'Era una despedida más de Ponce, esta vez de una de sus plazas preferidas, Almería, en la que ya está siendo irremediablemente su temporada del adiós definitivo. Y como viene siendo habitual, con lección magistral...'
Almería.- Primera de la Feria de la Virgen del Mar
ORTEGA, EL TRIUNFO DE LA SOLEMNIDAD EN TARDE DE DESMESURADOS RECONOCIMIENTOS
Juan Miguel Núñez Batlles
Los tres toreros a hombros, los tres. Pero para contarlo, y entenderlo, conviene ir por partes.
Era una despedida más de Ponce, esta vez de una de sus plazas preferidas, Almería, en la que ya está siendo irremediablemente su temporada del adiós definitivo. Y como viene siendo habitual, con lección magistral.
El público, alegre y amable como todos los símbolos que denotan el carácter y la personalidad de esta espléndida tierra, se volcó con él, en justa correspondencia al talento y el esfuerzo del torero, a su maestría en suma.
Su primer toro, dócil sobre todo por el pitón derecho, se lo puso muy fácil en todo. Y se empleó por ahí Ponce, en series cada vez más largas y mejor conjuntadas salpicadas a su vez por trincheras y cambios de mano, espaldinas y molinetes invertidos, todo un repertorio de "alegrías" con su habitual final por poncinas. Dos orejas por unanimidad aunque apenas se vio por naturales. En el cuarto, el llamado toro "de la merienda", con menos empuje el animal, y el público todavía en pleno avituallamiento, no hubo tanta pasión. Ponce, que había brindado a su actual amor -Ana, guapísima, en barrera y muy piropeada por sus paisanos- tuvo que echar las dos rodillas a tierra para medio interesar en una labor tan larga como poco profunda. Asi y todo, y con pinchazo previo a una estocada baja con derrame, y a pesar también de no haber suficientes pañuelos, el presidente le concedió otra oreja. Y aún más, el público ya "calentito" acabaría metiéndose "en fiesta" para cantarle a capela lo del "adiós con el corazón...". Despedida finalmente emotiva.
Pero lo más sobresaliente y distinguido de la tarde en lo taurino llevó la firma de Juan Ortega.
Qué despacio y solemne toreó este Ortega al buen segundo. Capote de exquisita majestad. Y muleta lenta, llevándolo "cosido" y largo, no obstante, dejándoselo cerca por ese milagro indefectible de la línea curva, punto conmovedor a las series, y además por los dos pitones. Nada de florituras. Lo más puro, clásico y auténtico de la función. Estocada arriba y fulminante, y dos orejas de verdad. Tan de verdad que le pidieron también el rabo con mucha fuerza. Ya en el quinto no pudo ser. El toro, el garbanzo negro del envío, reponía y en ocasiones también perdía las manos. No hubo forma humana ni torera de redondear.
No hay que quitarle mérito a Roca Rey, por su manera de fajarse con los toros, su entrega absoluta en la interpretación de las suertes, la emoción que lleva al tendido. Pero lo suyo lleva el barniz de la quincalla, un poco o más de baratija. Preocupado de "montarse" en el toro, y para ello optando por las cercanías. Tendente desde el primer muletazo a cortarle el viaje, y así se fue parando el toro. Ahí llegó el consabido arrimón, en ambiente de frenesí. Manda el pueblo y obedece el presidente. Eso: dos orejas "de pueblo". Y más, que no mejor, en el último. Volvió a entusiasmar el peruano en el toreo de cercanías. El toro, bravo y con calidad, como prácticamente todos sus hermanos, prestó mucho. Y le dieron la oreja al torero, faltaría más.
FICHA DEL FESTEJO.- Toros de El Parralejo, sustitutos de los inicialmente previstos, tres y tres, de Daniel Ruiz y de Moreno Pérez-Tabernero. Corrida en tipo, de buena presencia para plaza de segunda, y de buen juego. Bravos en el caballo y nobles en la muleta. Sólo desentonó el flojo y deslucido quinto. Todos los demás arrastres, ovacionados.
Enrique Ponce: estocada casi entera
(dos orejas); y pinchazo y estocada baja con derrame (aviso y oreja, con dos vueltas al ruedo).
Juan Ortega: buena estocada (dos orejas y petición de rabo); y estocada (ovación).
Roca Rey: estocada trasera (dos orejas); y pinchazo, estocada y descabello (aviso y oreja).
La Plaza tuvo más de tres cuartos en tarde de calor soportable a la sombra.
Tras el paseíllo y con las cuadrillas aún sin romper filas, con toda la plaza en pie y enmedio de un respetuoso silencio, sonó el Himno Nacional. Y a continuación saludó Enrique Ponce unos cariñosos aplausos como reconocimiento por su carrera, en el adiós a esta plaza. Asimismo y seguidamente salieron los otros dos espadas a corresponder la tradicional ovación del público almeriense antes de dar comienzo la función.
Tarde, no hace falta decir, de grandes beneplácitos.
Gran tarde de triunfos en Almería.
ResponderEliminarMe alegra infinito que, en la tierra del amor y de la luz, la Fiesta, haya sido un homenaje a la alegría felicidades almerienses!
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