Los izquierdistas de la Segunda República, los mayores ladrones de la historia de España
Pío Baroja, que definió a la República como "una merienda de negros en la que los republicanos y socialistas se repartían todos los empleos", escribió palabras similares sobre los más distinguidos dirigentes republicanos:
"Azaña es un enamorado de la pompa y la grandiosidad. Cuando era presidente del Consejo amuebló el palacio de la Presidencia, según dijeron, con los mejores muebles de la Granja y de Ríofrío. En el Palacio Real y en el Pardo tenía proyectos de hacer jardines suntuosos. No comprendía que, si se trataba de suntuosidad y de estética, para esto valía más que sirvieran de fondo a un príncipe decorativo que no a un señor de un tipo vulgar como él. Algo de esta ansia de magnificencia tenían todos los políticos de la República. Cuando al principio se compraron automóviles soberbios, que valían cerca de veinte mil duros, Largo Caballero se quejó al comisionista de Irún porque no tenían el aparato de radio que debían tener según el catálogo, y lo reclamó imperiosamente.
–Ahora es nuestro momento –decían jefes y jefecillos, pero no pensando en el pueblo, sino en sí mismos. Fue la época de los enchufistas".
Ya lo había advertido Josep Pla el mismo 14 de abril de 1931. Como le pilló en Madrid, el día siguiente salió a pasear para contemplar la fiesta republicana. Un madrugador acaparador de cargos, conocido como Paragüitas, se había hecho con el puesto de secretario del fiscal de la República, el socialista Ángel Galarza, para presumir de lo cual se agenció con enorme rapidez un cochazo con chófer incluido. El ampurdanés fue invitado por Paragüitas a contemplar el entusiasmo popular mientras circulaban mayestáticamente para dar envidia a los transeúntes.
Valle–Inclán fue nombrado en 1932 conservador del Patrimonio Artístico Nacional, pero no tardó en denunciar que los gobernantes de la flamante República se dedicaban a vender obras de arte de palacios, museos e iglesias a marchantes franceses, que después las vendían con enormes beneficios a millonarios norteamericanos. Escribió varias cartas al ministro de Instrucción Pública, Fernando de los Ríos, protestando tanto por este saqueo como por los actos vandálicos contra el patrimonio artístico, pero no recibió respuesta alguna, por lo que dimitió inmediatamente.
El veterano cronista parlamentario Wenceslao Fernández Flórez también dejó testimonio del saqueo:
"En el Parlamento hay una pandilla de forajidos, hartos de matar y robar en la revolución de octubre; nos gobiernan ignorantes audaces, enamorados de sus magníficos automóviles con radio y calefacción; desde arriba y desde abajo se saquea el país: nunca tantas fortunas se improvisaron tan rápida y oscuramente".
Pero estas actividades se iban a acelerar enormemente con el estallido de la guerra. El episodio más famoso fue el saqueo de las enormes reservas de oro del Banco de España como garantía del pago a la URSS de un material militar del que no llegaría más que una pequeñísima parte y de mala calidad. La excusa alegada por el ministro de Hacienda Juan Negrín y sus aliados comunistas fue la necesidad de llevarlo a lugar seguro ante el avance de las tropas de Franco. Uno de los protagonistas de la operación, el militar comunista Valentín González, el Campesino, la relataría así en sus memorias:
"El Kremlin se dedicó a intervenir abiertamente en la guerra civil española a los dos meses de empezada (…) Pero al pueblo español le costaría un altísimo precio en sangre, en sufrimiento y en oro (…) La situación de Madrid se hacía peligrosa y los ministros concedieron fácilmente lo que se les pedía, aunque ignorando los verdaderos propósitos de Negrín. Conocieron tales propósitos sólo el embajador soviético, Rosenberg, el servicio de la NKVD en España y una parte del Buró Político del Partido Comunista Español".
El Campesino explicó cómo José Díaz, secretario general del PCE, le encargó hacer el traslado del oro con gran secreto, a las dos de la madrugada, a espaldas del director del Banco de España, empleando sólo militantes comunistas de confianza y camuflando los camiones con los distintivos propios de los transportes de explosivos:
"Hízose todo en medio del mayor misterio y como si se tratara de un robo. Y eso fue: un inmenso robo hecho al pueblo español. Yo no lo sabía o no lo comprendía entonces: ahora que lo sé, el recuerdo de mi involuntaria complicidad me llena de indignación contra mí mismo y contra sus organizadores conscientes".
Han pasado a la historia las palabras con las que Stalin celebró en un banquete la llegada del tesoro español a Odesa: "Los españoles no verán su oro más de lo que puedan verse sus propias orejas".
Pero el oro del Estado no iba a ser el único botín; el de los ciudadanos también. En el otoño de 1936 el presidente Largo Caballero, Negrín y el director general del Tesoro Méndez Aspe ordenaron a los particulares la entrega al Banco de España del oro y las divisas que poseyeran. También se ordenó la confiscación de las cuentas corrientes y la apertura de las cajas de seguridad. Los ahorros y recuerdos de millones de españoles, adinerados y humildes, pasaron a manos de unos gobernantes que se apresuraron a trasladarse a Valencia. Uno de los robados fue Alcalá–Zamora, recientemente destituido de la presidencia y en viaje veraniego por las costas escandinavas. Junto a la de sus ahorros, el expresidente sufrió la desaparición de sus documentos, incluidos los diarios que escribió durante su etapa de gobierno y que no serían recuperados hasta ochenta años después. En sus memorias acusaría a los socialistas de haber prolongado la guerra "sin posibilidad de vencer, mientras subsistió la de procurarse algún seguro de emigración a costa de las reservas del Banco de España y del saqueo de éste".
Otro destacado robo fue el perpetrado en el Museo Arqueológico, de donde, para escándalo de unos funcionarios que consiguieron salvar algunas piezas enterrándolas en el jardín, agentes gubernamentales sacaron las valiosas colecciones de monedas antiguas de oro y plata. En agosto de 1937 y marzo de 1938, con la derrota cada vez más cerca, se redondeó el saqueo, esta vez incluyendo hasta los montes de piedad. Una vez más, la excusa fue su protección:
"Con el fin de salvaguardar los intereses de los titulares de cajas y depósitos de toda la banca acreditada en territorio leal al Gobierno de la República, procede que unos y otros pasen inmediatamente al Estado para que el ministro de Economía adopte las precauciones indispensables que garanticen en todo momento la integridad del contenido de dichas cajas y depósitos".
Por supuesto, no se olvidaron de las iglesias, monasterios y catedrales, lugares donde se acumulaban joyas y obras de arte de incalculable valor. Por ejemplo, el 4 de septiembre del 36, pocos días antes de la entrada de los soldados de Franco en Toledo, el presidente del Tribunal de Cuentas, Emilio Palomo, por orden del presidente del Gobierno, procedió, junto a representantes de los partidos comunista y socialista, a la confiscación del tesoro de la catedral: decenas de joyas litúrgicas y obras de arte, entre ellas el famoso manto de las cincuenta mil perlas, una escultura de Pedro de Mena y un cuadro de Benvenuto Cellini. Y lo mismo sucedió en los más importantes templos de toda España, porque de los miles restantes, repartidos por todo el país, se ocuparon las masas incontroladas que, tras su saqueo, procedieron a su destrucción e incendio.
Capítulo aparte fue el vaciamiento del museo del Prado, también con la excusa de su protección, mito cuyo éxito propagandístico ha llegado hasta nuestros días. Sin embargo, los escasos daños sufridos por los bombardeos de la aviación nacional, el hecho de que la evacuación de los cuadros comenzara semanas antes de que se produjeran los primeros bombardeos, los grandes riesgos a los que se expuso a los cuadros en su traslado y numerosos testimonios de personas involucradas indican la intención gubernamental de venderlos en el extranjero, lo que no se consiguió por la terminación de la guerra y porque la venta de piezas de fama mundial no habría pasado desapercibida. Efectivamente, muchos de los cuadros del Prado, enviados a Suiza, fueron expuestos en Ginebra de junio a septiembre de 1939 y después devueltos a España.
El subdirector del Prado, Francisco Sánchez Cantón, declararía posteriormente que a finales de 1937 una delegación de intelectuales antifascistas le había comunicado que "salido de Madrid hace meses el oro del Banco, lo que queda es el Museo. Sobre él se pueden obtener empréstitos. Con las divisas habrá cañones y aeroplanos. Sería tonto dejárselo a los rebeldes". El egregio republicano Salvador de Madariaga resumió con contundencia que "el cacareado salvamento de los cuadros del Prado, lejos de ser tal salvamento, fue uno de los mayores crímenes que contra la cultura española se han cometido jamás". Y Gregorio Marañón, en una carta dirigida precisamente a Madariaga el 15 de febrero de 1939, dio algunos detalles más:
"Negrín es un verdadero loco, y es lamentable que el mundo condicione uno solo de sus pasos por la insensatez de este hombre, loco sobre todo loco moral, irresponsable y agravado por el alcoholismo (…) Sabrá Vd. por Sert todo lo que ha ocurrido con los cuadros del Prado. Yo aprobé su gestión porque tenía el convencimiento de que a última hora aquellos irresponsables que han engañado al mundo con la farsa de su amor al arte cuando, si lo hubieran tenido en verdad, hubieran dejado los cuadros en Madrid que es donde estaban más seguros, terminarían sus hazañas con alguna fechoría grande. Testigos presenciales me han referido que Pérez Rubio, pintor fracasado y enloquecido por el comunismo, que como Vd. sabe es el responsable de todo, había dicho repetidas veces, aquí y en América, que antes de entregar los cuadros a los fascistas los destruirían. Había, además, el peligro de la barbarie sin responsabilidad de las masas en los últimos momentos".
Paralelamente al saqueo gubernamental, muchos directores de checas aprovecharon sus labores para robar a sus prisioneros, a menudo después de asesinarlos. Algunos consiguieron fugarse con su botín antes de la llegada de las tropas nacionales y otros, como el socialista García Atadell y sus compinches, huidos a Francia con maletas llenas de joyas, acabaron en manos de los nacionales y ejecutados.
La salida de toda esta riqueza pública y privada se aceleró según se acercaba la victoria de Franco. Varios lugares de Cataluña fueron la última etapa antes de cruzar la frontera, como los castillos de Figueras y Perelada y la mina de la Vajol. La derrota, el caos y las prisas provocaron escenas dignas de recuerdo. Por ejemplo, un dirigente comunista participante en estos asuntos, José María Rancaño, redactó en un informe para su partido algunos años después:
"En Figueras puede ver el espectáculo de un ministro [Francisco Méndez Aspe, de Izquierda Republicana, mano derecha de Negrín y el ministro de Hacienda que tres años antes había participado como director general del Tesoro en el expolio del Banco de España], rodeado de funcionarios y otras gentes, en una lucha angustiosa contra el tiempo, deshaciendo relojes y echando a un lado las tapas de oro y plata, y la maquinaria al suelo; destripando alhajas de toda clase; metiendo en maletas y cajas, empaquetando, ocupándose él mismo de todo, dando voces, presa del mayor histerismo".
La casualidad hizo que el Campesino también fuese testigo de la salida de España del oro y las joyas acumuladas tanto en Figueras como en Lérida. Los destinatarios fueron la Pasionaria y José Díaz, quienes a su vez se lo entregaron a Maurice Thorez, secretario general del Partido Comunista Francés. Además, Negrín le donó otros 2.500 millones de francos con los que puso en funcionamiento su órgano Ce Soir. "Como puede verse –resumió el Campesino–, la tan cacareada solidaridad comunista rusa e internacional con el pueblo español fue sólo un permanente saqueo".
Pero el periplo del botín no iba a terminar con el cruce de los Pirineos. El presidente Negrín escribiría a su camarada Indalecio Prieto que "nunca se ha visto que un Gobierno o su residuo, después de una derrota, facilite a sus partidarios, como lo hacemos, medios y ayuda que ningún Estado otorga a sus ciudadanos después de una victoria".
Con estas palabras se refería Negrín al plan de manutención del exilio republicano mediante los tesoros sacados de España. La pieza más importante de este plan fue el buque Vita, adquirido por el Gobierno para trasladar el grueso del material lejos del alcance de Franco y de los países europeos que ya habían reconocido su Gobierno, Gran Bretaña incluida. En las ciento diez cajas se encontraban, según el inventario realizado por los responsables: depósitos del Banco de España y de los montes de piedad, el joyero de la Capilla Real, lingotes y monedas de oro, objetos históricos de la catedral de Tortosa, colecciones numismáticas de la Casa de la Moneda, incunables, cuadros de valor incalculable, joyas religiosas de todo tipo, entre ellas el manto de las cincuenta mil perlas de la catedral de Toledo, etc.
El destino elegido fue México, a donde se dirigieron muchos dirigentes republicanos huyendo de la derrota, entre ellos Indalecio Prieto. Pero el error que cometió Negrín fue encargar la supervisión del viaje a los guardaespaldas de Prieto, la célebre Motorizada que asesinó a Calvo Sotelo. Cuando el Vita llegó al puerto de Tampico el 28 de marzo –el mismo día en que el ejército de Franco entraba en Madrid–, y ante la ausencia del encargado por Negrín de la recepción, Prieto se apropió del cargamento en connivencia con su amigo el presidente mexicano Lázaro Cárdenas, lo que enfrentaría a ambos socialistas durante el resto de sus vidas con acusaciones cruzadas de robo de lo que se suponía patrimonio de la República.
El cargamento entró en territorio mexicano sin pasar por control aduanero alguno y quedó en manos de un Prieto que, hasta su fallecimiento en 1962, se dio la gran vida en su mansión mientras miles de republicanos sufrían los campos de concentración franceses y alemanes y, posteriormente, un largo exilio sin apenas ayudas.
Las Asociaciones de Refugiados Españoles en México le dirigieron esta carta el 6 de septiembre de 1940:
"Los que suscriben, refugiados políticos españoles y como tales titulares del patrimonio que usted como presidente de la JARE [Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles] tiene en su poder (…) Lejos de cumplir con aquellos deberes, la JARE, así como el Comité Técnico, han prostituido su función, distribuyendo el dinero común de modo ilícito entre los amigos y partidarios de los gestores del mismo, obligando a la masa a vivir en la más paupérrima de las miserias (…) Entre tanto, usted y sus parientes y amigos viven en casas suntuosas como la que usted posee en Nuevo León 103, y dilapidan crapulosamente el dinero colectivo (…) A cuenta del patrimonio de los refugiados, ustedes llevan una conducta en este país que hace honor a los plutócratas y terratenientes españoles contra quienes el pueblo vertió su sangre en la guerra civil".
(Éste es uno de los capítulos del libro recién publicado La gran venganza. De la memoria histórica al derribo de la monarquía).
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