Una corrida de Victorino Martín de irreprochable presencia y con un comportamiento variado y cargado de los atributos que conlleva la casta de lo bravo. Y enfrente tres toreros muy dispuestos y capaces.
Madrid es la verdad
Juan Miguel Núñez Batlles
Periodista taurino
La vuelta de los toros a Madrid, este sábado, en Las Ventas, aún con las medidas que todavía aconsejan e imponen la lógica y la sanidad (ojalá que ya por poco tiempo, señal de que por fin se acaba y superamos este maldito covid), significa que es el toro, íntegro y con toda su pujanza, el único elemento que puede salvar al espectáculo taurino de la desidia y el desinterés al que muchos (profesionales del sector, lamentablemente) se empeñan en abocar a un peligroso abismo con sus trapicheos y despropósitos en otras plazas y ferias.
Y con esto hay que acabar de una vez. Pues no es de recibo que, amparándose en esa tesis de que el toro no ha de ser igual en volumen y peso en una plaza “de segunda” como el que se lidia en las de primera, siguen colando gato por liebre, o lo que es lo mismo, becerro por toro.
Y digo becerro, aunque tenga los cuatro años cumplidos, por esas caritas recortadas y maquilladas (me refiero a los pitones) y esa ausencia de empuje y brío, símbolo inequívoco de la bravura.
Viene esto a cuento por lo que hemos visto estos días por televisión y nos cuentan también aficionados cabales, espectadores en la plaza, de algunas corridas que se han querido resumir como triunfales, y en todos los casos no han llegado ni siquiera a triunfalistas.
La de Alicante, por ejemplo, el día de San Juan, para homenajear a Manzanares padre, fue una auténtica desvergüenza, por esos seis animalitos a los que daba pena plantearles ningún tipo de lucha. Pero allí se pusieron "bonitos" El Juli y Manzanares hijo con un sucedáneo de toreo vacío de todo contenido.
Algo sonrojante e indignante, sin ninguna emoción e interés, por mucho que haya quien se empeñe en hablar de firmeza y poderío por parte de los susodichos toreros, quienes de paso se permitían la autoalabanza a través de los micrófonos de la misma televisión, afirmando que estaban haciendo un esfuerzo para devolver al toreo toda su esplendidez teóricamente perdida por las restricciones de la dichosa pandemia.
Pues miren por dónde, está siendo que no.
Al toreo, lo que le perjudica son precisamente quienes tratan de mover sus hilos con tan indecentes mentiras. Porque aquí, se ha dicho siempre, está todo inventado, y lo que se necesita es un toro con sus pitones íntegros. El trapío, por supuesto. Y los componentes fundamentales de la bravura. Todo eso que la alquimia deshonesta de algunos (afortunadamente no todos) "ganaduros", que no ganaderos, vienen descafeinando con su equivocada selección genética para acoplarse a los gustos y exigencias de estos artistas de pitiminí que convierten el toreo en una representación más propia del ballet que se ofrece en los escenarios teatrales (donde todo es perfectamente previsible) en lugar del espectáculo de la sorpresa y la emoción que debe darse en el ruedo.
Ahora Madrid nos devuelve la esperanza. Gracias a Dios.
Una corrida de Victorino Martín de irreprochable presencia y con un comportamiento variado y cargado de los atributos que conlleva la casta de lo bravo. Y enfrente tres toreros muy dispuestos y capaces.
Cortaron una oreja ganada en buena lid, Manuel Escribano y Sergio Serrano, mientras Jiménez Fortes hizo también un esfuerzo notable sin recompensa.
En la satisfacción de los triunfadores -repito, Manuel Escribano y Sergio Serrano- y la lógica complacencia del público que llenó la plaza en el aforo permitido, está el futuro asegurado de la verdadera Fiesta de los Toros.
Lo demás, créanme, son canto de sirenas.
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