Apostasía que reniega del fundamento y justificación moral del rito (la corrida). El toro muere cara a cara, vida por vida, públicamente; con reverencia, liturgia, identidad y oportunidad de defensa. En alegoría religiosa de la competencia biológica original, que mantuvimos, cuando éramos decentes, dignos y ecológicos (no ecologistas), con la naturaleza toda.
La muerte indigna
Jorge Arturo Díaz Reyes
CrónicaToros/X 31 2022
—¡Voto por el General López para que los diputados no sean asesinados! —dicen que clamó el senador Mariano Ospina Rodríguez hace 183 años en el congreso colombiano.
El general José Hilario López, conmilitón de Bolívar, veterano además de la guerra de independencia, de varias guerras civiles, entre las muchas que han jalonado nuestra historia, fue así electo presidente de la república por un cuatrienio, durante el cual abolió la esclavitud, expulsó los jesuitas y modernizó el estado, hasta donde pudo. Sin prohibir el toreo.
El poeta José Eusebio Caro, su indeclinable opositor, copartidario de Rodríguez, dedicó a esa elección estos duros versos…
La esposa del romano Colatino,
a verse impura prefirió morir,
los hombres del congreso granadino
besaron la mano al asesino
a trueque de vivir.
Tras lo cual debió exiliarse a Estados Unidos, de donde solo pudo volver para morir joven (37) en Santa Marta, cerca de donde había fallecido 23 años antes El Libertador.
Bueno. ¿Y qué tiene qué ver todo esto con los toros? Pues mucho, creo. Sobre todo, ahora, cuando el parlamento sucesor de aquel de 1849 se dispone a votar (¿mañana?) una sustitutiva del proyecto prohibicionista, la cual, a cambio de seguir con un espectáculo adulterado, “racionalizaría”, “morigeraría” la esencia del rito, mediante la muerte indigna del toro.
Misma que día tras día, sufren millones de animales en el mundo. El asesinato aleve, sórdido, a mansalva y sobreseguro, con ocultamiento, en los corrales o en el matadero, luego de haberlo burlado, y de paso, anticipar la extinción de la especie a corto plazo.
Apostasía que reniega del fundamento y justificación moral del rito (la corrida). El toro muere cara a cara, vida por vida, públicamente; con reverencia, liturgia, identidad y oportunidad de defensa. En alegoría religiosa de la competencia biológica original, que mantuvimos, cuando éramos decentes, dignos y ecológicos (no ecologistas), con la naturaleza toda.
Si los toros tuviesen uso de razón, libre albedrío y voz y voto, como presumen delirantemente los auto concesionarios del “derecho animal”, creo que hoy podrían mugir a coro, por todas las dehesas de la tierra, las rimas de Caro, increpando a los “taurinos” fementidos que quieren besar la mano de quienes pretenden asesinarles vilmente a trueque de vivir (su negocio).
Conmigo que no cuenten estos “morigeradores”. Además, creo que la oportunista y envalentonada mayoría parlamentaria tampoco les arrojará esas treinta monedas... Mejor así.
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