"...Cruel, inhumano, morboso -si se quiere- pero es lo que la feligresía espera del torero y se lo agradece apasionadamente desatando la locura y refundando “la tomatosis” más ultra..."
Por Pedro Javier Cáceres
24 de Julio de 2011.-
JT no defraudó, todo lo contrario. La falta de sitio que afloró en su primero provocando razonables dudas fue compensada en su segundo con una entrega total, desnuda, con ninguna base técnica, que nos retrotrae a los dos primeros años de su anterior reaparición (2007 y 2008) preñando de dramatismo y olor a cloroformo el coso de la calle de Xátiva.
Cruel, inhumano, morboso -si se quiere- pero es lo que la feligresía espera del torero y se lo agradece apasionadamente desatando la locura y refundando “la tomatosis” más ultra.
Pocos se hubieran conformado con el JT de la excelencia, gusto y temple, de la pureza en la lidia y el arte de torear que destiló en 2009, que hizo abdicar de las peregrinaciones a muchos y que intentó en su primer toro, sin conseguirlo, sin más reconocimiento que el cariño propio de las adhesiones inquebrantables cuando al ídolo no le salen las cosas como él pretende y palpa que el “cliente” quiere guerra, y no fría.
Así el comienzo de su labor en el segundo fue de sacrificio personal en aras de no defraudar los presupuestos de espectáculo preconcebido de casi todos los 9.000 feligreses que esperaban con avidez ese guiño de épica.
El toro era un tren, en velocidad, más si se le regalaba “carrerilla”; y se la concedió; se puso entre las vías, como un poste las piernas, como escayola las manos, chufló el tren para que se apartara, le pegara un “toque” con la muleta, o en el último tranco sacar esa mano escayolada; o no hubo tiempo, o no hubo cálculo, o el tren se desenfocó con las “largas” provocadas por las lentejuelas del vestido, o que como el baturro en burro “chufla, chufla, que como no te apartes tu”...la colisión fue brutal, más de uno tenía la entrada pagada.
Tras unos minutos de confusión y comprobar que por fortuna no había cornada y atenuada la conmoción del torero entre barreras, la disposición predominaba sobre la elección de la colocación, terrenos y distancias idóneas para sacar partido artístico a la noble agresividad del animal, pero esa situación provocaba coladas y arreones que ante el aguante estoico del torero intentando acompañarlo con la muleta, a veces con ayuda, otras desnuda, nunca gobernado ni traído toreado, producía esa emoción desenfrenada de pasar de temerse lo peor y respirar de alivio, como un bucle, en apenas segundos -o décimas- quince, o veinte, veces.
Misión cumplida, guerrero a salvo y ejército orgulloso y compensado con creces por tan descarnada entrega con nula estrategia militar para ganar esta batalla. Por poner un parangón, es la diferencia entre Viriato y Rommel o Petain.
Faenas de tal corte se denominaron, toda la vida, tremendistas, pero desde que irrumpió JT el vocablo es tabú.
La rúbrica de la espada quedó despeñada pero de efectos rápidos y la “torcida” quiso la máxima recompensa para el torero y para ellos mismos, para poder contarlo, porque los fans también tienen sus corazoncito y su poco de egoísmo, que no es todo altruismo puro y duro.
El presidente, un observador minucioso del reglamento, acosado durante años por prensa local y nacional más los notables locales instándole a que está ahí para preservar la categoría de la plaza, y en función de su única responsabilidad para conceder la segunda oreja, no lo hizo y la bronca fue de esas de derbi futbolero, con todo el coso de equipo local insultando al árbitro por no conceder un gol que el estimó fuera de juego previo y que con la espada el balón no entró.
Ya se ganaba el partido pero en toros dos goles son laureada de PG y condecoración de “foto”.
El debate se abrió en Madrid y hay una propuesta para el nuevo reglamento valenciano sobre el endurecimiento de corte de número de orejas que den visa para abrir la PG, pero me da que los hechos de ayer, no sólo no van a propiciar una discusión sino mociones a favor para casos excepcionales, por ejemplo: por cojones, cuando quiera la masa poder salir en hombros por dicha puerta con una oreja o con saludos desde el tercio, o con una ovación, según y cómo sea la temperatura ambiente.
El joven Saldívar se había adelantado a JT en el tercero con un patrón de labor similar a las clásicas épicas del maestro de Galapagar.
Tuvo además dos buenos toros, sobremanera el gran sexto.
Pero la responsabilidad de la tarde le hizo, atenazado, cambiar ideas para ejecutar el arte de torear por pasión, frescura, disposición y todos los ingredientes del ¡ay! ¡uy! dio sus frutos en el primero y más en el sexto cuando la versión original había provocado en el toro anterior un tumulto de grandes dimensiones.
Saldívar siguió la vereda, el toro se fue sin más honor que algunas palmas, pero el objetivo estaba cumplido, otra oreja y en la tarde de JT la PG fue suya.
Víctor Puerto no fue a la guerra. Pero su técnica fue taimada y tampoco su lote era la “alegría de la huerta”. Correcta, por discreta, actuación de a quien le tocó ir por delante de JT en sustitución de Juan Mora, a quien tardes así, unos pocos sí le echamos de menos. ¡Lástima!
La víspera
Ante tanta embriaguez de “tomatosis” unos pocos cabales, con sensatez, mascullaban por lo bajo, no fueran a ser objeto de estigmatización o algo más, que todo el dispositivo logístico y aparato propagandista desde que se anunció la reaparición del “monstruo” volcados en exclusiva hacia su figura como único soporte de la feria, era una falta de respeto, más que ninguneo, desprecio, a las tres grandes figuras que voluntariamente se habían prestado -por un plus de honorarios y derecho al mangoneo de corrales- a hacer de teloneros.
Muchos de esos pocos esperábamos una reacción delante del toro esa tarde de víspera que entraban en turno, y lo que la mayoría guardó para la tarde del sábado (hora en el estilista para pelo, manicura, pedicura, axilas e ingles, hacer venir de Madrid al sastre de cabecera para la última prueba del terno de efemérides) otros, ilusos, lo adelantamos 24 horas en la creencia que “el toro pondría a cada uno en su sitio”.
¡Joder! Que si los puso, porque no hubo toros.
Un simulacro de corrida de Garcigrande fue la opción de gran comodidad que decidieron Ponce, El Juli y Manzanares poniendo en cuarentena la grandeza y el orgullo torero que siempre definió a una figura, más cuando les están pisoteando, sibilinamente - cierto-, esa condición reduciendo la tauromaquia al monopolio de un solo espada, por grande que éste sea.
No hubo toros, dicho está.
No se esmeraron que los hubiera, pero tampoco las figuras dieron la talla como tal con los animalejos. Como si sufrieran el síndrome del día de antes.
Ponce no se inventó, como era habitual en él, más en Valencia, un primero cruzado con burra. Sí estuvo bien en su segundo tras una larguísima faena pero se arrugó con la espada.
El Juli se entregó con un animal complicado, pero ni el torillo decía nada a los tendidos ni estos quisieron, injustamente enterarse. En el quinto, malo y peligroso, con un “imbécil” vociferando en el tendido, El Juli, extrañamente, se afligió, o mejor dicho empanó sus ideas. Y Manzanares, más sagaz, con un poco de empaque -para lo que no hace falta esconder la pierna de salida de forma tan contumaz como viciosa- y un tanto de recurso y efectismo a la hora de matar en la suerte del encuentro, consiguió cortar una oreja a cada uno, independientemente que tanto ensayar el supuesto “recibir” se le ladeara el punto de mira y las espadas entraran por la variante.
Alguien, conociendo el paño, pensará que el último cepillado de la alfombra roja sobre la que asegurar el triunfo de José Tomás en su reaparición era reventar la corrida de las figuras, artesanía en la que hay verdaderos expertos pero no hizo falta.
La corrida la habían reventado ellos, las figuras del cartel, desde que se anunciaron de tal guisa, con premeditación y, si no alevosía, sí asumiendo su condición acomodaticia propia de segundones; digamos,en época de ciclismo, los ’Poulidor’ de turno en la era Anquetil o en fase doméstica los ’Perez Francés’ de la época de Bahamontes.
Y como titula un diario, José Tomás reventó el toreo.
José Tomás es lo que es por sí mismo, un extraordinario torero.
Pero sus colegas se lo ponen más fácil que los lacayos a Fernando VII las bolas o, los medradores de la época, las truchas y los salmones a Franco.
En clave política y en Valencia: si a Camps le han arruinado su carrera tres birrias de trajes; tres de las figuras emblemáticas de la tauromaquia, y dos de ellas, de época e históricas, han despilfarrado -después de tirar del carro muchos años con temporadas de La Magdalena a El Pilar, matar de casi todo, en todas las plazas y con todos los compañeros; protagonizar gestos y gestas, heroicidades, sufrir cornadas...- una ocasión mollar ( en el lugar y fecha indicada) de callar bocas, ridiculizar el exclusivismo y su propaganda, para, ante la convulsión y confusión de la reaparición de José Tomás en plazas y carteles de perfil bajo y en temporada menguada, asir el cetro del toreo sin discusión ni debates estériles, voluntaristas, o club de fans de neoaficionados o advenedizos.
Todo por una “detritus” de corrida de toros. Escogida por ellos, si es que había alguna duda.
Es posible que lo sienta yo más, y algunos como yo, que ellos mismos.
¡Se torero y juégate la vida! Para esto.
En clave italiana: ¡Piove, porco governo! ¡grande miseria!
PD.-
Acaparado todo por la reaparición, parece que ni existió feria, ni toreros que la alimentaran por mucho que Alberto Aguilar estuviera soberbio, lo mejor del serial virtual, que José Calvo diera una gran dimensión de torero de calidad, que el hierro de La Quinta marcara el señuelo de lo que es un toro.
Efímero fue el cariño -más que reconocimiento efusivo- por Vicente Barrera, icono de la valencianía oficialista, de muy digna y densa carrera, al que facilitaron la foto íntima de recuerdo de su última tarde saliendo en hombros de un par, o tres, capitalistas, con los tendidos en diáspora.
Como desapercibida pasó la oreja de un compuesto El Cid en tan solo uno de sus toros -tampoco fue de las de enmarcar, dicha oreja-, e inédito quedó el joven Luque que, dicho sea de paso, tampoco hizo mucho por significarse. Todo con un corrida de Juan Pedro bondadosa, un punto feble, muy para estar desahogados los toreros, pero al límite de todo lo que deber ser o parecerse una corrida de toros; más en un feria preconcebidamente fantasma.
Cruel, inhumano, morboso -si se quiere- pero es lo que la feligresía espera del torero y se lo agradece apasionadamente desatando la locura y refundando “la tomatosis” más ultra.
Pocos se hubieran conformado con el JT de la excelencia, gusto y temple, de la pureza en la lidia y el arte de torear que destiló en 2009, que hizo abdicar de las peregrinaciones a muchos y que intentó en su primer toro, sin conseguirlo, sin más reconocimiento que el cariño propio de las adhesiones inquebrantables cuando al ídolo no le salen las cosas como él pretende y palpa que el “cliente” quiere guerra, y no fría.
Así el comienzo de su labor en el segundo fue de sacrificio personal en aras de no defraudar los presupuestos de espectáculo preconcebido de casi todos los 9.000 feligreses que esperaban con avidez ese guiño de épica.
El toro era un tren, en velocidad, más si se le regalaba “carrerilla”; y se la concedió; se puso entre las vías, como un poste las piernas, como escayola las manos, chufló el tren para que se apartara, le pegara un “toque” con la muleta, o en el último tranco sacar esa mano escayolada; o no hubo tiempo, o no hubo cálculo, o el tren se desenfocó con las “largas” provocadas por las lentejuelas del vestido, o que como el baturro en burro “chufla, chufla, que como no te apartes tu”...la colisión fue brutal, más de uno tenía la entrada pagada.
Tras unos minutos de confusión y comprobar que por fortuna no había cornada y atenuada la conmoción del torero entre barreras, la disposición predominaba sobre la elección de la colocación, terrenos y distancias idóneas para sacar partido artístico a la noble agresividad del animal, pero esa situación provocaba coladas y arreones que ante el aguante estoico del torero intentando acompañarlo con la muleta, a veces con ayuda, otras desnuda, nunca gobernado ni traído toreado, producía esa emoción desenfrenada de pasar de temerse lo peor y respirar de alivio, como un bucle, en apenas segundos -o décimas- quince, o veinte, veces.
Misión cumplida, guerrero a salvo y ejército orgulloso y compensado con creces por tan descarnada entrega con nula estrategia militar para ganar esta batalla. Por poner un parangón, es la diferencia entre Viriato y Rommel o Petain.
Faenas de tal corte se denominaron, toda la vida, tremendistas, pero desde que irrumpió JT el vocablo es tabú.
La rúbrica de la espada quedó despeñada pero de efectos rápidos y la “torcida” quiso la máxima recompensa para el torero y para ellos mismos, para poder contarlo, porque los fans también tienen sus corazoncito y su poco de egoísmo, que no es todo altruismo puro y duro.
El presidente, un observador minucioso del reglamento, acosado durante años por prensa local y nacional más los notables locales instándole a que está ahí para preservar la categoría de la plaza, y en función de su única responsabilidad para conceder la segunda oreja, no lo hizo y la bronca fue de esas de derbi futbolero, con todo el coso de equipo local insultando al árbitro por no conceder un gol que el estimó fuera de juego previo y que con la espada el balón no entró.
Ya se ganaba el partido pero en toros dos goles son laureada de PG y condecoración de “foto”.
El debate se abrió en Madrid y hay una propuesta para el nuevo reglamento valenciano sobre el endurecimiento de corte de número de orejas que den visa para abrir la PG, pero me da que los hechos de ayer, no sólo no van a propiciar una discusión sino mociones a favor para casos excepcionales, por ejemplo: por cojones, cuando quiera la masa poder salir en hombros por dicha puerta con una oreja o con saludos desde el tercio, o con una ovación, según y cómo sea la temperatura ambiente.
El joven Saldívar se había adelantado a JT en el tercero con un patrón de labor similar a las clásicas épicas del maestro de Galapagar.
Tuvo además dos buenos toros, sobremanera el gran sexto.
Pero la responsabilidad de la tarde le hizo, atenazado, cambiar ideas para ejecutar el arte de torear por pasión, frescura, disposición y todos los ingredientes del ¡ay! ¡uy! dio sus frutos en el primero y más en el sexto cuando la versión original había provocado en el toro anterior un tumulto de grandes dimensiones.
Saldívar siguió la vereda, el toro se fue sin más honor que algunas palmas, pero el objetivo estaba cumplido, otra oreja y en la tarde de JT la PG fue suya.
Víctor Puerto no fue a la guerra. Pero su técnica fue taimada y tampoco su lote era la “alegría de la huerta”. Correcta, por discreta, actuación de a quien le tocó ir por delante de JT en sustitución de Juan Mora, a quien tardes así, unos pocos sí le echamos de menos. ¡Lástima!
La víspera
Ante tanta embriaguez de “tomatosis” unos pocos cabales, con sensatez, mascullaban por lo bajo, no fueran a ser objeto de estigmatización o algo más, que todo el dispositivo logístico y aparato propagandista desde que se anunció la reaparición del “monstruo” volcados en exclusiva hacia su figura como único soporte de la feria, era una falta de respeto, más que ninguneo, desprecio, a las tres grandes figuras que voluntariamente se habían prestado -por un plus de honorarios y derecho al mangoneo de corrales- a hacer de teloneros.
Muchos de esos pocos esperábamos una reacción delante del toro esa tarde de víspera que entraban en turno, y lo que la mayoría guardó para la tarde del sábado (hora en el estilista para pelo, manicura, pedicura, axilas e ingles, hacer venir de Madrid al sastre de cabecera para la última prueba del terno de efemérides) otros, ilusos, lo adelantamos 24 horas en la creencia que “el toro pondría a cada uno en su sitio”.
¡Joder! Que si los puso, porque no hubo toros.
Un simulacro de corrida de Garcigrande fue la opción de gran comodidad que decidieron Ponce, El Juli y Manzanares poniendo en cuarentena la grandeza y el orgullo torero que siempre definió a una figura, más cuando les están pisoteando, sibilinamente - cierto-, esa condición reduciendo la tauromaquia al monopolio de un solo espada, por grande que éste sea.
No hubo toros, dicho está.
No se esmeraron que los hubiera, pero tampoco las figuras dieron la talla como tal con los animalejos. Como si sufrieran el síndrome del día de antes.
Ponce no se inventó, como era habitual en él, más en Valencia, un primero cruzado con burra. Sí estuvo bien en su segundo tras una larguísima faena pero se arrugó con la espada.
El Juli se entregó con un animal complicado, pero ni el torillo decía nada a los tendidos ni estos quisieron, injustamente enterarse. En el quinto, malo y peligroso, con un “imbécil” vociferando en el tendido, El Juli, extrañamente, se afligió, o mejor dicho empanó sus ideas. Y Manzanares, más sagaz, con un poco de empaque -para lo que no hace falta esconder la pierna de salida de forma tan contumaz como viciosa- y un tanto de recurso y efectismo a la hora de matar en la suerte del encuentro, consiguió cortar una oreja a cada uno, independientemente que tanto ensayar el supuesto “recibir” se le ladeara el punto de mira y las espadas entraran por la variante.
Alguien, conociendo el paño, pensará que el último cepillado de la alfombra roja sobre la que asegurar el triunfo de José Tomás en su reaparición era reventar la corrida de las figuras, artesanía en la que hay verdaderos expertos pero no hizo falta.
La corrida la habían reventado ellos, las figuras del cartel, desde que se anunciaron de tal guisa, con premeditación y, si no alevosía, sí asumiendo su condición acomodaticia propia de segundones; digamos,en época de ciclismo, los ’Poulidor’ de turno en la era Anquetil o en fase doméstica los ’Perez Francés’ de la época de Bahamontes.
Y como titula un diario, José Tomás reventó el toreo.
José Tomás es lo que es por sí mismo, un extraordinario torero.
Pero sus colegas se lo ponen más fácil que los lacayos a Fernando VII las bolas o, los medradores de la época, las truchas y los salmones a Franco.
En clave política y en Valencia: si a Camps le han arruinado su carrera tres birrias de trajes; tres de las figuras emblemáticas de la tauromaquia, y dos de ellas, de época e históricas, han despilfarrado -después de tirar del carro muchos años con temporadas de La Magdalena a El Pilar, matar de casi todo, en todas las plazas y con todos los compañeros; protagonizar gestos y gestas, heroicidades, sufrir cornadas...- una ocasión mollar ( en el lugar y fecha indicada) de callar bocas, ridiculizar el exclusivismo y su propaganda, para, ante la convulsión y confusión de la reaparición de José Tomás en plazas y carteles de perfil bajo y en temporada menguada, asir el cetro del toreo sin discusión ni debates estériles, voluntaristas, o club de fans de neoaficionados o advenedizos.
Todo por una “detritus” de corrida de toros. Escogida por ellos, si es que había alguna duda.
Es posible que lo sienta yo más, y algunos como yo, que ellos mismos.
¡Se torero y juégate la vida! Para esto.
En clave italiana: ¡Piove, porco governo! ¡grande miseria!
PD.-
Acaparado todo por la reaparición, parece que ni existió feria, ni toreros que la alimentaran por mucho que Alberto Aguilar estuviera soberbio, lo mejor del serial virtual, que José Calvo diera una gran dimensión de torero de calidad, que el hierro de La Quinta marcara el señuelo de lo que es un toro.
Efímero fue el cariño -más que reconocimiento efusivo- por Vicente Barrera, icono de la valencianía oficialista, de muy digna y densa carrera, al que facilitaron la foto íntima de recuerdo de su última tarde saliendo en hombros de un par, o tres, capitalistas, con los tendidos en diáspora.
Como desapercibida pasó la oreja de un compuesto El Cid en tan solo uno de sus toros -tampoco fue de las de enmarcar, dicha oreja-, e inédito quedó el joven Luque que, dicho sea de paso, tampoco hizo mucho por significarse. Todo con un corrida de Juan Pedro bondadosa, un punto feble, muy para estar desahogados los toreros, pero al límite de todo lo que deber ser o parecerse una corrida de toros; más en un feria preconcebidamente fantasma.
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jodeeeeeeeeer que bien escribe, ya me gusta cuando habla con herrera, pero en los articulos lo borda. jose antonio duarte
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