tuvo que echarle valor manteniendo su criterio porque habría sido un escarnio que, tras lo hecho por Enrique Ponce, Padilla hubiera quedado por encima en trofeos concedidos. Gracias, don Julio y enhorabuena por su estreno presidencial.
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