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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

sábado, 21 de julio de 2018

Gallito: de la vida, el amor y la muerte / por Álvaro R. del Moral

Joselito delante de un lienzo de Guadalupe. La única imagen
 que existe de ambos (Archivo A.R.M.)


Joselito cayó en Talavera reconcomido por el amor imposible de Guadalupe Pablo-Romero. "Las convenciones sociales de la época se habían convertido en un muro infranqueable. Joselito lo tenía todo; menos la mujer que amaba. Quedaban tres años para la cita definitiva de Talavera de la Reina..", escribe en este apunte histórico Álvaro R. Del Moral, quien más adelante añade: "A Joselito le perdonaron pocas cosas en vida. Pero tampoco lo iban a hacer en su muerte. La nobleza y la poderosa burguesía agraria de la época, de alguna manera, se vengaron de la osadía de José Gómez Ortega, ese torero medio gitano que había desafiado a la mismísima Maestranza alentando la construcción de la efímera Monumental de San Bernardo o pretendido casarse con una niña de la clase". (Taurología)


Los convencionalismos que hicieron imposible su amor
Gallito: de la vida, el amor y la muerte

Álvaro R. del Moral / El Correo de Andalucía   
Sevilla, 29 de abril de 1917. En los salones altos del Ayuntamiento se había inaugurado una muestra pictórica que, bajo el título de Exposición Primaveral, reunía a las primeras firmas del panorama artístico del momento. Había sido organizada por la sección de Bellas Artes del Ateneo bajo la cuidada decoración de Gustavo Bacarisas y Eloy Zaragoza. En el extenso catálogo llamaban la atención los más de cuarenta cuadros firmados por García Ramos o los expuestos por Gonzalo Bilbao. Entre tantas y tantas obras, impregnadas de la inconfundible atmósfera regionalista de la época, había una, pintada por Miguel Ángel del Pino y Sardá, que retrataba a las señoritas María Hermosa, Leonor y Guadalupe Pablo Romero.

Eran las hijas de Felipe de Pablo–Romero y Llorente, heredero del primer ganadero de este apellido al frente de la mítica ganadería marismeña que aún lidia bajo la denominación de Partido de Resina. Pocos sabían –o no lo decían– en aquella sociedad estamental de la Sevilla de comienzos del siglo XX que Guadalupe era pretendida por José Gómez Ortega, el gran Joselito. Pero aquel amor, correspondido por la joven damita, también contaba con la firme oposición de la familia –el patriarca al frente– que no podía consentir que uno de los suyos llegara a emparentar con un simple matador de toros, por muy figura que fuera, que para más inri era medio gitano. José visitó aquella Exposición Primaveral y se hizo sacar una fotografía junto al retrato de las distinguidas hermanas Pablo–Romero. Es la única imagen que, de una forma u otra, se conserva de los dos enamorados juntos.

El periodista y escritor Paco Aguado, autorizado y definitivo biógrafo de Joselito, esbozaba algunas preguntas al respecto en su libro El rey de los toreros. «...resulta paradójico, cuando menos, siendo Joselito uno de los íntimos amigos del famoso criador de bravo sevillano, siempre con las puertas de su casa abiertas de par en par y con una estrecha relación tanto taurina como personal, que el ganadero no permitiera que aquella relación siguiera adelante». Las convenciones sociales de la época se habían convertido en un muro infranqueable. Joselito lo tenía todo; menos la mujer que amaba. Quedaban tres años para la cita definitiva de Talavera de la Reina...

Gallito afrontaba en 1917 su quinta temporada completa como matador de toros en plena competencia con Juan Belmonte, que al final de ese año se tomaría un descanso dejando a su amigo y rival en completa soledad al frente del timón del toreo. José ya era el rey de los matadores pero también empezaba a experimentar las amarguras que no le dejaron de acompañar hasta el final ¿Qué le pasaba a Joselito? El peso organizativo del toreo gravitaba sobre sus hombros pero la enfermedad irremediable de su madre, la bailaora Gabriela Ortega, terminó de sumirle en una honda postración que se acentuó con el fallecimiento de la matriarca de los Gallo en enero de 1919. Pero la vida, y la función, seguían. En esa tesitura, con parte de la prensa y la plaza de Madrid a la contra, aceptó el contrato de Talavera para congraciarse con Gregorio Corrochano, el influyente crítico del momento. Bailaor, el torete burriciego de la Viuda de Ortega, se cruzó en su camino aquel 16 de mayo de 1920. Todo se había consumado.

A Joselito le perdonaron pocas cosas en vida. Pero tampoco lo iban a hacer en su muerte. La nobleza y la poderosa burguesía agraria de la época, de alguna manera, se vengaron de la osadía de José Gómez Ortega, ese torero medio gitano que había desafiado a la mismísima Maestranza alentando la construcción de la efímera Monumental de San Bernardo o pretendido casarse con una niña de la clase. Aristócratas y labradores pusieron el grito en el cielo por la organización del funeral del diestro caído en la mismísima catedral de Sevilla.

Muñoz y Pabón, el imprescindible canónigo de Hinojos, los puso en su sitio con otro de sus memorables artículos publicados en El Correo de Andalucía en el que no dejó títere con cabeza. Aquel artículo le valió el regalo de la famosa pluma de oro sufragada por cuestación popular que entregó a la Virgen de la Esperanza Macarena, la misma que Rodríguez Ojeda había cubierto de gasas negras a la muerte del torero de Gelves. Guadalupe de Pablo–Romero sobrevivió 63 años a Gallito. Falleció el 5 de abril de 1983 en su casa de Los Remedios y nunca dejó de llevar flores a la tumba de José. Jamás se casó.

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