-Fotografía: Santiago Celestino-
Las zapatillas de José Tomás
"...José Tomás lo sabe. Sabe que está solo y se le eriza el alma. Cuantas más corridas… menos sangre y más silencio. Sólo hablan sus zapatillas..."
Santiago Celestino Pérez Jiménez***
Valencia, 22 de Julio de 2011.-
El mito surge de la leyenda no de la historia. Nace de la imaginación creadora y no de la observación. Don Quijote, Don Juan y Celestina viven en nuestras almas. Tanto el soñador como el burlador o la embaucadora se sirven de la palabra. Sin embargo, en los toros se habla de la sabiduría del silencio. José Tomás, el torero del silencio, en palabras de Luis María Anson, revolucionó la temporada taurina de 2007. Desde su reaparición, el 17 de junio en Barcelona, fue portada de periódicos nacionales e internacionales como The Wall Street Journal; abrió los informativos y programas del corazón; llenó las plazas y las carteras de los reventas con las barreras a 1.500 euros. Todo, fruto de su toreo, de su sangre y de su silencio. Gracias a la sensibilidad y el acierto de Simón Casas, José Tomás resucita para el toreo en la próxima Feria de Julio y convierte a Valencia en el epicentro del planeta taurino.
Como los héroes de Shakespeare y Cervantes, Hamlet y Don Quijote, El Juli y José Tomás se retaron en Ávila. Tarde en la que Ponce se cayó del cartel. Frente al idealista que obra, ganó El Juli que piensa y analiza y perdió la Fiesta porque faltó el toro. Esperemos que no se incurra en el mismo error y la corrida de El Pilar tenga las hechuras y el trapío que exige una plaza de primera como Valencia.
José Tomas tiene alma quijotesca. Un hombre de ojeras incoloras con miedo a ser un náufrago solitario. Un torero al que sus ideales lo empujan al sacrificio. El público lo ve como una fría máquina sin sangre al servicio de la muerte. Linares siempre Linares y Manolete, su ídolo. Si Manolete es el búho con un halo de trágico unamuniano, José Tomás es el quetzal, un pájaro maravilloso, en vías de extinción, con pecho rojo, el cuerpo de un verde tornasolado y con una enorme cola rizada. Es el símbolo de la libertad porque cautivo, muere. Muerte que rondó a José Tomas en la plaza de toros de Aguascalientes, patria del quetzal cuando México se llamaba Tenochtitlán, la tarde del 25 de abril de 2010.
“Abril el mes más cruel, criando / lilas de la tierra muerta, mezclando / memoria y deseo, avivando / raíces sombrías con lluvias de primavera”, canta el poeta T. S. Eliot. Resulta curioso que esa tarde de primavera, igual que el día de Ávila, José Tomás luciera un terno grana y oro, con faja y corbatín verdes. Sí, los colores del quetzal.
Llega el momento de la verdad que en los toros es sinónimo de muerte. José Tomás renace para el toreo el 23 de julio en Valencia. En él confluyen dolor y gozo, materia y espíritu, creación y destrucción. Acertaba el maestro Luis Francisco Esplá al señalar en su artículo “Esto me está matando”, publicado en El País el 9 de junio de 2007, que el alma del torero tiene algo de zapatilla gastada. Y añadía: “Cuantas más corridas… más experiencia, sí, pero menos suela”. José Tomás lo sabe. Sabe que está solo y se le eriza el alma. Cuantas más corridas… menos sangre y más silencio. Sólo hablan sus zapatillas.
Firmado: Santiago Celestino Pérez Jiménez. Profesor de Crítica Literaria de la Universidad CEU Cardenal Herrera de Valencia.
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