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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 21 de abril de 2014

Domingo de Resurrección. Tres eran tres, los hijos de Eleno, y ninguno fue bueno / por José Ramón Márquez


Resurrección de Chinchón

Domingo de Resurrección. Tres eran tres, los hijos de Eleno, y ninguno fue bueno

José Ramón Márquez
Al fin llegó el Domingo de Resurrección que tanto había dado que hablar alrededor del lío de Canorea y las figuras. Al fin llegó el bendito domingo y al fin pasó lo que casi todo el mundo se podía imaginar que pasaría, que la charlotada de Málaga se saldaría con una ruina ganadera y algunos detalles imperecederos y que la miurada de Sevilla llenaría las arcas del empresario con ese cartel low cost, mientras que los sufridos espectadores se llevarían a casa el tostón del pobre Luque, cuyo padre me invitó un día a un suculento café. El hecho de que en esta Resurrección sevillana de 2014 el papel de los antitaurinos lo haya tomado un airado activista que saltó al ruedo con un Miura, al que deberían haber dejado aproximado al astado para manifestarle su amor, sirve para recordarnos la de años que la Plaza ha estado tomada por los verdaderos antitaurinos vestidos de oro y arropados por sus mascotas fetiche, a años luz de Miura. Este año, prefirieron dar el mitin en Málaga, hacerse el selfie con las mascotas y los followers y, a falta de otra cosa que vilipendiar, hasta tomaron en vano el nombre de Juan y José, que ya les castigará Dios.

La buena noticia, pues, es que por fin en Sevilla, en Resurrección, han visto una corrida de toros, con el mítico hierro de la A con asas, y eso sirve para recordarnos que aún Julián de San Blas nos debe una de Miura. La mala noticia es que la corrida anunciada en Madrid, de Los Bayones, fue rechazada en su totalidad, y la verdad es que apetecía comparar a esos Atanasio/Lisardo con los Lisarnasios del Puerto de San Lorenzo el domingo pasado. Se ve que como estamos a estas alturas de la temporada ya no les quedaban toros para Madrid. Se remendó el cartel con una seria corrida de Gavira, recuelo de juampedro, alta, descarada de cabezas y bastante alejada de la idea que cualquiera pueda tener del tipo de ese encaste, de juego diverso -unos más tontos, otros más listos, otro manso-, que propiciaron una entretenida tarde de toros.

Para despachar a los Gavira se anunciaron Curro Díaz, Morenito de Aranda y Antonio Nazaré. Ninguno de los tres engaña sobre lo que de ellos se puede esperar y, en ese sentido, la tarde fue perfectamente previsible, por ello es que la cosa cambiante y de más interés vino por parte de los toros y del viento, que también puso sus gotitas de sal en el conjunto.

Curro Díaz hace su afamado saludo de muleta, esos tres o cuatro muletazos saliéndose al tercio con el toro, y puedes apostar a que todo lo de enjundia ya se ha acabado. Así pasó hoy con algún matiz, que como Curro tiene ese don que Dios le ha dado, esa gracia natural, a veces le salía el trazo elegante y un natural o un derechazo tenía clase, empaque y quilates. Una cosa así como lo que muchos moranteros dicen de su gordito, pero en el caso de Curro Díaz en versión más enjuta. Que conste que más arriba se ha dicho trazo, porque lo que es colocación, eso ya parece que es un tema tabú en la tauromaquia de Curro Díaz, que no se puede decir que ni una sola vez se haya puesto en condiciones enfrente del toro y, lo que es peor, mandando esa sensación al tendido de que está hasta las tranquitas y pensando más en irse que en quedarse. En su primero dio un natural por fuera de gran plasticidad y en su segundo dos o tres redondos sueltos, con un fresco aire setentero. No defraudó porque hizo lo que se esperaba de él.

Morenito de Aranda, a quien llevan José Ignacio Ramosy Mariano Jiménez, brindó su primero a Ferrera. Antes de eso dio una verónica de bastante enjundia, así como lo que muchos moranteros dicen de su gordito, pero en el caso de Morenito en versión más burgalesa. Después del brindis pareció que Morenito iba a labrar a ese toro, Plañidero, número 34, para reventarle con la izquierda, que era el pitón del toro. Tras un interesante trasteo inicial por ese pitón, sin confiarse, no se atrevió a dar el paso hacia el sitio donde están la gloria y las cornás y se cambió la muleta a la derecha. Cuando volvió al pitón izquierdo ya fue para tratar de resolver a la juliana manera, pero el toro sin ser un barrabás no era el tonto del bote y todo el dibujo se fue al garete. En su segundo, muchos pases sin obligar al toro y sin intentar corregirle sus defectos; poca chicha pero muy larga. Ese amagar y no dar de Morenito, que lo mismo un día encuentra su senda.

Antonio Nazaré vino a Madrid sin haber pasado por la barbería y el viento le movía los pelos que parecía aquello el anuncio de Pantene. Lo que trajo a Las Ventas fue su forma de torear tan fiel a sí misma y, por lo que a uno respecta, tan poco interesante. El toro que le cupo en primer lugar, Destinado, número 37, colorado y el más en tipo juampedrero del encierro, no podía ni con la penca del rabo, aunque el usía señor Cano no consideró oportuno mostrar el pañuelico verde, y Nazaré estuvo por allí echando el rato hasta que consideró el momento oportuno de despenar al infeliz toro. En su segundo, Salpicón, número 156, presentó idénticos argumentos que en el primero hasta que el toro se tragó una especie de naturales zarrapastrosos y el público, buena gente deseosa de ilusionarse con algo, le jaleó aquellos despropósitos sin mando, sin colocación, sin remate y sin utilidad como si fuesen oro molido. Para que luego digan que en Madrid mandan cuatro exigentes. El hombre se quedó sorprendido y repitió otra de lo mismo y cuando tenía en el cesto al público en vez de pegarle al toro un espadazo o intentar otra serie como las de antes, se creyó que por el derecho la cosa llegaría al paroxismo. El resultado es que la cosa se enfrió y cuando volvió a la izquierda a ver cómo arreglaba el desaguisado, ya nadie se acordaba de por qué le habían aplaudido con tanto frenesí unos minutos antes. Es justo reconocer que Nazaré, a ambos toros, les descubrió perfectamente la muerte echando la muleta abajo y sin salirse demasiado de la suerte para lo que se suele ver por ahí.

José Antonio Flor, de la cuadrilla de Nazaré, demostró lo importante que es saber montar a caballo para ser picador. Hizo la suerte bellamente, moviendo el penco con alegría, señaló dos puyazos bien puestos, en el primero de los cuales aguantó divinamente la oleada del toro defendiendo la montura y sin masacrarle al bicho.

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