
“el nacimiento de la Fiesta coincide con el nacimiento de la nacionalidad española y con la lengua de Castilla……… asi pues, las corridas de toros…….. son una cosa tan nuestra, tan obligada por la naturaleza y la historia como el habla que hablamos.”. R. Pérez de Ayala
la suerte suprema
Pepe Bienvenida / La suerte suprema
miércoles, 24 de diciembre de 2025
Así fue, en realidad, el portal de Belén.
Postal de Navidad de SS. MM: los Reyes de España / por José Javier Esparza

El Gordo de la lotería / por Antolín Castro

martes, 23 de diciembre de 2025
¡FELIZ NAVIDAD!
Desde este medio 'Del Toro al Infinito' deseamos que el nacimiento del Hijo de Dios hecho Hombre llene los hogares de salud, amor y esperanza.
La deconstrucción de un rey / por Sertorio

Digno descendiente de Fernando VII, la vida de Juan Carlos I se despliega como la sucesión de traiciones de un Judas coronado, como una antología de puñaladas traperas de un príncipe maquiavélico y ágrafo, cuya única virtud reseñable es la simpatía. Ni serio, ni inteligente, ni culto, ni prudente, pero frívolo, rapaz y desaprensivo, el Borbón ha logrado reinar cuatro décadas gracias a su astucia, a su instinto de supervivencia y a una no pequeña dosis de suerte. Y la baraka, en política, sin duda es una virtud. No seremos nosotros los que lo nieguen. Pero es su fernandina felonía, su virtuosismo en la traición, lo que distingue a este nieto romano de Médicis, Farnesios y Borbones. Juan Carlos I ha sido infiel a sus amantes y a sus benefactores, empezando por su inepto y peor aconsejado padre, que nunca dejó de equivocarse en todo, hasta acabar con Francisco Franco, el hombre al que todo se lo debe, quien le trató con una benevolencia y una permisividad inaudita. Y no era el Caudillo alguien que se llevara fácilmente a engaño con los hombres. De hecho, en sus últimos meses de vida, se dio cuenta de que aquel príncipe que había criado con tanto cariño iba a destruir toda su obra y a arruinar el estado unitario que él construyó. Pero el Generalísimo vivía en plena decrepitud, en las puertas de la muerte, y ya era demasiado tarde para rectificar.
Si hizo esto con sus figuras paternas, desde luego que no le tembló el pulso con toda una ilustre nomenclatura de víctimas: López Rodó, Torcuato Fernández Miranda, el general Armada, Sabino Fernández Campo… Incluso apuñaló a su alter ego, al chisgarabís de Adolfo Suárez, otro chusquero de la política, otro hombre sin más palabra e ideas que su conveniencia, otro sublime ignorante de la historia del país que tan mal gobernó. La tan cacareada Transición salió “bien” de puritito milagro y fue más importante en su “éxito” la firme voluntad del pueblo español de no volver a las andadas que las virtudes imaginarias del irresponsable “motor del cambio”. A lo largo de esta obra extensa e intensa, que nos deja con ganas de más, siempre aparece la clase media como el fondo inmutable y moderador de las intrigas y las quimeras de los políticos, como el elemento de sensatez y equilibrio contrapuesto a una élite que empieza a desquiciarse tras el asesinato de Carrero Blanco, verdadero inicio de la desbandada del franquismo, a lo que en buena medida contribuyó el nefasto gobierno de Arias Navarro, donde el joven monarca se estrenó como gran felón al traicionar a los saharauis, en uno de los episodios más repugnantes en la historia de una dinastía que no anda escasa de ellos. Posiblemente, lo del Sáhara Español sólo es inferior en vileza y cobardía a las abdicaciones de Bayona. Lo único que varía es la escala: Carlos IV y Fernando VII traicionaron a millones de españoles; Campechano vendió “sólo” a unos setenta mil compatriotas: recordemos que el Sáhara era una provincia de España.
El tema del libro es apasionante: la terrible historia de un niño corto de luces, pero muy consciente de su rango, dotado de un implacable instinto de supervivencia, que va transformándose en un adulto amoral, frívolo y corrupto, capaz de desencadenar aventuras como el 23 de febrero sin tener la menor conciencia de las fuerzas que puso en marcha; sin olvidar las andanzas del gorrón internacional, especialista en dar sablazos al shah de Irán, a los saudíes y a los jeques árabes para acumular una inmensa fortuna personal; tampoco son mancas las calaveradas del señorito simpático e irresponsable, al que siempre sacan de apuros hombres leales y discretos, que ocultan sus infinitos deslices. Y eso que el libro acaba en 1981. La continuación será tremenda. Pero no hay que olvidar que toda la miseria política que hoy soportamos tiene su origen en la frivolidad, los cortos alcances y la perfidia de este Trimalción[1] flordelisado. Al final del libro, escrito por historiadores con rigor profesional, pero también con vigor literario, tenemos a un Juan Carlos deconstruido y revisado, muy diferente de la imagen edulcorada que durante años nos mostraron los mismos turiferarios que hoy lo insultan. El príncipe de Occidente se ha convertido en Dorian Grey. Este libro es su retrato.
[1] Trimalción: rico liberto, protagonista de El Satiricón, novela romana de Petronio (N. de la Red.).
Qué manera de perder / por Ignacio Ruiz Quintano

Buenas ideas, credibilidad y atracción / por Carlos Bueno
Campo Arañuelo / por HUGHES
Felices fiestas de vaya usted a saber qué / por Jesús Láinz

lunes, 22 de diciembre de 2025
“Feliz Navidad mi España”
Cali, Rincón y Bolívar / por Jorge Arturo Díaz Reyes

Reflexiones en la Navidad / por Francisco González Cruz


Una máquina que ampara el crimen / por Juan Manuel de Prada ABC

'..la Unidad Central contra la Delincuencia Económica y Fiscal (UDEF) de la Policía Nacional ha sido paulatinamente neutralizada y condenada a la irrelevancia; detallaban el funcionamiento de una cadena de mando encargada alevosamente de «filtrar y condicionar» las investigaciones policiales..'
Una impresión semejante tuve el otro día leyendo un artículo firmado por Ketty Garat y Teresa Gómez en 'The Objective'. En él se afirmaba que la Policía Nacional se halla por completo controlada por murciélagos que, desde los puestos de mando o incluso desde empresas tecnológicas externas, desactivan cualquier investigación que pueda salpicar al Gobierno. No era uno de esos artículos que hablan a humo de pajas o tiran la piedra y esconden la mano: sus autoras mencionaban a altos mandos policiales con nombres y apellidos; contaban cómo la Unidad Central contra la Delincuencia Económica y Fiscal (UDEF) de la Policía Nacional ha sido paulatinamente neutralizada y condenada a la irrelevancia; detallaban el funcionamiento de una cadena de mando encargada alevosamente de «filtrar y condicionar» las investigaciones policiales; explicaban el muy marrullero subterfugio legal empleado para blindar la cúpula policial y conseguir que un alto mando que había alcanzado la edad de jubilación forzosa pudiese seguir ocupando su puesto, para seguir chafando o desviando hacia los desvanes de la incuria todas las investigaciones policiales «inconvenientes»; sostenían que el actual ministro del Interior ha «delegado de facto» la dirección de la Policía Nacional y el nombramiento de los cargos de máxima confianza en hombres que ni siquiera se hallan bajo su mando, sino que trabajan en empresas externas a las órdenes del expresidente Rodríguez Zapatero; por último, advertían que la investigación sobre el rescate de la compañía aérea Plus Ultra, en la que sorprendentemente (tras años de remoloneo y pasividad) había tomado la iniciativa la UDEF, era en realidad un aspaviento que pretendía mantener alejada a la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil (sobre la que el Gobierno tiene menos control, al menos hasta la reciente «patada hacia arriba» dispensada a su responsable máximo) y asegurar una «explosión controlada» que no involucrase al mencionado Rodríguez Zapatero, quien por supuesto estaba informado al dedillo de la operación (y quien habría puesto al tanto de la misma a su testaferro, en una cita clandestina).
Todas estas enormidades se explicaban en el artículo de Garat y Gómez, que daba miedo leer; y que, desde luego, a sus autoras tuvo que dar muchísimo más miedo escribir. No tengo el gusto de conocerlas; pero sin duda deben de ser mujeres muy valerosas y con un amor abnegado a su oficio. Por supuesto, podríamos también pensar también que las autoras del artículo son personas desquiciadas que se dedican a propalar bulos y calumnias, o que han sido intoxicadas. Pero, si lo que en ese artículo se cuenta fuese una invención, sus autoras tendrían que haber sido inmediatamente denunciadas por las muchas personas que en él aparecen designadas con nombres y apellidos y vinculadas a actividades extraordinariamente turbias, propias de lo que ahora llaman «cloaca» policial. No habiendo sido denunciadas, tenemos que pensar inevitablemente que la trama criminal descrita en ese artículo en verdad existe; y que tal vez lo que estas arrojadas periodistas describen sea tan sólo la punta del iceberg, la puntita nada más.
En este artículo se nos describía el funcionamiento de una mafia desenfrenada que ha colonizado por completo la Policía Nacional, hasta convertirla en un organismo fiambre manejado por una patulea canallesca al servicio del partido de Estado. Sería, sin embargo, del género tonto pensar que dicha mafia no haya hecho lo mismo con otras instituciones. Quien decide infiltrar la Policía Nacional hasta convertirla en un tenebroso gólem que ejecuta sus designios hace lo mismo con la Guardia Civil, con el Ejército, con la Judicatura. En algunos casos la operación habrá salido a pedir de boca y en otras se habrá tropezado con escollos e impedimentos que la hayan hecho fracasar, siquiera en parte; pero desde luego no habrá dejado de intentarlo. En realidad, el artículo de Garat y Gómez nos está hablando de un régimen corrupto hasta el tuétano, cuyo timonel –pues el partido de Estado es el timonel del Régimen del 78, a quien si le conviene cede de vez en cuando la guía de la nave al grumete de la derecha, a sabiendas de que no corregirá el rumbo– ha resuelto colonizar el Estado, convirtiendo sus instituciones en una máquina que ampara sus crímenes.
¿Qué posibilidades existen de detener esa máquina proterva? A estas alturas me temo que las posibilidades son ya muy escasas; pues nos hallemos ante una hidra de Lerna de la que brotan, cada vez que es decapitada, numerosas y más feroces cabezas. Tal vez pudiera destruir esa máquina una operación judicial al estilo de 'Mani pulite', aquella macrocausa impulsada en Italia por un grupo de magistrados heroicos que se atrevió a sentar en el banquillo a cientos de empresarios y políticos corruptos, llevándose por delante a varios partidos políticos. Hoy por hoy esta es la única esperanza. Pero, ¿dónde están los jueces capaces de lanzarse a una empresa tan vasta e intimidante?




