
Digno descendiente de Fernando VII, la vida de Juan Carlos I se despliega como la sucesión de traiciones de un Judas coronado, como una antología de puñaladas traperas de un príncipe maquiavélico y ágrafo, cuya única virtud reseñable es la simpatía. Ni serio, ni inteligente, ni culto, ni prudente, pero frívolo, rapaz y desaprensivo, el Borbón ha logrado reinar cuatro décadas gracias a su astucia, a su instinto de supervivencia y a una no pequeña dosis de suerte. Y la baraka, en política, sin duda es una virtud. No seremos nosotros los que lo nieguen. Pero es su fernandina felonía, su virtuosismo en la traición, lo que distingue a este nieto romano de Médicis, Farnesios y Borbones. Juan Carlos I ha sido infiel a sus amantes y a sus benefactores, empezando por su inepto y peor aconsejado padre, que nunca dejó de equivocarse en todo, hasta acabar con Francisco Franco, el hombre al que todo se lo debe, quien le trató con una benevolencia y una permisividad inaudita. Y no era el Caudillo alguien que se llevara fácilmente a engaño con los hombres. De hecho, en sus últimos meses de vida, se dio cuenta de que aquel príncipe que había criado con tanto cariño iba a destruir toda su obra y a arruinar el estado unitario que él construyó. Pero el Generalísimo vivía en plena decrepitud, en las puertas de la muerte, y ya era demasiado tarde para rectificar.
Si hizo esto con sus figuras paternas, desde luego que no le tembló el pulso con toda una ilustre nomenclatura de víctimas: López Rodó, Torcuato Fernández Miranda, el general Armada, Sabino Fernández Campo… Incluso apuñaló a su alter ego, al chisgarabís de Adolfo Suárez, otro chusquero de la política, otro hombre sin más palabra e ideas que su conveniencia, otro sublime ignorante de la historia del país que tan mal gobernó. La tan cacareada Transición salió “bien” de puritito milagro y fue más importante en su “éxito” la firme voluntad del pueblo español de no volver a las andadas que las virtudes imaginarias del irresponsable “motor del cambio”. A lo largo de esta obra extensa e intensa, que nos deja con ganas de más, siempre aparece la clase media como el fondo inmutable y moderador de las intrigas y las quimeras de los políticos, como el elemento de sensatez y equilibrio contrapuesto a una élite que empieza a desquiciarse tras el asesinato de Carrero Blanco, verdadero inicio de la desbandada del franquismo, a lo que en buena medida contribuyó el nefasto gobierno de Arias Navarro, donde el joven monarca se estrenó como gran felón al traicionar a los saharauis, en uno de los episodios más repugnantes en la historia de una dinastía que no anda escasa de ellos. Posiblemente, lo del Sáhara Español sólo es inferior en vileza y cobardía a las abdicaciones de Bayona. Lo único que varía es la escala: Carlos IV y Fernando VII traicionaron a millones de españoles; Campechano vendió “sólo” a unos setenta mil compatriotas: recordemos que el Sáhara era una provincia de España.
El tema del libro es apasionante: la terrible historia de un niño corto de luces, pero muy consciente de su rango, dotado de un implacable instinto de supervivencia, que va transformándose en un adulto amoral, frívolo y corrupto, capaz de desencadenar aventuras como el 23 de febrero sin tener la menor conciencia de las fuerzas que puso en marcha; sin olvidar las andanzas del gorrón internacional, especialista en dar sablazos al shah de Irán, a los saudíes y a los jeques árabes para acumular una inmensa fortuna personal; tampoco son mancas las calaveradas del señorito simpático e irresponsable, al que siempre sacan de apuros hombres leales y discretos, que ocultan sus infinitos deslices. Y eso que el libro acaba en 1981. La continuación será tremenda. Pero no hay que olvidar que toda la miseria política que hoy soportamos tiene su origen en la frivolidad, los cortos alcances y la perfidia de este Trimalción[1] flordelisado. Al final del libro, escrito por historiadores con rigor profesional, pero también con vigor literario, tenemos a un Juan Carlos deconstruido y revisado, muy diferente de la imagen edulcorada que durante años nos mostraron los mismos turiferarios que hoy lo insultan. El príncipe de Occidente se ha convertido en Dorian Grey. Este libro es su retrato.
[1] Trimalción: rico liberto, protagonista de El Satiricón, novela romana de Petronio (N. de la Red.).
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