...una temporada cuyo resumen no nos hace ser nada optimistas respecto de la que viene. Aunque el peor diagnóstico es que con un escalafón bloqueado por toreros muy viejos y sin nadie que realmente venga arreando por detrás la cosa no pinta bien. Los mejores momentos del 2017 nos los han vuelto a dar los toros, y por eso es por lo que habría que apostar de manera decidida.
Adolfada rozando el "suficiente" y un inane escalafón que
presagia un 2018 más oscuro que el reinado de Witiza
Siempre salta la sorpresa en Las Ventas, hoy más que nunca pocilga o porqueriza, porque para lo que queda ¿para qué nos vamos a ocupar de limpiar? Ayer una joven pareja se sentó en los primeros números de la fila 1. Venían pertrechados de sendos vasos ocupados por cubalibre y gin & tonic, porque al parecer el disfrute de la tauromaquia no es pleno si no se liba uno un cubata o dos y, como suele ocurrir, que eso ya nos lo esperábamos, uno de los combinados acabó en el suelo para susto de los ocupantes de la delantera de la Andanada. Rápidamente ella se fue al bar a reponer el caído por otro cubata y allí quedó en el suelo toda la porquería pegajosa que 24 horas más tarde se había transformado en una trampa de cucarachas en la que te quedabas literalmente pegado. Como es natural Monsieur Domb bastante tiene con sus enjuagues y con sacarle brillo a la chapa de que nada es importante si no hay toro, para cuando vuelva a Casa Patas, y no va a estar ocupándose por un poco más de mugre en la mugrienta Plaza de la Mugre Monumental. Imaginamos que al inteligente Domb exhausto tras las horas de cavilación que le habrá llevado componer el cartel del próximo domingo de temporada, con dos novilleros sin caballos, no le habrá quedado resuello como para ocuparse de la policía de las andanadas. ¡Pelillos a la mar! Ya vendrán las lluvias de otoño a limpiar por si mismas esas manchas autoadhesivas.
Para el remate final de esta olvidable Feria de Otoño de 2017 se compraron seis toros de Adolfo Martín Escudero, en los que teníamos depositada la fe torista. Seis de Adolfo y un mano a mano Ferrera/Ureña era la propuesta cuando sacamos el abono, luego desapareció el 33% de la misma al caerse Ferrera, que fue sustituido por Juan Bautista, que es un torero al que están empeñados en meternos por los ojos quieras o no. Respecto de lo de Adolfo, que en 2017 no ha tenido su mejor temporada ni mucho menos, mandó a Madrid seis galanes de mucho cuajo, de serias cabezas veletas y de mucha “toreabilidad”, como dicen los que saben. Salvo el sexto, Tomatillo, número 63, que cumplió en varas con buena nota, aquerenciado con el caballo y con ganas de pelea, el comportamiento de la adolfada en lo del penco fue de lo más discreto, con peleas de muy poco fuste.
Lo de “penco” se lo aplicamos a todos los cuadrúpedos que salieron por la puerta de caballos menos al guateado que montó Pedro Iturralde, que hay que ver lo que cambia la cosa cuando encima del semoviente va subido un hombre que sabe montar y que domina la situación: el castaño sobre el que iba Iturralde, en sus manos de buen jinete parecía uno de esos de la escuela de equitación de Viena, andando de costado y hacia atrás y viéndose bien a las claras la diferencia en la suerte de varas cuando es el jinete quien domina la situación. Iturralde provocó la embestida de Horquillero, número 31, y el animal se arrancó por dos veces con más pena que gloria a recibir dos puyazos medidos y de buena colocación que dieron lugar a la más unánime ovación que se oyó en toda la tarde. En cualquier caso la nota para lo de Adolfo sigue estando en un aprobadillo raspado dado con harta generosidad. Adolfo no consigue llegar a la cima que él mismo marcó en 2013; no nos dijo mucho en la de San Isidro, que fue una corrida bastante similar a la de otoño, nos echó un jarro de agua fría en la infausta tarde de Teruel, aniversario de Víctor Barrio, y hoy salva un poco los muebles de lo que de él se espera con la fiereza e inteligencia del sexto, un toro muy complicado y con mucho que torear. El primero y el quinto fueron toros para hacer el toreo, toros con mucha fachada y aspecto muy ofensivo pero sin malas intenciones ni ganas de aguar la fiesta. Es cierto que había que sobreponerse a su aspecto ofensivo, a esas cabezas de tanta leña, pero a la hora de la verdad no se comían a nadie y se les veía deseosos de echar una mano, y no precisamente al cuello.
El mano a mano en sí mismo, tal y como quedó tras la caída del cartel de Ferrera, ya era un contrasentido porque entre Ureña y Juan Bautista no había nada que ventilar. Con Ferrera la cosa habría sido distinta, pues siempre ha dado la impresión de que es torero de pelea, y sin duda habría ido de manera más decidida a buscar gresca, cosa que el francés, más versallesco que el extremeño, ni se planteó. Y la única razón de un mano a mano es la confrontación de dos estilos, de poner frente a frente a dos toreros que oponen sus diversas tauromaquias como dos gallos. Si en un mano a mano no hay un ánimo decidido de darse caña mutuamente entre los dos protagonistas, el planteamiento falla por la base, y eso es lo que pasó en esta tibia tarde de otoño, que cada uno había venido a hablar de su libro y que los ánimos de contender no aparecían por ninguna parte.
La cosa de Juan Bautista, a quien le tocó sin género de dudas el mejor lote, fue tediosa, insulsa y aburrida. El hombre no fue capaz de resolver sus papeletas: en el primero ni se puso en el sitio ni demostró la más mínima intención de que eso le interesase. Le fue dando los consabidos muletazos ventajistas, con el pico de la muleta por bandera, y se pasó al toro por donde más le convenía. Cuando desde el tendido le censuraron lo mal que estaba quedando, al hombre no se le ocurrió otra cosa que tirar lejos de si el espadín de madera y continuar su labor sin ese aditamento. Ignoramos qué mensaje quería mandar al mundo con esa manera de deshacerse del simulacro de espada, el caso es que se puso muy ufano a tirar naturales a sa façon que a penas a nadie interesaron. Se puso muy espeso con la cosa de matar. En su segundo, Malagueño, número 46, anduvo más aperreado, que el toro era de condición menos clara que el anterior, y su aspecto corniveleto imponía una barbaridad. Quiso aplicar Juan Bautista de nuevo los resortes del toreo moderno y ese planteamiento no le sirvió para conseguir sacar leche de la alcuza, le dieron un aviso y se volvió a embarullar con el acero. El tercero de los de Juan Bautista, Jardinero, número 2, llegó al tendido y a la postre se volvió contra el francés a medida de que hasta el más neoófito chino se iba dando cuenta de que el pobre trasteo del torero estaba bastante por debajo de las condiciones del toro y de que los dieciocho años de alternativa del arlesiano no le habían provisto de las herramientas necesarias para poder con Jardinero. Viendo el abismo que se abría entre él y el público, el torero decide abruptamente cortar la faena.
Y Paco Ureña, que yo no sé lo que le pasa a Ureña. A lo mejor es que el hombre tiene una personalidad poco acusada, como apuntan por ahí, pero da la impresión de que le han quitado el alma, que éste de los dos días de la Feria de Otoño no es el Ureña que nos ha servido de clavo ardiendo al que asirnos, que es que parece otro. A su primero le recibió con unas verónicas remilgadas, con el cuerpo encogido, como un entomólogo mirando una mariposa, y una media verónica de gran verdad. Y casi se puede decir que esa media verónica es lo que Ureña nos legó, que eso lo hace el niño de Pepe Luis y nos vamos a casa en una nube, pero que de Ureña se espera más: se espera el cite con verdad, la pata echada hacia a delante, el trazo del muletazo hacia adentro y hacia abajo, la ligazón sin perder pasos… lo que le hemos visto y nos ha predispuesto hacia él. En cambio hoy Ureña ha traído una forma heterogénea de andar por la Plaza, a veces despegado, otras despatarrado, un supuesto alarde de valor, un susto como si desease que el animal le empitonase, pero sin mandar netamente el mensaje de toreo con que otras veces ha complacido tanto las expectativas de la cátedra. La impresión de Ureña en estas dos tardes es de un hombre a la deriva, sus faenas discurren sin concepto ni unidad, sus planteamientos van de dejarte la miel en los labios a abominar de lo que estás viendo, y sus innecesarios alardes de quietud pecan de una innecesaria demagogia en alguien que ha mostrado suficientemente unos firmes argumentos basados tan sólo en el toreo. Mantiene su crédito, que por dos tardes no vamos a echarle al contenedor del reciclaje, pero la impresión que deja no es la óptima. Acaso le convendría más estar cerca de un apoderado del estilo de Luis Álvarez que en la cuadra de Domb, tan cerca del lado oscuro al que sin duda querrán llevarle, pues nada hay hoy día tan subversivo y revolucionario en el toreo como el querer practicarlo con arreglo y sujeción a las normas clásicas.
Cuando los mosus de cuadra, los benhures de la oreja, arrastraron los despojos de Tomatillo se ponía punto final a la primera feria de Otoño de Donsimón, Don Domb, y casi a una temporada cuyo resumen no nos hace ser nada optimistas respecto de la que viene. Aunque el peor diagnóstico es que con un escalafón bloqueado por toreros muy viejos y sin nadie que realmente venga arreando por detrás la cosa no pinta bien. Los mejores momentos del 2017 nos los han vuelto a dar los toros, y por eso es por lo que habría que apostar de manera decidida.
Con España a la espalda
Des violons
De l'automne
Blessent mon coeur
D'une langueur
Monotone.
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