Durante las últimas semanas se ha producido un aluvión de indultos.
Desde que Román lograse el de “Escondido”, en el cierre de la Feria de Julio de
Valencia, varios más son los que se han concedido en plazas tan distintas como
la de Huelva o la peruana de Ollaechea ¿Todos razonables y justificados?.
Eso es ya discutible, empezando por una cuestión de lógica: no
se tienen suficientes elementos de juicio como para determinar
con total seguridad si se obró con arreglo a la norma, el Reglamento, si se atendió al sentido común o si se actuó en pos de obtener notoriedad y publicidad gracias a una acción que por su propia
naturaleza debe ser excepcional y no tan frecuente.
La cadena se inició con “Escondido”, un toro de Santiago Domecq
que se dejó de sobrero en Sevilla y que encontró la vida en el coso
de Monleón. El propio Román repitió la suerte pocos días después a
miles de kilómetros y en un ambiente totalmente distinto, en la
plaza peruana de Ollaechea, en un festejo en el que los hubo a
pares, pues Joaquín Galdós ya había conseguido que se perdonase la
vida a su primer toro, también con el hierro de la ganadería nativa
Los Azahares.
Un día antes, en Azpeitia, Jesús Enrique Colombo fue quien indultó
a un ejemplar de Murteira Grave, y, el día anterior, en Huelva David de Miranda ponía la guinda a su actuación como único espada en la feria de las Colombinas e indultaba a “Barba Verde”, un
ejemplar de José Luis Pereda a quien el torero de
Trigueros había brindado su lidia de manera
premonitoria.
Y, también el día 3 de agosto, en la plaza
almeriense de Berja, El Fandi hizo que
asomase el pañuelo naranja para que no
se matase a un toro de Fuente Ymbro.
Un indulto cada dos días
No quiere decir esto que se tome ya esta gracia como algo poco
serio, repito que el indulto se contempla como algo extraordinario y
para toros de similar comportamiento, sino que de suceder de
forma tan frecuente se corre el riesgo de que no se llegue a valorar
en su verdadera dimensión ni el hecho ni la calidad del agraciado.
De tanto repetir su milagro San Dimas cada jueves al final ya nadie
le hacía caso al pobre Pepe Isbert, que hacía el papel del supuesto
santo en aquella película de Berlanga.
Esta medida tan especial conlleva, casi de manera inevitable, una
polémica acerca de su concesión, siendo la pelea en varas el quid de
la cuestión. No ha apretado en el caballo. Ha entrado sólo una vez
al peto. Ha perdido las manos a la salida de la vara... son argumentos que se esgrimen de manera ya mecánica y repetitiva cada vez
que se atiende a una petición de indulto. Lo que revela una de las
claves del mismo: el toro indultado debe haber mostrado una actitud excelente en todos y cada uno de los tercios de su lidia. Y ahí
surgen ya esos comentarios que tratan de rebatir la merced. Alguien
dijo que en caso de duda, cuando se tramita la petición y hay posturas encontradas habría que sacar de nuevo al piquero y dejar que el
animal fuese otra vez al penco...
Por otra parte hay que tener en cuenta que ahora ya no se cría a un
toro para que luzca en la primera suerte, sino que su fin está en
durar en la faena de muleta. Un toro al que se machaque en el primer tercio, al que no se le mida el castigo en la puya, tiene menos
durabilidad cuando no sale ya roto de ese primer trance y por ende
muchas menos opciones de lucir en el tercio de muerte. Si se le ahorra sangre en su trato con la cabalgadura, en la muleta tendrá más
fuelle y evidenciará mejor son. ¿Hay que reducir más la suerte de
varas para que se consiga un indulto? ¿Se podría conceder para un
animal que se haya dejado el alma contra el peto y no pueda ya con
el rabo al llegar al último tercio? ¿Está preparado el público de hoy
para admitir otro tipo de toro que no tenga las grandes dosis de manejabilidad que exhibe la inmensa mayoría de los que salen por toriles? ¿Lo admitirían las figuras? ¿Lo consentirían sus mentores?
Lo que sí parece razonable, como en la justicia humana, es que en
caso de no estar las pruebas claras siempre se actúe a favor del acusado. In dubio pro reo, principio general del derecho, bien podría
convertirse en in dubio pro tauro o in dubio tauro favete; cuando haya dudas, mejor dejarlo que viva que matarlo. Y que se explique
y argumente...
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