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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 30 de agosto de 2019

La premonición de Yiyo: «Pienso que un cuerno me va a arrancar el corazón»


José Cubero «Yiyo» - ABC

Un día como hoy de 1985, el 30 de agosto, José Cubero moría en las astas de «Burlero» en Colmenar Viejo


La premonición de Yiyo: «Pienso que un cuerno me va a arrancar el corazón»


Rosario Pérez
«La muerte la llevamos en la cara todos los toreros. Pienso que un cuerno me va a arrancar el corazón. ¿Qué más da? Mejor morir de una cornada que en la M-30»

La sombra de aquella premonición de José Cubero «Yiyo» en 1983 se alargó en 1985 y se extiende aún hoy a través de los tiempos como todos los mortales que se hicieron leyenda. En su irrupción, Yiyo contó en declaraciones a Radio Nacional que pensaba en la muerte cada vez que apagaba la lamparita de la mesilla de noche y la eterna soledad de los toreros.

Quiso el destino que un año después tuviese que dar muerte al toro que mató a Paquirri en Pozoblanco. «El miedo me atenazaba y me sobrepuse -confesaría más adelante-. La gente, muchas veces, no quiere ver los riesgos de la profesión de torero. Esto del toreo no es un fraude».

«Pali, este toro me ha matado»

Yiyo fue una de las grandes verdades del toreo. La de esa verdad de que los toros cogen y matan. «Pali, ese toro me ha matado». Era la voz apagada de José Cubero ante su peón de confianza tras recibir una cornada que le partió el corazón. Aquel 30 de agosto de 1985, el torero de Canillejas había cogido la sustitución de Curro Romero en Colmenar Viejo sin saber que el toro que había de matarlo «ya estaba comiendo yerba», añeja frase de miedo que se hizo trágica realidad y que ABC inmortalizó en su portada. Ocurrió en la hora final. Con templada lentitud, se tiró a matar o morir al sexto, «Burlero» de nombre, de la ganadería de Marcos Núñez. Enterró una estocada en lo alto y «Burlero», muerto en vida, lo prendió por la espalda y hundió su pitón izquierdo con letal saña. Su cuadrilla intentó arrancarle literalmente el puñal hasta que el toro lo soltó y cayó inerte a la arena. «Tenía el corazón como si lo hubiera rajado un cuchillo», dijo su apoderado.

La plaza madrileña se sobrecogió mientras las cuadrillas lo trasladaban con angustiosa celeridad a la enfermería. Estremecieron sus ojos vueltos y encalados, que emprendían rumbo al Más Allá. El percance había sido terrorífico. Los doctores apreciaron desde el callejón la extrema gravedad. Cuando El Yiyo llegó a la mesa de operaciones, no respondió a los estímulos. «Burlero» se había llevado entre sus astas la inolvidable sonrisa de Cubero —de sólo 21 años— después de realizar una faena colosal, premiada con dos orejas. La noticia corrió como la pólvora. La gente rompió en llanto desconsolado. «Me lo ha matado», dijo su padre quebrado de dolor. Negro parte de guerra: «Rotura por asta de toro, que provoca una parada cardiorrespiratoria irreversible...»

Cartel maldito

La tragedia recorrió el mundo entero. Yiyo y «Burlero» componían un fúnebre romance, como aquel que Valle-Inclán imaginó para Belmonte: «Sólo te falta morir en la plaza… Para que ni toro ni torero puedan separarse jamás». José Cubero ingresaba en el Olimpo de los dioses que entregaron su vida por un arte al que muchos son los llamados y pocos los elegidos, como reza en la Escuela de Madrid donde se formó «el príncipe del toreo», junto a Julián Maestro y Lucio Sandín. «Adiós, príncipe, adiós», tituló Antonio D'Olano una obra en su recuerdo.


El Yiyo, con geniales condiciones para auparse a la cima pese a no ser valorado lo suficiente por las empresas y con dos Puertas Grandes en Madrid, se convirtió en leyenda inmortal. Ascendía a la gloria de muchos otros toreros caídos «a las cinco en punto de la tarde»: Sánchez Mejías, Joselito, Manolete o Paquirri. Curiosamente, Cubero había pasaportado a «Avispado», el toro que mató a Francisco Rivera en Pozoblanco, con El Soro como único superviviente del llamado «cartel maldito».

Aún resuena la voz de aquel joven prodigio que tras conquistar la victoria adivinó la tragedia: «La muerte la llevamos en la cara todos los toreros. Pienso que un cuerno me va a arrancar el corazón. ¿Qué más da?» Palabra de un príncipe en la mitología taurina.

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