Aarón Palacio
El novillero zaragozano sorprende y cautiva con su determinación, su valor y su sentido del toreo.
2ª de las Corridas Generales
LA REVELACIÓN DE AARÓN PALACIO
Bilbao, 19 ago. (COLPISA, Barquerito)
Bilbao. 2ª de las Corridas Generales. 2.500 almas. Templado. Dos horas y cincuenta minutos de función.
Seis novillos de José Cruz (Rafael Cruz Iribarren). El primero bis, sobrero.
Roberto Martín “Jarocho”, oreja y silencio tras aviso. Aarón Palacio, saludos tras aviso y una oreja. Javier Zulueta, saludos y silencio.
CASI TRES horas en los toros. Cinco minutos de retraso antes de empezar, paseíllo pisando huevos, morosas y artificiosas maniobras de los alguacilillos, que se estrenaban, transiciones lentísimas entre toro y toro, solamente dos avisos, una devolución demorada de un primer novillo manifiestamente inválido, un sobrero: queda por resolver el misterio de cómo pudo irse tanto tiempo. No se sabe por qué el reloj de la plaza va con cinco minutos de retraso. Se acabará sabiendo. O no.
En medio de tanto tiempo perdido, la revelación de un novillero, Aarón Palacio, que lo tiene todo. Valor sereno, cabeza, ambición y un sentido del toreo nada común. El tapado del cartel, el menos placeado. No se hizo esperar. Salió a quitar por altaneras en su turno de quites con el sobrero, el de más peso y el mejor hecho de la cuajada novillada de José Cruz. Un quite mixto que cose la tafallera con la chicuelina, vistoso, del repertorio mexicano. De la reunión en la segunda chicuelina salió Aarón prendido, volteado y dolorido. Cojeaba al incorporarse y cojeando ligeramente estuvo hasta el final de la corrida. Vendado el tobillo derecho.
El quite, frustrado, fue una declaración de intenciones confirmadas en seguida. Una larga cambiada de rodillas en tablas para recibir al primero de lote, colorado y brocho, que atacó por los pechos el caballo de pica y estuvo a punto de volverlo. Antes de varas, Aarón le había pegado cinco lances bien tirados. Al rematar con revolera, se tropezó, salió indemne.
Duro de manos, el toro fue en la muleta de conducta variable. Probón. cabeceó, llegó a aplomarse y tardear. Fría la cabeza, encajado, muy firme, Aarón le buscó las vueltas, le ganó por la mano la partida, aguantó cuando se le paró hasta dos veces y, recompensa para su paciencia, lo acabó enganchando por el hocico y, tirando a pulso de él, cobró embraguetado con la mano izquierda muletazos de factura y ajuste impecables. La determinación fue clave en una faena de sorprendentes conocimientos. Muy laboriosa la igualada, una estocada delantera y defectuosa, rueda de peones, cuatro golpes de cruceta con arreón defensivo del toro aculado en tablas y un aviso. Pero quienes habían visto lo visto sacaron a Aarón a saludar al tercio.
Tocó esperar poco más de un toro para verlo volver a escena. Un quite al cuarto por tafalleras, tres, con remate de media cordobina, la media verónica inversa, un lance de recurso. Ese cuarto, mansote, de ir y venir a su aire, sin emplearse, la cara. arriba, fue con el sexto el de peor nota de la corrida. Entre uno y otro, un quinto que iba a llevarse la faena de la tarde. La confirmación corregida y aumentada de la promesa primera de Aarón Palacio, que se fue a porta gayola para librar la larga preceptiva -le vino el toro cruzado y resolvió con reflejos- y cobrar en tablas dos largas afaroladas de rodillas y, tras ella, tres verónicas encajadas, sueltas y limpias, media y revolera. Y, al cabo, un espléndido trabajo de caros méritos. Rebrincado, desganado, parado, el toro cabeceó, protestó, se quedó a mitad de suerte. Faena de consentir y tragar sin gestos de más, de recursos, determinada, poderosa, de verdad templada, ni un mero enganchón. Antes de la igualada, toreo frontal muy celebrado. Una estocada delantera. Una oreja. La vuelta al ruedo, cojeando.
El sobrero, enmorrillado, de seria conducta, fue el mejor de todos. En los medios fue casi entera una faena de Jarocho demasiado morosa, despegadita por la mano diestra, mucho más lograda en dos últimas tandas de naturales. Por la mano buena del toro y del propio Jarocho. Una estocada desprendida y ladeada. Cumplidor con el cuarto, pero nada fino con la espada: una estocada atravesada y cuatro pinchazos.
El secreto a voces era el nombre de Javier Zulueta. Un exceso de formalidad, pero sentido del compás y compostura más que evidentes, a pesar de pecar de ligero con un tercero frágil de partida pero que se empleó sin duelo y de verse obligado a abreviar con un sexto aplomado de agónicas embestidas. Atravesó con la espada al tercero. Se ofuscó con el descabello después.
Fotografía: Andrew Moore
Javier Zulueta
Jarocho
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