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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 15 de diciembre de 2025

La regeneración pendiente / por Rafael Nieto

Lo que legitima la acción política es que esté orientada a la consecución del bien común de los ciudadanos de una nación.

'..no es suficiente con «echar de la Moncloa» al tirano y a los miembros de la banda mafiosa que le acompaña, sino obrar una auténtica y genuina regeneración moral de la sociedad, que únicamente se puede articular a través de las instituciones educativas y de los medios de comunicación, bajo la orientación de los principios cristianos..'

La regeneración pendiente

Rafael Nieto
La hecatombe política en que ha devenido «el Gobierno de la gente de izquierdas», con una catarata de detenciones por corrupción sin precedentes en la historia de España, vuelve a poner en evidencia la enorme fragilidad en que se basa el sistema institucional de nuestra nación, desgraciadamente en manos de los partidos que han parasitado el Estado en las últimas cuatro décadas. Unos partidos, PSOE y PP, que ayudados por las arpías separatistas y el frenopático comunista, no han dudado en usar la nación para lograr sus intereses particulares, concretados en una obsesión patológica por acaparar dinero y poder.

La política, cuando no va acompañada por la defensa de principios morales, se convierte en una mera herramienta para lograr el poder que, aislado de su objetivo principal (alcanzar el bien común), es probablemente la más repugnante de todas las actividades humanas. Los españoles, por desgracia, nos hemos malacostumbrado a aceptar que la «política» que practican los partidos pueda ser legítima por el mero hecho de que sean organizaciones legalmente constituidas para la presunta expresión de la voluntad popular cuando se convocan elecciones legislativas. En realidad, no es así. Lo que legitima la acción política es que esté orientada a la consecución del bien común de los ciudadanos de una nación.

Por eso, no es suficiente con «echar de la Moncloa» al tirano y a los miembros de la banda mafiosa que le acompaña, sino obrar una auténtica y genuina regeneración moral de la sociedad, que únicamente se puede articular a través de las instituciones educativas y de los medios de comunicación, bajo la orientación de los principios cristianos. No hay más alternativa que esa para poder reconstruir lo que, a todas luces, está no solamente podrido sino además derrumbado; no sólo enfermo, sino definitivamente instalado en un colapso general.

Lo que España tiene por delante en las próximas décadas no es precisamente una perita en dulce; es un panorama completamente desolador, ya que el andamiaje institucional y las estructuras principales del Estado padecen la aluminosis de la degradación moral, el latrocinio generalizado y la desvergüenza como modo normal de desempeñarse en la administración pública. 

No son solamente las putas de Ábalos, la cocaína de sus amigos y los sobresueldos pagados con dinero negro para conseguir tal o cual cosa. Es un modo habitual de comportamiento, es un estilo mafioso cuya raíz es la creencia de que, estando en un partido político, se puede actuar con absoluta impunidad, saltándose todas las barreras legales.

El bipartidismo ha logrado lo que parecía imposible, y es conseguir que la política en España sea vista por la mayoría con un desprecio creciente, hasta el punto de que Francisco Franco empieza a tener ahora, medio siglo después de su muerte, casi tanta admiración como demostró tener en las concentraciones de la madrileña Plaza de Oriente a principios de los setenta. Ese rechazo es el resultado de varias décadas en las que unos dirigentes sin escrúpulos (con las excepciones que hay siempre en todo colectivo) les han pasado por los belfos sus billetes de quinientos euros, sus escrituras de chalet playero y sus matrículas de coches descapotables a los sufridos ciudadanos españoles. «Y no, mire usted: ganarme, me podrán ganar, pero a mí no me chulean».

La regeneración pendiente no será posible sólo echando a unos para que entren otros (por muy buenos que sean esos otros), sino empezando a reconstruir por donde se empiezan los edificios, que son los cimientos. Y lo repito: los cimientos de la política están en la moral. Nada se logrará sin pasar por el desierto que siempre conlleva cambiar la pereza por el sacrificio, la laxitud por el orden, el desdén por la responsabilidad. Pero no hay alternativa. A los patriotas no nos vale con que se decore y se pongan lucecitas a este estercolero en que han convertido la nación; lo que queremos, a lo que aspiramos y a lo que tenemos derecho, es a una España como en sus mejores tiempos. Una España de la que poder volver a presumir ante cualquiera.

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