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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

domingo, 25 de agosto de 2019

El Chofre: Grandeza, llanto y luto (1969) / por Paco Cañamero



La página que se escribió con el luto de la muerte de un torero, que también es gloria y grandeza para la Fiesta. Por eso Paco Pita estará para siempre unido al nombre de la Fiesta. Y al de San Sebastián donde entregó su vida por su pasión al toro hace ahora 50 años.

El Chofre: Grandeza, llanto y luto

Paco Cañamero
Glorieta Digital / Agosto 2019
Al finalizar la Semana Grande de San Sebastián de 1969, el público donostiarra había quedado con tantas ganas de ver toros que la empresa Jardón programó dos nuevas corridas acartelando a los triunfadores del ciclo, una de las cuales, la primera de ellas, pasaría a engrosar la página negra de la Fiesta. La del luto, el llanto y la grandeza que trajo la muerte del peón madrileño Paco Pita, quien no sobrevivió a las gravísimas heridas que le infirió un toro de Palha sobre las arenas del viejo y entrañable Chofre. La accidentada corrida se celebró ahora hace medio siglo, el 24 de agosto de 1969 con Andrés Hernando, Gabriel de la Casa y el salmantino Juan José (en cuya cuadrilla estaba enrolado Paco Pita) como protagonistas, quienes se enfrentaron a toros de Palha, la ganadería portuguesa que hizo nacer la leyenda de horror, terror y pavor.

Esa tarde, Juan José, el joven torero charro que contaba únicamente con 18 años, se convierte en el triunfador al cortar tres orejas, aunque el éxito final se tiñó de amargura tras la grave cogida sufrida por Paco Pita, brillante peón natural del barrio madrileño de Carabanchel, quien fue arrollado cuando bregaba a ‘Cardino’, el tercer toro de lidia ordinaria. ‘Cardino’, negro zaino, con un peso de 562 kilos le propició, según el parte médico, una ‘herida en la cara posterior del muslo derecho, con desgarro de los músculos bicep crural, penetrando dentro de fémur hasta el triángulo de escarpa, aunque se conserva integridad de ciática y vasos femorales. Pronóstico grave’.


Mientras el peón era operado en la enfermería del Chofre, ya cercano el crepúsculo de aquel domingo 24 de agosto, nada más arrastrar al último toro, Juan José, su jefe de filas, junto al resto de la cuadrilla, esperaba acontecimientos en la puerta de la enfermería. Pronto le dijeron que las heridas eran gravísimas y habría que esperar el desarrollo de la evolución. Con la tensión propia del momento y bajo el paraguas del drama, el espada salmantino, en esos momentos de dolor, recordaba numerosas vivencias junto al herido, aflorando en su pensamiento la compartida en la madrugada del anterior 20 de julio, hacía poco más de un mes, cuando procedente de la vecina ciudad francesa de Dax llegó al hotel María Cristina, de San Sebastián.


Como sucedía casi siempre en esa temporada, al matador lo acompañaba Manolo Lozano, su apoderado y Paco Pita, el peón de confianza, todos embargados la felicidad después del memorable éxito de cuatro orejas logrado horas antes en el coso francés. Aquella noche, además era aguardada por un cosquilleo especial que inquietaba a la humanidad, porque pocas horas después estaba prevista la llegada del hombre a la luna, con Armstromg, Aldrin y Collins, tres astronautas americanos, quienes a bordo del Apolo XI tenían previsto alunizar sobre las 3 de la madrugada –hora española-. Para ello, TVE (la única tele de entonces) había preparado un especial con su joven estrella, Jesús Hermida, en el papel de presentador para narrar en directo la histórica llegada del hombre de la luna, lo que de producirse –que todavía tanto se dudaba- haría posible un viejo sueño de la humanidad y realidad la novela ficticia de Julio Verne ‘Viaje a la luna’.

Juan José, quien al momento de llegar al hotel María Cristina subió a la habitación -donde mandó que le llevaran la cena- había decidido permanecer un rato en la intimidad para rememorar, paso a paso, la triunfal actuación que protagonizó esa tarde en Dax. Así lo hizo hasta que poco después de medianoche bajó a la planta baja para dirigirse a un amplio salón, ambientado en ese momento por la canción ‘Violetas imperiales’, del irundarra Luis Mariano, que aprovechó para tararear en su pensamientos. Cerca de la entrada, sentado en una mesa y hojeando las páginas del un periódico local, lo esperaba el banderillero Paco Pita, con quien había quedado para presenciar la histórica llegada del hombre a la luna a través de alguna pantalla que, para la ocasión, había previsto el hotel, dada la expectación con la que se esperaba el acontecimiento.

Matador y banderillero hablaban de las cosas de toros habituales en los profesionales (del éxito de Dax, de las próximas corridas, de cómo embestían las ganaderías, del gran momento de Paquirri y Teruel, del inacabable valor de Puerta, del majestuoso temple del Viti, de la clase de Camino…) y, en medio de la espera, decidieron salir un momento al exterior del hotel para respirar los aires marinos de San Sebastián y de paso observar, brevemente, la maravilla de ciudad, iluminada a esas horas, que se contempla junto a la ría, donde el Urumea vierte sus aguas al Cantábrico. Todo en el escenario de esos días de finales de julio, preparado para que el país se transforme en un gigantesco ruedo y los coches de cuadrillas, con el inconfundible botijo en la baca, se conviertan en la estampa de las carreteras españolas durante esas semanas veraniegas camino, siempre, de de otra feria. De otra corrida y de otro mundo tan particular como el que aguarda una tarde de toros.

Todo eso pensaba Juan José cuando, recién intervenido, sacaban a Paco Pita de la enfermería camino del hospital con la cara marcada por el rostro del sufrimiento en los duros momentos que el peón se aferraba a la vida y únicamente le quedaba un hilito de voz para decir: “Que me lleven al Sanatorio de Toreros de Madrid, quiero estar cerca de mi familia”.

Después tras pasar la primera noche en un hospital donostiarra, los médicos decidieron que se cumpliera su ilusión de ser evacuado hasta la capital. Entonces esperaba un viaje tan angustioso que la cornada de Paco Pita ya no aguantó tanto sufrimiento y se le presentó la temida gangrena gaseosa para morir al poco de llegar al querido Madrid de su alma y corazón. En as siguiente horas el toreo lo lloró y San Sebastián escribió con lágrimas de dolor una nueva página en el Chofre. La que se escribió con el luto de la muerte de un torero, que también es gloria y grandeza para la Fiesta. Por eso Paco Pita estará para siempre unido al nombre de la Fiesta. Y al de San Sebastián donde entregó su vida por su pasión al toro hace ahora 50 años.


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