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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

domingo, 8 de noviembre de 2015

Vaivenes de los por ahora inamovibles de 2015 / por J.A. del Moral



"...Será casualidad o no. Pero en el ranking de la temporada 2015, las ocho figuras que permanecen en lo alto en número de corridas toreadas, lo hacen consecutivamente, salvando los que figuran en los dos primeros puestos, El Fandi y Juan José Padilla..."

Vaivenes de los por ahora inamovibles de 2015

Que continúen arriba, no quiere decir que cada una de las ocho figuras que vamos a analizar hayan logrado grandes y completas campañas durante la pasada temporada. En el toreo siempre hay oscilaciones, cambios de talante, diferentes estados físicos y anímicos, distintas estrategias, mejoras y empeoramientos. De todo esto vamos a tratar en este en este artículo según el criterio de quien subscribe que, por supuesto, no tiene por qué coincidir con el de los lectores. Para gustos, los colores. Pero hay cosas que no dependen de los estilos ni de las maneras, sino del talante.
Será casualidad o no. Pero en el ranking de la temporada 2015, las ocho figuras que permanecen en lo alto en número de corridas toreadas, lo hacen consecutivamente, salvando los que figuran en los dos primeros puestos, El Fandi y Juan José Padilla. Comentemos someramente el caso de ambos.

El Fandi cumplió este año su decimosegunda temporada sentado en el podio de corridas toreadas y orejas cortadas. El granadino continúa inasequible a cualquier desaliento con más de 1400 toros matados desde que tomó la alternativa.
Aparte gustos, eso es muy difícil de conseguir. Algo tendrá El Fandi que ni se cansa ni cansa a los públicos con su continuada presencia en los ruedos. No quiero discutir a sus muchos antis porque ya lo he hecho muchas veces. Pero el caso es que, a pesar de tantos detractores, por el momento ahí sigue.
A Padilla le ocurre algo parecido en números pero no por sitio ni por formas. El tirón que tiene y mantiene gracias a haber superado física y anímicamente cuanto padeció tras su gravísimo percance en Zaragoza, es lo que mejor explica su permanencia en el segundo lugar del escalafón pese a su cada vez más notoria incapacidad. Y no porque no quiera, que siempre quiere, sino porque ya no puede. Muchos pasamos miedo al verle tan frecuentemente en el borde del precipicio. Sobre todo en sus actuaciones en plazas importantes. Este año incluso en su incondicional Pamplona.
Y dicho esto sobre los dos líderes numéricos, pasemos al salón de los más grandes señalando los matices que les diferencian y distancian.

ENRIQUE PONCE

Fotografía de Manuel de Alba. Premio "E. Ponce" del Club Allard de Madrid.

Cuantos me siguen, saben perfectamente cuales son mis preferidos a la cabeza de los cuales está Enrique Ponce a quien no solo considero el mejor. También uno de los más grandes y completos toreros de la historia, si no el que más.

Lo llevo diciendo desde que le vi por primera vez de luces en su debut novilleril con picadores en Castellón y el caso es que el propio Ponce continúa dándome la razón e incluso superando con incalculables creces mis primeros pronósticos. Es tan alta la medida de sus muchas virtudes sostenidas a lo largo de 26 años seguidos sin descanso. Y no solo eso, también es notorio que cada año que pasa torea con mayor perfección. Ponce se ha convertido en una especie de milagro torero por contrariar a su misma naturaleza.

Tanto valor y tanta inteligencia le acompañan, que se está permitiendo el capricho de seguir creciendo sin que se pueda adivinar su techo profesional y artístico. Y si digo esto es porque Ponce aúna las dos condiciones que más pesan en el toreo. Ser a la vez el más poderoso y quien con más frecuencia torea a su total placer. El suyo y el de los que le vemos.

De todos sus valores, el que más le separa del común, son su excepcional facilidad y su extrema naturalidad frente cualquier clase de toros. Porque a los buenos, los cuaja. Y a casi todos los malos termina toreándolos como si fueran buenos. Ponce es el gran arquitecto del toreo con cualquier clase de material.

No creo que nadie de cuantos le seguimos pueda negar que, en la temporada que acaba de terminar, ha logrado las mejores obras artísticas de su vida dentro de una campaña llena de triunfos indiscutibles porque incluso se superó en su único talón de Aquiles, la suerte de matar. Ponce ha matado este año mejor que nunca a la mayoría de los toros que le han correspondido lidiar. Y en los que falló a espadas, tras torearlos como los propios ángeles.

EL JULI


Por su ininterrumpida permanencia en la cumbre inmediatamente después de la que ostenta Ponce – le supera en once años -, El Juli merece figurar en el segundo lugar de nuestro análisis.

El Juli tiene todas las virtudes que se puedan tener salvo las del arte y la clase. Dones que Dios concede a muy pocos. Si bien con el capote su toreo parece y es mucho más bello que con la muleta. Con la pañosa resulta limitado en cuanto a naturalidad porque a su facilidad con cualquier clase de toros añade un ostensible y para él inevitable esfuerzo que distorsiona su expresión torera.

Pese a estas máculas cada vez más notorias, nadie puede negar a El Juli su consumada maestría por resolutivo y capaz. Habilidoso y eficaz con la espada aunque no buen estoqueador, El Juli ha sido este año el más regular en el éxito y el que más ha triunfado en plazas de primera categoría. En mi apreciación más particular, le vi mejor en la segunda parte de su campaña que en la primera.

Pero El Juli, como casi todos los maestros precoces, ha envejecido prematuramente en detrimento de sus formas por haber adquirido unas triquiñuelas que le benefician en los resultados de sus actuaciones pero no en lo que el toreo supone para la memoria de los que lo vemos. De El Juli se recuerda más lo que hizo que como lo hizo.
No es un torero para seguirlo sino para encontrárselo. Tampoco es sorpresivo. Y sus faenas, hasta las mejores, no parecen creativas sino fabricadas.

En las intenciones de El Juli también prima mucho su acusado complejo de Joselito El Gallo. Quiere mandar en todo como lo hizo el coloso de Gelves, con la enorme diferencia entre ambos respecto a las verdaderas razones que situaron a Joselito en la cumbre de su época y en la historia: su permanente sentido de la responsabilidad profesional con todas sus consecuencias y su indeclinable afán de superar todo lo superable, sobre todo en cuanto al ganado con que se enfrentó sin poner apenas remilgos.

Por el contrario, El Juli se esmera en lograr el mando, no por su comportamiento abierto a cualquier clase de toros – lleva años sin salirse de las cuatro o cinco ganaderías de su preferencia – sino gracias a los tejemanejes en los despachos empresariales que le han convertido en un virtuoso de estratagemas bajo cuerda en detrimento de los rivales que le hacen sombra, al frente de los cuales está, precisamente, Enrique Ponce. Intento vano porque, pese a las muchas jugarretas que emplea para minimizar el poder del valenciano, lo que nunca podrá conseguir es torear con tanta facilidad, naturalidad y elegancia frente a cualquier clase de animales. Ello aparte lo que le supone habérsele pasado el arroz. Sobre todo tras su muy grave cornada en Sevilla de hace cuatro años.

A Ponce nunca le afectaron las cornadas, algunas gravísimas, que ha sufrido. Y lo que en más pone empeño es en perfeccionar su toreo. Lo demás apenas le preocupa porque la etapa del poder la tiene más que superada. Podría mirar atrás y regodearse con sus muchas victorias pero ya no lo hace. Solo mira a su futuro al que, por el momento, nadie le ve techo.

SEBASTIÁN CASTELLA


La admirable lucha de Sebastián Catella por llegar a lo más alto, la confirmó en la temporada de 2006. Pero ha tardado 9 años en repetir una campaña similar. Si lo mencionamos en este análisis en tercer lugar es porque ha sido el gran triunfador de la pasada temporada. Y eso hay que reconocerlo en estricta justicia.

La vuelta a su mejor ser se vio precedida por ocho campañas a la baja que solamente ha superado cuando hace dos años empezó a reconocer que la estaba padeciendo. Mientras le llegó la hora de sincerarse consigo mismo, no aceptó ninguna de las críticas que tuvimos que hacerle. Recuerdo la cena durante la feria de San Isidro de 2007 en la que le dije que si quería llegar a ser lo que venían siendo Ponce y El Juli, tendría que cuajar al menos cinco temporadas seguidas como la de 2006. Aserto que no le gustó escuchar. Tan poco le gustó que dejó de saludarme tras haber intimado con él en nuestra común estancia en el mismo hotel durante el más de mes y medio que duró la Feria del Señor de los Milagros en Lima de 2005. Castella no aguantó mis muchas crónicas negativas que no tuve más remedio que hacerle por fiel a mi independencia de criterio. Me llegaron sus quejas por gentes cercanas a él e incluso una propia de mal talante en el callejón de la plaza de toros de Mont de Marsan. Pero si este año ha tenido ocasión de leer las muchas crónicas positivas e incluso admirativas que le he dedicado. Las que ha merecido, habrá descubierto que a mí nunca me dolieron las prendas. Ni las malas ni las buenas. Todavía no he tenido la ocasión de encontrarme con él, frente a frente. Veremos cómo reacciona cuando llegue ese momento…

En cualquier caso, no seré yo quien reste mérito alguno a la gran temporada que ha conseguido en 2015, sumando incontestables triunfos en todas las plazas y ferias en las que ha participado, incluyendo las de Sevilla y Madrid. En la última corrida que le vi en Logroño, su actuación fue realmente memorable. Un compendio de valor, de entereza, de dominio y de poder con los toros a la contra. Me acordé esa tarde de lo que le dijo El Juli en la feria de Dax de 2006: “Si continúas así, quien va a mandar en esto vas a ser tu”…

ALEJANDRO TALAVANTE


La primera impresión suele ser la que vale en los pronósticos del toreo. Eso exactamente es lo que me llevó a decir que Alejandro Talavante podría ser figura del toreo tras verle por primera vez en una novillada isidril que, por cierto, no fue la primera vez que actuó en Madrid. Talavante causó un impacto notabilísimo en aquella novillada que le llevó a tomar la alternativa pocos días después. Su arranque como matador de toros no pudo ser mejor hasta pasado su debut en Santander. En la mayoría de las tardes que siguieron, se convirtió en un torero “guadiana” que tan pronto se apagaba en incomprensibles e inexplicables torpezas como en el diestro fulgurante que nos había deslumbrado. Siendo cierto que su desigualdad le perjudicó, cada vez que estaba bien, su estrella volvía a relucir con fulgor.

¿Qué pasaba por la cabeza de Alejandro para que se comportara tan inestablemente? Quizá su inmadurez como persona, acentuada por los consejos que recibía con imperiosa frecuencia de quien le aconsejaba, no solo en privado sino también en público mientras toreaba. Y en esas obediencias, su tierno concepto del toreo no se correspondía con el que le obligaban a practicar. Pasó algunas temporadas entre su ser natural y su ser artificial hasta que dijo hasta aquí hemos llegado y rompió con el que había sido su primer mentor. Y digo mentor porque, más que apoderado, el famoso Antonio Corbacho ya desgraciadamente muerto, había sido una especie de confesor en cuya mente coincidían dos pensamientos: su concepto mesiánico del toreo y la inevitable influencia que había ejercido sobre José Tomás al que consideraba el no va más del toreo.
La consecuencia era que Alejandro pareciera imitar algunas tardes al de Galapagar. Y otras, las menos, fiel a su concepto primitivo, que eran las mejores. Demasiadas en una especie de sonambulismo derivado de una confusión mental francamente peligrosa y desde luego inconveniente.

Por fortuna, Alejandro fue se centrándose en sí mismo y empezó a ser la figura que algunos habíamos pronosticado. Que es en lo que está, ya definitivamente instalado en lo alto de la primera fila gracias a la regularidad triunfal que fue asentando hasta confirmarse en ella.
La meta era ser él mismo cada tarde y con distintas clases de toros. Su ya dilatada experiencia y las bien administradas virtudes que siempre poseyó, desembocaron en lo que es: Un valiente y singular artista a la vez que un seguro guerrero.

La personalidad exclusiva de Alejandro Talavante consiste en ser capaz de torear quintaesenciadamente cuando lo hace en las suertes fundamentales, sobre todo al natural, intercalando sorpresivos e improvisados hallazgos en los que el valor extremo se confunde con una inesperada creatividad que arrebata. Y en esto anduvo la temporada pasada, ya instalado en gran profesional.

MIGUEL ÁNGEL PERERA


A la temporada que nos ocupa en este análisis, Perera llegó desde su indiscutible además de asombrosa campaña triunfal del año anterior. Una temporada tan redonda que incuso eclipsó a la de su año de eclosión, el 2008. Por eso nos extrañó verle tan mermado en el arranque de la pasada temporada.

Tendría que ser el mismo Perera quien explicara lo que le pasó hasta después de que terminara la feria de San Isidro en la que, además de su mala suerte con los toros, no dio pie con bola. En sus repetidas tardes de vacío, muchos no podíamos olvidar y de tener muy presente su importantísima faena frente al peor toro de Adolfo Martín en Las Ventas del que sacó inverosímil partido tras haber cuajado una gran e impoluta faena con el mejor de su desigual lote.

El Perera de 2015 se vio obligado a competir con el Perera del 2014 y esta circunstancia le pesó demasiado. Hasta pareció que se nublaba su excepcional valor. Pero su ya tantas veces demostrada terquedad terminó de despejar su cabeza hasta volver a su estado más difícil de sostener. Sobre todo habiendo caído tan gravemente herido en varias ocasiones. De todas salió Perera para bien. Y todos deseamos que también salga intacto de su último y más grave percance de este año. Una terrible cornada que no hace mucho tiempo hubiera sido mortal.

Los avances de la medicina y de la cirugía, unidas a la extraordinaria pericia de los médicos actuales, también contribuyen a que los verdaderamente valientes, como es el caso de Perera, no pierdan la confianza en ellos mismos a sabiendas de que, ahora mismo, si las cornadas no son mortales de necesidad, las demás son superables.

Miguel Ángel Perera ha llegado y mantenido la perfección en su toreo de capa y de muleta desde los angustiosos terrenos que pisa y no abandona con la singularidad de que, aún viéndole al mismo borde del abismo, es tal su seguridad que no se pasa miedo viéndole tan sereno ante la muerte. Esta manera milagrosa de torear es precisamente la que suple su falta de genio artístico y su frialdad gestual.

JOSÉ MARÍA MANZANARES


Lo más curioso de este torero es la polémica que le acompaña desde hace algunos años. Una polémica que además de mantenerle muy vivo, resulta tan incómoda como a veces injusta. José María lleva ya varios ejerciendo de figura como matador de toros, acepción que le distingue como uno de los mejores de la historia con la espada, además de ser uno de los poquísimos que, además de capaz como lidiador, es un gran artista agraciado por su gran planta y notable apostura, lo que de una parte le favorece y de otra le perjudica por aquello de vivir permanentemente envidiado y hasta odiado. Sobre todo por los profesionales y fundamentalmente por los mentores de no pocos toreros que no pueden soportar que el alicantino sea, hoy en día, una de las figuras más cotizadas cuando no la que obtiene mayores beneficios.

La influencia que estos profesionales tienen sobre la crítica que se deja aconsejar – algunos con importantes tribunas – pretende relegarle a puestos inferiores y rebajarle los humos económicos. Claro que, la desigualdad del propio torero en sus actuaciones cuando no son consecutivamente triunfales, ayuda a sus enemigos. Como también lo frecuentemente que interrumpe e incluso corta repentinamente sus campañas por la gran cantidad de percances, enfermedades y padecimientos varios que vienen aquejándole desde que empezó a ser torero aunque para nada se han hecho notar en su privilegiado aspecto físico. Aspecto que, además, aprovecha muy bien el torero en su faceta de modelo, lo que acentúa más, si cabe, las envidias que despierta.

La perfección, el empaque, la belleza y la armonía del toreo en su máxima expresión que exhibe Manzanares cuando los toros más se prestan – ha habido temporadas con mucha suerte en los lotes como otras si ella – también se aprovecha para que se le señalen los defectos con más frecuencia y saña que a nadie cada vez que no torea tan rematadamente bien como en sus mejores creaciones.
Naturalmente que todo ello influye en los sectores de la afición que cree a la crítica a pies juntillas aunque no en la bastante más numerosa parte del público que paga por verle y goza la mayoría de las veces, incluso con las faenas por las que más se le acusa de ventajista.

Sea como fuere, tanto en los periodos álgidos como en los menos favorables, el caso es que Manzanares suele triunfar en la mayoría de las corridas que suma cada año.
Por si le faltaran inconvenientes, en la temporada que nos ocupa en este análisis, Manzanares ha sufrido el golpe moral más grande de su vida a raíz de la repentina muerte de su para todos inolvidable padre. Cuestión que, dada su extremada sensibilidad, le ha pesado como una losa aunque no le ha limitado por completo. Haciendo de tripas corazón y vestido de negro y azabache en todas las corridas que ha actuado, Manzanares ha cubierto una temporada algo desigual y dos veces interrumpida por percances físicos. Pocos toreros hemos visto tan frecuentemente lesionado, sin que ello le haya supuesto ninguna rebaja de su categoría y de su caché. Y esto, como he dicho antes, es lo que menos se le perdona.

MORANTE DE LA PUEBLA


Este año como en casi todos los que lleva como matador de alternativa, ha sido el torero con menor regular en el éxito de los que encabezan el escalafón en el que figura en cuarto lugar con 49 corridas y 30 orejas cortadas. La menor proporción de trofeos respeto al número de actuaciones de los aquí mencionados.

Claro que esta falta de regularidad en el triunfo siempre fue consustancial en los toreros de su corte a los que llamamos grandes artistas aunque quizá Morante ha sido y es el más valiente y capaz de todos.

Pero entrando más detenidamente en su virtud más llamativa, el arte, en mi particular opinión prefiero al Morante de sus primeros años que al actual por la progresiva pérdida de naturalidad y de frescura que viene padeciendo en sus expresiones toreras.
Morante ha ido amanerándose más y más con el paso de los años copiándose a sí mismo. Lo que no quiere decir que en la pasada temporada no hayamos gozado con algunas de sus faenas y, casi siempre, con su capote. Y es que cuando Morante está verdaderamente bien, es único e inigualable.

Como todos los grandes artistas, necesita toros que admitan y se acoplen a su concepto del toreo. Y de ahí su máxima dependencia de la suerte. Pero como Morante ha ido progresando técnicamente con el paso de los años, en esta mejora también hemos ido descubriendo sus limitaciones. Y es que por tan fiel a su concepto purísimo del toreo, sus maneras no siempre son las más convenientes para que los toros mejoren y duren.

Sé que no se pueden pedir peras al olmo. Pero Morante tiene valor más que suficiente para ir avanzando en sus capacidades técnicas. A todos los toros no se les puede torear igual de bien. Hay que hacer notar que la mayor parte de las faenas de Morante empiezan muy bien, hasta maravillosamente bien y acaban mal e incluso muy mal. El mejor toreo es de menos a más o de más a muy más.

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