Así es desde Pericles hasta la Casa Blanca. Los votos se compran como se compra ganado, y las reses democráticas se dejan comprar por una combinación de emociones, generalmente abyectas, que van del miedo a la codicia, y de sentimentalismo infantiloide aderezado con promesas de incumplimiento apriorístico, tan consoladoras para la res que vota como rentables para el candidato que las ofrece con la untuosidad del garañón que ronea a una maciza. Esa es la esencia de la democracia y de su fiesta mayor, las elecciones, a las que las reses del Sufragio Universal acuden alegremente a ser violadas por las manadas de los partidos políticos.
Este Pacto Social roussoniano, que en otras latitudes se sobrelleva con cínico decoro, siempre que nadie eructe en la mesa, en España alcanza tintes esperpénticos, grotescos, brutales, cainitas. En España la mentira no se emboza, se despliega orgullosamente. La promesa falsaria no se maquilla, se vocea como la casquería en un mercadillo. El odio al adversario no se tamiza en reproche, se ofrece como un canapé en el ambigú del Liceo de Barcelona. La furia de la violencia electoral no se oculta, se cuelga como una sábana al sol de la campaña. El veneno se ofrece a granel y las reses de las ganaderías políticas acuden a la barra libre que las intoxica y las idiotiza con la ponzoña de sus consignas.
En el muladar electoral catalán los chulos de la ramera separatista han puesto sobre el tapete a España. Ya no les basta con la dote oferente de los eunucos del PSOE y del PP. Quieren más. Lo quieren todo y ríen por el colmillo cuando Eva Parera, una gatita del PP domesticada por el nacionalismo, candidata al osario parlamentario, se muestra abiertamente partidaria de hablar del indulto de los traidores. Ríen por el colmillo, con la arrogante seguridad del matón que señorea la cantina, cuando apedrean a los candidatos de VOX mientras los Mossos d’Esquadra, esa policía de opereta bufa, se tocan el escroto sin detener a nadie, tal como hicieron en la fiesta del referéndum independentista.
He ahí el Pacto Social democrático catalán y su festival electoral, a cuyas urnas acudirán hasta los infectados de Coronavirus, pero sin la campanilla medieval de los leprosos. No es menester la campanilla que avisaba y advertía la cercanía de un leproso, pues es la patología que infesta Cataluña desde hace cuarenta años: la lepra separatista.
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