Fue el preámbulo de un fastidioso y plúmbeo espectáculo apenas aliviado, en los estrictamente taurino, por pasajes sueltos de una afanosa faena de Roca Rey con un quinto toro muy cabezón, el más entero de los seis y el único que se empleó medio en serio y por abajo. Y aliviado, además, por los buenos apuntes y el asiento de Pablo Aguado en el toreo no del todo consumado a la verónica y por sus buenas maneras en dos faenas firmes pero sin el hilván preciso. Puestos a hacer distingos, el lote de Aguado fue el de peor nota.
La primera mitad de corrida fue una desdicha. Los cinco minutos con que se inició el paseíllo, el prólogo obligado en Vista Alegre para el torero que lo hace por última vez -el aurresku ceremonial bailado por un dantzari frente las cuadrillas- y un calor casi pegajoso se dejaron sentir como lastre añadido al pésimo juego del segundo y el tercer toro, brindados uno y otro por Roca Rey y Pablo Aguado al propio Ponce, como obligaba el protocolo y sin tener en cuenta la condición del enemigo.
El tercio de varas en el turno de Roca fue mera ficción y el toro se paró antes de las docena de embestidas contadas: las seis de una apertura por estatuarios abrochados con el natural y el de pecho, y las cinco de una tanda con la diestra de trazo largo y de nuevo el remate notable de pecho. Sin gota de sangre brava, se paró después el toro, que fue, además, bastante mirón. El toro de Aguado, corretón de partida, se rebrincó y apagó sin remedio. Se resistió lo indecible a acudir al caballo. La corrida toda sin excepción, las dos mitades, se lidió en varas con manifiesta desidia. La tropa, mal colocada; el matador, a la derecha del caballo; muchos capotazos de más; una llamativa falta de resolución.
Ponce brindó desde la boca de riego el cuarto toro, el último de su larga carrera en Bilbao entre 1991 y 2019, carrera sembrada de momentos memorables. Antes del brindis, y ya picado el toro, Ponce le pegó diez o doce capotazos anestésicos, de doma y reducción, que tuvieron efectos perniciosos.
Tronchado y molido, el toro claudicó más de una vez, no tuvo una sola embestida larga, no terminó de pasar. Pese a eso, Ponce se empeñó en otro largo trasteo sin brillo ni eco. Un pinchazo, un aviso y palmas cordiales que Ponce salió a recoger a los medios, desde donde se prodigó en reverencias y abrazos que provocaron una ovación de trueno y una vuelta al ruedo rápida pero con una propina inesperada: antes de terminar el recorrido, Ponce estrechó las manos del torilero y sus ayudantes y, luego, fue uno por uno estrechando las de los ocho areneros. El gesto levantó oleadas de aplausos.
Cumplidos los fastos, Roca Rey salió al ataque con el quinto, listo para darle le vuelta a la tortilla con el único toro que mal que bien peleó. Una apertura ligada de rodillas tuvo efecto despertador. Luego, una faena desigual, de trazo algo brusco por la mano derecha, sin parar pies con la izquierda y rematando tandas con soberbios pases de pecho. Roca buscó con éxito el arrimón. No consintió el toro. Unas manoletinas ceñidas antes de la igualada, un pinchazo en la suerte contraria y un sopapo.
Aguado se esmeró sereno con un sexto mole sin gasolina, un puro muermo. Llamó la atención su actitud formal. Más de dos horas y media de festejo. Duro de soportar.
Galería Gráfica: Andrew Moore
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