Así empezó el homenaje
"...No es posible describir con palabras que puedan aproximarse a lo sucedido. Los nervios de cuantos amamos al maestro en la tensa espera que siempre precede a las corridas y en este caso más nítidamente notados, jamás los habíamos sentido en tan gran medida. La incertidumbre que el juego de los toros sin catar podría dar para bien o para mal, duró segundos interminables..."
Última de Hogueras en Alicante. Histórico y apoteósico homenaje a José María Manzanares
- La vuelta al ruedo de los tres diestros a hombros y su salida por la Puerta Grande fue de las que hacen época. Y el contento de la gente, inenarrable. No fue para menos.
Fue como si, desde el Cielo, el gran maestro hubiera movido los hilos comunicantes del amor a su tierra, al toreo, a sus hijos y a sus paisanos para que cuanto ocurrió en la plaza resultara a su mayor placer y según sus eternos conceptos. El acontecimiento trascendió por ello de cualquier medida porque la producida conjunción de sentimientos, de emociones y de arte, terminó en llanto general. No de pena por la prematura e inesperada muerte de José María padre, que eso ya lo padecimos cuando sucedió lo inevitable, sino de común alegría por cuanto sucedió en el ruedo y en los tendidos de la plaza. Pocas, poquísimas veces hemos vivido, gozado y hasta podría decir que sufrido una tarde de toros repleta de sucesos tan bellos y a la vez tan importantes.
No es posible describir con palabras que puedan aproximarse a lo sucedido. Los nervios de cuantos amamos al maestro en la tensa espera que siempre precede a las corridas y en este caso más nítidamente notados, jamás los habíamos sentido en tan gran medida. La incertidumbre que el juego de los toros sin catar podría dar para bien o para mal, duró segundos interminables.
Los tres diestros actuantes desplegaron su saber ser y su saber estar como si fuera la única vez que tendrían que demostrarlo.
Enrique Ponce, hijo taurino del maestro de maestros y maestro de maestros también él por la gracia de Dios fue, como persona y como torero, lo que lleva siendo desde hace treinta años, solo que esta vez con más carga emocional que nunca. El brindis al Cielo seguido del que dedicó a las dos hijas de José María que estaban en barrera para ofrecerles su primera faena fue otra muestra más de lo que Ponce es como ser humano excepcional.
José María hijo, a quien a lo largo del festejo vimos pasar de una pena incontenible a una alegría tan satisfactoria que pareció haberse encontrado con su padre, tras matar al sexto toro como solamente él sabe y puede hacerlo, dio la vuelta al ruedo llevando a su pequeño hijo de su mano, sin duda en recreado recuerdo de las muchas vueltas que él mismo dio de niño, también agarrado de la mano de su padre. Quizá fue en este momento culminante cuando muchos no pudimos contener más las lágrimas que nos habían asomado varias veces mientras duró la corrida.
Manolito, el hijo rejoneador del maestro, fue quien peor lo pasó nada más comenzar la lidia con un toro que no le permitió hacer casi nada. Pero también el que más sonrió cuando, con el cuarto toro, consiguió mostrarse tan maduro como indiscutiblemente magistral, una vez atravesado un largo periodo de aprendizaje y de sacrificios en pos de lograr lo que se propuso hace ya varios años.
Siguiendo con las emociones vividas, la más generalmente sentida sucedió tras deshacerse el desfile de cuadrillas cuando todos los toreros, las autoridades de la ciudad, profesionales varios y algunos amigos de la familia Manzanares que estaban en el callejón, salieron al ruedo cogidos de la mano para rendir homenaje al maestro mientras sonaban los compases del himno de Alicante.
Pero vayamos ahora al meollo de la tarde que, aparte las emociones personales de cada uno los participantes, compartidas con las del público presente, corrieron parejas con lo que tanto Enrique Ponce como los hijos del maestro homenajeado hicieron con los toros que a cada cual correspondieron.
Ponce fue ayer más Ponce que nunca frente a dos toros de distinta condición. A su primero, como los de la lidia a pie de ganadería de Núñez del Cuvillo, tan pequeño como notoriamente débil, lo fue reconstruyendo mientras construía la faena que pasó de largos aunque precisos tanteos y mimos a un despliegue completo de toreo total consumado con una gran estocada. Culminado el “milagro” poncista, cayeron las dos primeras orejas de la tarde pedidas con desatado entusiasmo.
Pero fue con el quinto, bastante más toro que su anterior oponente y bastante mejor por cierto, cuando Ponce y su cuadrilla bordaron una lidia absolutamente perfecta, no para convertir el agua en vino añejo como antes, sino para conservar la gran reserva que llevaba su sangre brava hasta que duró. El faenón, que había sido de campeonato en variedad, calidad y cantidad, hubiera sido de rabo si el animal no se hubiera rajado al final y, por ello, cambiada su excelente condición. No obstante, Ponce supo tapar sus postreras carencias con sensacionales poncinas incluidas hasta llegada la hora de entrar a matar. Pinchó hondamente en lo alto y tuvo que descabellar una vez tras ser levantado el animal por el puntillero. Por eso el premio material quedó en una vuelta al ruedo clamorosa. Pero la salida a hombros estaba más que asegurada.
José María Manzanares hijo la aseguró con el tercero de la tarde. Un también pequeño animal que dio suficiente buen juego para que José Mari dijera un aquí estoy yo de nuevo una vez padecida una larguita convalecencia de la grave y dolorosa lesión que le produjo la cogida que sufrió en Granada. Le vimos recuperado y poco a poco más y más a gusto a medida que fue avanzado su faena en la que el empaque, el temple, la donosura y esa manera de mecerse que despliega en cada uno de sus muletazos tomaron carta de naturaleza. Lo mejor de lo ya hecho fue su monumental estocada.
Como también la que terminó con el sexto, bastante más serio como los de la segunda mitad del lote. Y aún mejor toro que el tercero. Fue toro de gran faena y la cuajó Jose Mari, ya totalmente recobrados el sitio, el fondo y las formas. Otras dos orejas que sumaron las cuatro. Sobró la vuelta al ruedo para el toro que fue muy bueno poro no pasa eso. Y enormes los componentes de su cuadrilla. Todos. Banderilleros y picadores. A eso ya estamos felizmente acostumbrados. En este sexto toro, vimos un puyazo de José Antonio Barroso como los pegaba su señor padre, don Alfonso. Curro Javier y Luís Blázquez sensacionales con los palos. Rafael Rosa estupendo en la brega. Pero quiero decir otra vez más y van… que mientras estaba toreando Jose Mari fiel a la dulzura imperial con que siempre toreó y continúa toreando, no pude por menor que volver a pensar en cómo es posible que tantos y tantos insistan en negar la descomunal categoría del heredero de su señor padre. Ganas que tienen de seguir haciendo el ridículo.
Finalmente, Monolito. Le he visto poco. La primera vez adiviné que, estando aún muy verde, portaba la clase, la elegancia y el buen gusto de la familia. Pero ayer, me gustó verle solventar y muy correctamente administrar la pronto agotada fuerza del primero de Bohórquez de la lidia a caballo. El imposible triunfo con tan deslucido oponente dio paso al rumor que enseguida corrió por los tendidos sobre la intención de regalar un sobrero si no consiguiera cortarle las orejas al cuarto. Pero lo del sobrero no llegó porque las cortó del ya enlotado. Manolito estuvo sencilla y tiernamente magistral con este toro. Manolito ha madurado y ya puede circular entre los primeros caballeros sin desmerecer porque, además, su cuadra es magnífica y sus preciosos caballos perfectamente domados.
La vuelta al ruedo de los tres diestros a hombros y su salida por la Puerta Grande fue de las que hacen época. Y el contento de la gente, inenarrable. No fue para menos. Habíamos sido testigos de una de las corridas más emocionantes y brillantes de nuestra larga vida de aficionados. Una corrida homenaje al gran maestro Manzanares, histórica y apoteósica. Doy las gracias a Dios por haberla visto y sentido con tanta emoción como la de todos los presentes.
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