la suerte suprema

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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

domingo, 22 de mayo de 2022

San Isidro'22. "Gesto" o "emboscada" de Paco Ureña, que naufragó en un tinto de verano hecho con sangres juanpedreras. Márquez & Moore



El cartel

JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Hoy tocaba de nuevo salida a recoger saludos, en esta costumbre que se ha asentado en el día a día de Las Ventas, y como es natural siempre nos congratulamos de que la cosa haya sido de saludos y no de minuto de silencio por alguno que se haya muerto, que es la otra opción.

Hoy la cosa tenía hasta su justificación, pues eso de sacarle a saludar es lo que se suele hacer con un torero que se anuncia para matar seis toros. A esto de matar seis toros en solitario antes le llamaban “gesto” y ahora le llaman “encerrona”, vaya usted a saber por qué, que luego hablaremos de encerrona, y es una cosa que, vistos los resultados de la mayoría de las que hemos visto a lo largo de la vida, no se debería permitir.

El año 1970, uno tenía 12 años, Paco Camino se había quedado fuera de San Isidro y se brindó a matar él solo la Corrida de Beneficencia, donando sus emolumentos al Hospital General. En 2022, Paco Ureña había sido ninguneado por las empresas y propone matar él solo una corrida completa en San Isidro. Paco Camino vistió de carmesí y oro y Paco Ureña hoy ha vestido de carmesí y oro. Camino mató un toro de Juan Pedro Domecq y Ureña se anunció con uno de Juan Pedro Domecq, que fue expulsado por blandurrio. Esas dos cosas que se han dicho y el nombre de pila de ambos toreros es lo que tienen en común las dos tardes, separadas por cincuenta y dos años.

Decíamos que lo de “encerrona” en el sentido que la Academia da al término: “situación, preparada de antemano, en la que se consigue que una persona se vea obligada a afrontar algo inesperado o a obrar de determinada manera” no cuadra en absoluto para un ajuste que se ha verificado de manera deliberada y consciente por las diversas partes. Aquí lo que sería pertinente es hablar de emboscada, de la emboscada que le prepararon al torero o la que él mismo se ha preparado en primer lugar asumiendo este reto y en segundo lugar admitiendo el ganado que le han vendimiado para la ocasión. Para asumir el reto de encerrarse con seis toros en Madrid creo yo que se deben dar al menos y de manera imprescindible dos condiciones: la primera es tener un amplio repertorio de capote y la segunda ser un cañón con el estoque, que la cosa salga a seis estocadas si es posible. Camino pinchó dos veces al séptimo Domecq, el de regalo, pero citando a recibir, un respeto. Ureña ha dado un mitin espadero del que más vale ni acordarse, donde si nos ponemos generosos le podemos contar una buena estocada.

Para la cosa ganadera, vistan como vistan a esta mona vieja y ajada, lo que nos han deparado ha sido un festival de juampedreo travestido bajo los nombres de Domingo Hernández, José Vázquez, Juan Pedro Domecq (the one and only), Conde de Mayalde y Victoriano del Río. Todo eso, aunque hoy el programa no lo dijera por las cosas de la maquetación, se origina el malhadado día en que “Juan Pedro Domecq y Núñez de Villavicencio compró a principios de 1930 la ganadería del Duque de Veragua…” y por si a alguno se le había olvidado, aquí estamos para recordarlo. Los otros dos actorzuelos eran una bola de carne de La Ventana del Puerto, el clásico lisarnasio de la Calderilla, y uno de Adolfo Martín con el alma más negra que Henri Parot.

Respecto de Paco Ureña es de justicia recordar que la última feria de San Isidro antes del virus chino, la de 2019, descerrajó a ley la Puerta Grande de Madrid con los argumentos más sólidos del toreo, nada que ver con ese esperpéntico neo-toreo del día de ayer, el toreo de verdad, el de jugarse la femoral, frente al toreo de márketing a tanto alzado de todos los días. En ese sentido, un respeto, que comparar el cuajo con el que Ureña abre la Puerta Grande con las monerías de Tomás Rufo es como poner en plano de igualdad la sonata número 29 “Hammerklavier” de Beethoven con la musiquilla de cambiar el tercio a base de timbales y clarines.

Hecha esta pequeña salvedad ahora lo justo es decir que Ureña ha estado entre mal y muy mal en esta tarde de tanto compromiso y, probablemente, tanta necesidad. Acaso queriendo evocar a Camino, otra vez Camino, ensayó unas chicuelinas limpias y ceñidas y con eso ya habríamos reseñado lo interesante de su labor con el capote; en cuanto a la muleta, un inicio idéntico al de su tarde de Puerta Grande, incluso con el final mirando al tendido, que no le sale limpio y poco más. Lo del estoque ya se dijo antes. Muy magra la cosecha de toreo, la verdad sea dicha.

El primero fue el de la Ventana, más bien ventanuco por el volumen del astado. Se puso a bramar el pobre animal por darse importancia y un experto charro nos dijo que el bicho bramaba en lisardo. Tenía menos fuelle el lisarnasio que una gallina “pisá” y después de varias acometidas nobles y bondadosas al trapo de Ureña ya no podía más que dar cabezazos para expresar que no daba más de sí. Era esa su manera de demandar la eutanasia.
Una vez que los benhures de la mula se llevaron a rastras los despojos del ventanuco, para que la cosa no se enfriase, salió el de Domingo Hernández, que era la continuación de los seis malhadados del día precedente, la perfecta reedición del día de la marmota ganadera. Éste es el de las chicuelinas que dijimos antes. El bicho tenía como una jorobita, no morrillo, como hecha de bótox, que le sentaba como un tiro. La faena empieza en los medios por estatuarios y sigue por la izquierda en pases sin remate, sin alma. Luego la derecha y después de una destrocina de muleta, un par de naturales sueltos, ejecutados de frente, que es con lo que nos quedamos, por quedarnos con algo.

Ahora sale el de Adolfo, que tiene una pinta de borrachuzo pendenciero de taberna que tira para atrás. El aficionado y veterinario F. me dice: “a este le han zurrado en el campo de lo lindo” y algo debe ser ello porque el bicho tiene una mala uva y un resentimiento de mucha intensidad. Nos alegramos de ver, por fin, a un toro cuya misión en la vida no es la de echar una mano, pero también nos aflige ver que Ureña no pone en marcha las tretas precisas para hacerse con el animal, en cuyo pitón izquierdo está tatuada la palabra “muerte”. El Adolfo se entera una barbaridad, mira más que un inspector de Hacienda y en seguida se entera del truco de círculos en el que le quieren meter y decide que él tiene otras maneras de llevar el agua a su molino. Creo que el animal no humilló ni una sola vez. Toro para Manili, para Dámaso Gómez o para Paco Ruiz Miguel: no hay un solo torero del escalafón hoy día que pueda con él.

El del 9 de Aleas, actual Vázquez, es un cacho feo de lomo rectilínieo como los de las razas dedicadas a la producción cárnica y su comportamiento, casi lo mismo. Le lidia estupendamente Rafael Viotti y Ureña compone un desabrido pasodoble a base de pases sueltos, uno por aquí, otro por allá. Si decimos que el toro se le va, no faltamos a la verdad. El juampedro se fue al averno, a conocer la certera puntilla de don Juan Antonio Domínguez, y en su lugar salió el del Conde de Mayalde, que hace seis años nació en la paz campestre de El Castañar. Cuando Ureña toma la muleta, la nube negra que venía amenazando desde el sur se emplaza sobre Las Ventas y comienza a regar a los de los tendidos 10, 1 y 2. Los malhadados esos de la TV despliegan un toldo y los de los burladeros de gañote junto con los de los referidos tendidos ponen pies en polvorosa. En ese bullicio se inicia la faena sin que nadie le haga demasiado caso al matador. Cuando el agua alcanza al otro lado, a los tendidos 8,7,6 y 5 se produce una nueva huida y el torero, que se ha llevado al toro al 6, comienza a recibir unas descomunales muestras de apoyo, que más parecen de cachondeo, a base de unos ¡Oooooooooooooooolé!, algo desproporcionados porque los medios pases que le pega al Mayalde apenas justifican el entusiasmo, más achacable al hastío, a las libaciones y al influjo del dios Baco, que a las cosas del toreo propiamente dichas. La cosa es que también empiezan a caer almohadillas a mansalva por todas las partes de la Plaza, y entre los ¡Ooooooooooooolé! y las almohadillas ya ni se sabe lo que pasa, y cuando el torero le mete al toro una estocada hasta los gavilanes, mientras el animal se va a tablas a echarse, arrecia la caída de almohadillas y la petición de oreja. Un manicomio.

Cuando sale el sexto más de la mitad de los espectadores se han ido de sus localidades en los tendidos. Este sexto es una especie de novillo de Victoriano del Río que sale escopetado hacia el picador que hace puerta, pegando un trastazo de tal potencia al penco que desmonta violentamente a Pedro Iturralde, que cae de pie ante el propio toro. Se crea un desconcierto formidable a raíz de eso y nos entretenemos en contar a 17 personas en el ruedo entre los de oro, los de plata y los de la monería andante. El toro anda sin fijar y sin fijarse, lo que se dice a su bola, más bien en registro de ese manso que no quiere saber nada de aquello. Ureña no lo sujeta, ni le encuentra el terreno donde tratar de hacer algo, pero a esas horas ya toda la suerte está echada y el personal sólo quiere salir de la Plaza, a echar el rato con los amigos y comentar lo del quinto, por si hay algún psicólogo social que lo explique en la tertulia.


Y desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena
Mateo 27: 45


Lo del quinto


Lo del adolfo

ANDREW MOORE















FIN

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