Lo que ocurre es que “el arte de Marialba” se ha identificado siempre, sobre todo en tiempos pasados, con el señoritismo andaluz. Pero ha habido magníficos toreros a caballo como Don Antonio Cañero, que había sido oficial del Ejército, de Caballería claro, y fue quizás el primer rejoneador que gozó de una fama que trascendió a su tiempo, pero en los grabados de Goya ya aparecían “matadores de toros a caballo” que prestigiaban la Fiesta de los Toros. El Rincón de Cádiz ha sido siempre cuna de buenos toreros a caballo, y en tiempos más cercanos Don Álvaro Domecq Díez fue la euritmia de la elegancia, el empaque y la belleza del rejoneo.
Más cercano en el tiempo, Álvaro Domecq Romero (hijo de Don Álvaro y Alvarito para los amigos) mantuvo durante años un gran cartel que lo hacía insustituible en las ferias más importantes. Le vi debutar en La Monumental de Barcelona, cuando era casi un niño, y a partir de ahí lleno una época, contendiendo con el portugués Samuel Lupi (caballista de gran personalidad), Ángel y Rafael Peralta, Salvador Guardiola, de la familia de los Guardiola ganaderos, procedente de la provincia de Tarragona, que también gozo de gran fama y murió en la Plaza de Palma de Mallorca al caer del caballo y ser arrastrado con un pie enganchado en el estribo, así como con Fermín Bohórquez Escribano, el también lusitano Joäo Moura, el benidormí Ginés Cartagena, espectacular donde los hubiere, que murió atropellado por un camión, que el toreo ecuestre también ha tenido sus víctimas tanto en la plaza como en la carretera.
El Duque de Pinohermoso y la americana Conchita Cintrón también llenaron en la primera parte del siglo XX una época, e incluso Carlos Arruza, retirado como matador de toros, le dio una vuelta a España y a la América taurina toreando a caballo, mostrándose tan espectacular como en su época de matador de toros. No quiero terminar este repaso al arte del toreo a caballo sin recordar la garbosa y espectacular figura de Arruza, galopando hacia el fuerte de El Álamo (en la película del mismo nombre) para instar a los sitiados yanquis la rendición en nombre del Ejército Mexicano.
Y si bien es cierto que el rejoneo fue durante mucho tiempo la guinda de las corridas de toros, ya que los rejoneadores lidiaban un solo toro al comienzo o en la media parte de la corrida, y significó en principio un notable punto de atracción para las mujeres y los niños, poco a poco el arte ecuestre fue cogiendo vuelo hasta consolidarse como parte importante del espectáculo, y varios caballistas, en determinados momentos, han llevado a las taquillas tantos aficionados como cualquier matador de toros de renombre.
Ahí están hoy Pablo Hermoso de Mendoza, padre e hijo, Diego Ventura, Andy Cartagena, Leonardo Hernández (junior) y la franco-española Lea Vicens, discípula de los Peralta, que continúan manteniendo vivo el arte de Marialba.
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