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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 27 de marzo de 2020

Los toros vivos / por Antolín Castro



Curiosa paradoja, los toros libres en el campo y las personas encerradas en sus casas. La gran mayoría de las casas son de unos cuantos metros cuadrados, casi como si fueran establos. Así está la humanidad entera.

Los toros vivos

Es una realidad, si nadie lo remedia, y no parece que lo haya, que los toros de lidia se quedarán vivos este año en el campo.

Curiosa paradoja, los toros libres en el campo y las personas encerradas en sus casas. La gran mayoría de las casas son de unos cuantos metros cuadrados, casi como si fueran establos. Así está la humanidad entera.

Aparentemente, podría decirse que lo primero es un triunfo para esos que defienden que no se mate a los toros, pero qué decir de la maldición de estar ellos mismos encerrados y en muchos casos, desgraciadamente, esperando su muerte sin oportunidad de enfrentarse a ella.

Nacemos para vivir y vivimos para morir. Ley de vida diría aquél. Pero cada uno hemos de cumplir un papel y no parece nada saludable, ni siquiera lógico, que esos papeles los cumplamos al revés.

Además, el que se queden los toros vivos en el campo no es en sí mismo ningún signo de victoria para aquellos que defienden que no mueran en las plazas. Muy al contrario, lo que esa situación genera es el riesgo de perder muchas otras cabezas de ganado, cuya subsistencia viene dada por la muerte de esos toros de cuatro o cinco años.

De ellos viven, económicamente hablando, como bien dice el ganadero Javier Núñez, titular del hierro de La Palmosilla, el conjunto de cabezas que componen la ganadería. Esta ganadería, y así en todas las demás ganaderías de bravo, cuenta con más de mil cien cabezas. La venta de unos pocos toros de lidia, 72, supone el mantenimiento del resto. En el caso de La Palmosilla suponen 15 cabezas por cada toro a lidiar.

Unos pocos, el 6%, permiten vivir al resto. Un análisis aritmético y económico difícil de rebatir, así como tampoco de comparar fácilmente con otras actividades. Las opciones de no lidiarse esos toros supone poner en riesgo la supervivencia del resto de cabezas de la ganadería.

Hace ya unos cuantos años, comprando un sofá, me encontré con una mujer que me dijo que era antitaurina cuando le entregue mi tarjeta de Opinionytoros. Quizá, como era un cliente, me ‘aguantó’ la conferencia que le solté sobre la sostenibilidad del medio ambiente que suponía la dehesa española, así como también lo que suponía esa explotación ganadera con relación a la de otros vacunos.

Comencé de forma didáctica explicándole que la naturaleza ofrece machos y hembras y que, en este aspecto salían ganando las hembras, pues para ellas esa finalidad de la muerte en la plaza quedaba absolutamente vedada. Si esa población suponía, a groso modo, el 50% de los nacidos, ya teníamos garantizado ese porcentaje para no ser ‘maltratadas en la plaza’. Por otro lado, habrían de sumarse los machos elegidos como sementales y aquellos toros ya lidiados que obtuvieran el indulto, sin obviar que a los machos se les concedía mínimo cuatro años de vida en plena libertad. En resumen, pude demostrarle que más del 50% nacían para vivir hasta el final de sus días, no para morir en la plaza. Le pedí me diera un solo ejemplo de cualquier otra explotación ganadera y lo que obtuve fue un ‘nunca lo había pensado así’.

Hoy, viene todo a colación por la situación que vivimos y la exposición que ha hecho Javier Núñez sobre su ganadería. Argumentos similares que vienen a desmontar los radicales ataques que suelen utilizar los que ahora se alegran de que estemos sin corridas de toros.

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