Hemos dado un paso de gigante en cuanto a los centros de enseñanza nos referimos, la prueba, insisto, son los chavales que salen de dichas “aulas” con la técnica aprendida, una afición desmedida y, respecto al arte o personalidad, allá cada cual porque eso viene de nacencia. Por dichas razones, siempre es grato acudir a las novilladas en las que, por lógica, nadie queda indiferente ante todo lo que sucede en el ruedo. Es más, a lo largo de nuestra piel de toro se organizan varios certámenes novilleriles que son la admiración hacia la profesión, la maravillosa tarea en la que unos hombres apasionados son capaces de jugarse la vida frente a un toro.
Podría nombrar a muchos novilleros, pero no lo haré por miedo a dejarme en el tintero, posiblemente, a quien más lo merece. Si digo que, genéricamente, el escalafón está repleto de chavales que nos siguen ilusionando. Es verdad que, por momentos, algunos de los jóvenes que empiezan se les adivina una sabiduría que, por momentos se traduce en frialdad. Pero ese es el mal menor. Y digo lo de frialdad porque muchos de los que empiezan su singladura como toreros, más que principiantes parecen doctos en el menester que ejercen por aquello de llevar muy bien la lección aprendida. Es cierto que, ante los novilleros, no hay volteretas como antaño porque, insisto, su capacidad como lidiadores ha ganado la batalla respecto a todos los inexpertos que antaño se enfrentaban por vez primera a un novillo.
Ahora todo es más cómodo, más pausado, más noble si se me apura y, lo que hemos perdido de encanto en lo que a misterio se refiere, lo hemos ganado en profesionalidad, cosa que no es desdeñable bajo ningún concepto. Me asombra ver a tantos chicos embelesados por querer ejercer la profesión más bella del mundo, a su vez, la más dramática y arriesgada, pero, de igual modo, la más incierta. Lo digo porque, hay cientos de chavales en todas las escuelas, invaden todos los certámenes que antes decíamos y, sus ilusiones son inquebrantables, algo que siempre es positivo para el toreo en su conjunto.
Tras mostrar toda mi admiración hacia este colectivo fantástico, tanto en lo que a los novilleros se refiere como a sus maestros, la única o gran pena que me invade es analizar lo que será el futuro de todos. Desdichadamente, los toros no tienen nada que ver con el fútbol puesto que, mientras en el deporte rey hay sitio para cientos, miles de chavales en todas las categorías en la que se juega al fútbol, dentro de la tauromaquia, la misma no deja de ser un coto cerrado en el que ser torero o si se me apura, ser figura del toreo, es más difícil que ser Papa.
Tengo claro que todos los chavales lo tienen asumido; todos saben que, de alguna u otra manera tendrán que esperar que se produzca el milagro, pero es una pena unos jóvenes con aptitudes más que suficientes para la profesión no la puedan desarrollar por falta de puestos de “trabajo”. Pese a la dureza que lleva consigo esta profesión tan arriesgada como apasionante, sabedor de todo lo que se cuece entre las bambalinas del toreo, pese a todo quiero felicitar a todos los chicos que intentan ser toreros y a sus profesores que, en realidad, están haciendo una labor fantástica; no ya con la pedagogía taurina que es fundamentalmente su labor, aunque más allá de todo, con éxitos o sin ellos, en las escuelas se están formando hombres válidos que, aunque no triunfen como toreros, siempre tendrán el orgullo de haber aprendido la gran lección de vida que allí han recibido.
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