Pla Ventura
Y uno de aquellos “pecadores” de los ochenta no era otro que Antonio Sánchez Puerto al que, el destino quiso que le conociera en aquellos tiempos ilusionados para el entonces joven torero –todos éramos jóvenes- que, como dirían los revisteros de antaño, apuntaba las mejores maneras del mundo que, no es que las apuntara, las demostró en muchas plazas siendo, como era natural y lógico, Madrid, su punto de encuentro con la sabia afición capitalina.
El hecho que pretendo contar tiene su particular idiosincrasia puesto que, es algo que ya no ocurre en las plazas de toros, especialmente si el torero se encuentra en el tendido. Por cierto que, toreros en los tendidos los vemos a diario en cualquier plaza de toros y, nadie se inmuta; digamos que, el gentío les trata como a un espectador más porque, tampoco se acaba el mundo en que un diestro determinado asista como espectador a una corrida de toros.
Por el contrario, el hecho que viví finalizando las década de los ochenta junto a Sánchez Puerto en Madrid es algo que no olvidaré jamás porque, como decía, son cosas que no pasan todos los días y mucho menos en Madrid. Cierto y verdad que en aquellos tiempos, Sánchez Puerto gozaba de un enorme cartel en Las Ventas, hasta el punto de que, en dicha plaza era santo y seña para sus aficionados puesto que, un 15 de agosto ya le habían sacado en hombros por la puerta grande de la primera plaza del mundo. Se estaba celebrando la feria de otoño y, el cartel que cerraba la feria era de postín. Antoñete, Manzanares y El Yiyo que, en aquellos momentos había alcanzado rango de figura. De repente pudimos saber que, un percance obligaba al diestro de Alicante a no poder comparecer en dicha feria.
A mitad del festejo que estábamos presenciando, la megafonía de la plaza indicó el nombre del que sería el sustituto de Manzanares en la corrida que cerraba feria; es decir, en vez de Manzanares, sería Sánchez Puerto el que ocuparía la vacante dejada por el maestro alicantino. ¿Qué pasó? Estábamos sentados en el tendido siete junto a Sánchez Puerto y, lógicamente, por el sitio que ocupábamos, los aficionados le descubrieron en el acto y, sin estar en la arena se llevó la ovación de la tarde. Es más, a partir de aquel momento los aficionados estaban más atentos a los movimientos que Sánchez Puerto pudiera hacer en el tendido siete que a lo que estaba sucediendo en la arena.
Ni que decir tiene que, Sánchez Puerto salió de la plaza en olor de multitud, firmó autógrafos, recibió miles de abrazos de los aficionados que, como pude comprobar, le admiraban casi que más allá de la santidad. Es curioso lo que digo pero, este tipo de toreros como Sánchez Puerto, en Madrid eran venerados porque, Las Ventas es la única plaza del mundo donde nadie pide el carnet de figura del toreo; piden, eso sí, la verdad y la pureza del espectáculo y, como en el caso de Sánchez Puerto, éste era un referente para ellos, alabado sea Dios.
No llegó a la cima que se proponía Sánchez Puerto pero, quizás ni falta que le hizo porque, más de cuarenta años después, los aficionados, todos, sin distinción, le seguimos recordando con admiración e incluso vehemencia. ¿Qué quiero decir con todo esto? Que un torero puede haber toreado miles de toros y no le recuerda nadie –Jesulín, Litri, Chamaco, serían ejemplos válidos- y, por el contrario, un artista en la “penumbra” como era el caso de Sánchez Puerto, tantísimos años después le seguimos recordando con la ilusión del primer día.
En realidad, tenemos la sensación de que no han pasado los años, la prueba, entre tantas otras, no fue otra que, el pasado año, Movistar Plus, le dedicó un programa entero en un tentadero en que compartió con Juan Ortega para que el sevillano quedara impregnado del arte inmaculado de Sánchez Puerto y, a su vez, los aficionados nos extasiáramos una vez más con el arte del maestro de Cabezarrubias del Puerto, un arte que jamás le abandonó y, pese al paso de los años, frente a vacas o novillos a modo, todavía nos sigue estremeciendo. ¡Qué grande es el arte! Sencillamente, porque es eterno.
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