Valencia 1899
Machaquito y Lagartijo Chico
“EL OJO QUE ESTÁ MIRANDO …
Aquilino Sánchez Nodal
Madrid, 17 de Julio de 2011.-
Madrid, 17 de Julio de 2011.-
… No es ojo porque lo ves, es ojo porque te ve”.
En el comedor de una modesta casa de Córdoba, dos cabezas disecadas de toros la presiden sin otros motivos taurinos que indiquen que aquella casa fuera principio y fin, gloria y muerte. Para un niño, la enorme cabeza de un toro bravo, claro que le mira, por muy fija que esté en la pared.
Me gustaría escribir igual que un viejo cronista taurino e invocar a los matadores muertos que envenenaron a los públicos para defensa de los toros y amantes de las corridas. Sus textos eran relatos verdaderos de matadores vivos e inmortales, sus hazañas, sacrificios y miserias que siempre acompañan la Historia de la Fiesta. Las biografías de toreros famosos han llegado a nosotros en escritos de lo sucedido como se contaban en el mismo tiempo que ocurrieron. Comparados con los plumíferos de hoy resultan filósofos griegos, de fuerte espíritu sin ganas de equivocar a aficionados venideros y ofrecer sus versos de evocación taurina. Por eso entre tanto libro sobre matadores de toros, se encuentran excepcionales biografías en la memoria callada de ilustres aficionados que se han dedicado a transmitir las obras maestras del toreo. Uno de estos etéreos toreros de recuerdo indefinido por ser más su relación con otros que figura de dinastía es sin duda, Rafael Molina Martínez “Lagartijo”.
Rescatar para su gloria, en convocatoria de toreros muertos que viven en la memoria de los aficionados, debería ser una manera de envenenar y estimular a los toreros vivos. Aquí sí, como otras veces resulta un intento de admiración del autor con una maestría que solo ondea en las azoteas de la Tauromaquia. La nostalgia se transforma en pesadilla que enseñorea la noche taurina de héroes que contribuyen a la cultura popular de España.
Rafael Molina Martínez “Lagartijo Chico” era hijo de un peón de brega de nombre, Juan Molina Sánchez, hermano del primer Califa cordobés, “Lagartijo el Grande”. Fue nacido en la Córdoba de Julio Romero de Torres, pintor de la belleza, de los ojos rasgados y negros y de romances eternos, el día 15 de Julio de 1.880. Se hizo torero por obligación familiar y estar en posesión de extraordinarias condiciones naturales para lidiar toros bravos.
En el comedor de una modesta casa de Córdoba, dos cabezas disecadas de toros la presiden sin otros motivos taurinos que indiquen que aquella casa fuera principio y fin, gloria y muerte. Para un niño, la enorme cabeza de un toro bravo, claro que le mira, por muy fija que esté en la pared.
Me gustaría escribir igual que un viejo cronista taurino e invocar a los matadores muertos que envenenaron a los públicos para defensa de los toros y amantes de las corridas. Sus textos eran relatos verdaderos de matadores vivos e inmortales, sus hazañas, sacrificios y miserias que siempre acompañan la Historia de la Fiesta. Las biografías de toreros famosos han llegado a nosotros en escritos de lo sucedido como se contaban en el mismo tiempo que ocurrieron. Comparados con los plumíferos de hoy resultan filósofos griegos, de fuerte espíritu sin ganas de equivocar a aficionados venideros y ofrecer sus versos de evocación taurina. Por eso entre tanto libro sobre matadores de toros, se encuentran excepcionales biografías en la memoria callada de ilustres aficionados que se han dedicado a transmitir las obras maestras del toreo. Uno de estos etéreos toreros de recuerdo indefinido por ser más su relación con otros que figura de dinastía es sin duda, Rafael Molina Martínez “Lagartijo”.
Rescatar para su gloria, en convocatoria de toreros muertos que viven en la memoria de los aficionados, debería ser una manera de envenenar y estimular a los toreros vivos. Aquí sí, como otras veces resulta un intento de admiración del autor con una maestría que solo ondea en las azoteas de la Tauromaquia. La nostalgia se transforma en pesadilla que enseñorea la noche taurina de héroes que contribuyen a la cultura popular de España.
Rafael Molina Martínez “Lagartijo Chico” era hijo de un peón de brega de nombre, Juan Molina Sánchez, hermano del primer Califa cordobés, “Lagartijo el Grande”. Fue nacido en la Córdoba de Julio Romero de Torres, pintor de la belleza, de los ojos rasgados y negros y de romances eternos, el día 15 de Julio de 1.880. Se hizo torero por obligación familiar y estar en posesión de extraordinarias condiciones naturales para lidiar toros bravos.
Hombre enjuto, menudo e indeciso, necesitó del acicate taurino de un excepcional amigo que le animó y acompañó hasta la muerte, Rafael González “Machaquito” desde becerrista en “la cuadrilla de niños cordobeses”. La historia de “Lagartijo Chico” está unida a “Machaquito”.
El creador de aquellos torerillos de Córdoba era su tío, Rafael Sánchez “Bebe”. La presentación de los dos jóvenes en Madrid fue el resultado de una novillada concurso con la cuadrilla de niños sevillanos en la que figuraban Rafael Gómez “Gallito” y Manolo Molina “Algabeño Chico”, el día 1 de Septiembre de 1.899, con reses de Esteban Hernández. Toman la alternativa, los dos Rafaeles al unísono de manos de Luis Mazzantini, como sucedería en 1.950 con las que dio “Cagancho” a Aparicio y “Litri”, la antigüedad se determinó por la suerte de una moneda. Elimina el apelativo “Chico”, “El Califa” había fallecido unos días antes y asume la responsabilidad de anunciarse en los carteles, Rafael Molina “Lagartijo”, el 16 de Septiembre de 1.900.
Terminada la temporada de 1.902 marcha a Méjico. A su regreso a España torea en Zaragoza el 14 de Marzo de 1.908 recibiendo un varetazo en el pecho que algunos culpan de su prematura muerte. Lo cierto es que regresa del país azteca con tuberculosis crónica. Se despide de la profesión en Nimes el 4 de Octubre del mismo año acompañado de su inseparable “Machaco”, siempre delante en los carteles y de su amigo entrañable, Rafael Gómez “El Gallo”. Dicen los que le vieron torear que era valiente, elegante y seguro. Falleció, de su larga enfermedad, en Córdoba, el 8 de Abril de 1.910.
Siempre he defendido que el libro de la tauromaquia no está escrito sobre páginas que tapan, las nuevas a las anteriores, sino en una sola hoja interminable que continúa desde el principio de la historia del toreo. Rafael casó con una mujer de belleza extraordinaria que había llegado a Córdoba desde Albacete, Angustia Sánchez. De este matrimonio nacieron dos hijas, Dolores y Angustia. Un nieto fue torero de la dinastía con el nombre de Rafael Soria Molina “Lagartijo”. En segundas, casa con un banderillero y después matador, Manuel Rodríguez Sánchez con el que tiene tres chicas, Ángela, Teresa y Soledad y un varón, Manuel Rodriguez Sánchez “Manolete”, muerto en Linares a los treinta años de edad. El niño Manolito no recordaba a su padre, no convivieron lo suficiente. Su madre intentó que su niño no siguiera la terrible profesión. En aquella modesta casa cordobesa no existían referencias taurinas, todo estaba oculto, solo dos cabezas de toros bravos recordaban las alternativas de sus dos maridos. Las miradas de los ojos de aquellos toros nunca fueron olvidadas por “Manolete”.
Cuando un torero es historia real no necesita imaginación, inteligencia, ni ficción de escritor de novelas taurinas, solo es necesario el sentimiento.
Terminada la temporada de 1.902 marcha a Méjico. A su regreso a España torea en Zaragoza el 14 de Marzo de 1.908 recibiendo un varetazo en el pecho que algunos culpan de su prematura muerte. Lo cierto es que regresa del país azteca con tuberculosis crónica. Se despide de la profesión en Nimes el 4 de Octubre del mismo año acompañado de su inseparable “Machaco”, siempre delante en los carteles y de su amigo entrañable, Rafael Gómez “El Gallo”. Dicen los que le vieron torear que era valiente, elegante y seguro. Falleció, de su larga enfermedad, en Córdoba, el 8 de Abril de 1.910.
Siempre he defendido que el libro de la tauromaquia no está escrito sobre páginas que tapan, las nuevas a las anteriores, sino en una sola hoja interminable que continúa desde el principio de la historia del toreo. Rafael casó con una mujer de belleza extraordinaria que había llegado a Córdoba desde Albacete, Angustia Sánchez. De este matrimonio nacieron dos hijas, Dolores y Angustia. Un nieto fue torero de la dinastía con el nombre de Rafael Soria Molina “Lagartijo”. En segundas, casa con un banderillero y después matador, Manuel Rodríguez Sánchez con el que tiene tres chicas, Ángela, Teresa y Soledad y un varón, Manuel Rodriguez Sánchez “Manolete”, muerto en Linares a los treinta años de edad. El niño Manolito no recordaba a su padre, no convivieron lo suficiente. Su madre intentó que su niño no siguiera la terrible profesión. En aquella modesta casa cordobesa no existían referencias taurinas, todo estaba oculto, solo dos cabezas de toros bravos recordaban las alternativas de sus dos maridos. Las miradas de los ojos de aquellos toros nunca fueron olvidadas por “Manolete”.
Cuando un torero es historia real no necesita imaginación, inteligencia, ni ficción de escritor de novelas taurinas, solo es necesario el sentimiento.
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