Cuando te llamen fascista
Además de asesinar, robar y sembrar terror y miseria urbi et orbi el socialismo y el comunismo han hecho, con mayor pericia aún que la evidenciada para el genocidio y el latrocinio, un arte de la agitación, la movilización y la propaganda. Estas tres herramientas de ingenieria social las manejan con la maestría del artesano, pero elevada a dimensiones y potencia industriales en base a la luminosa ecuación de Stalin: “Un muerto es una tragedia, un millón de muertos es estadística”. Brillante, atrozmente brillante: un muertecito desungulado, edéntulo y convertido en pulpa en los sótanos de la Lubianka irrita el susurro hasta convertirlo en clamor popular, un millón de muertos súbitos, conducidos por la purga comunista hasta el Gulag en trenes sin retorno y en camiones sin marcha atrás, ahoga las cornetas de la protesta con la sinfonía del Terror Universal. Ese Terror de hielo que impide preguntar, sólo preguntar, por el tovarich evaporado, no vaya a ser que te adjetiven de Fascista y te den boleto para ir a buscarlo a las mazmorras de la KGB o a los osarios de Siberia, donde el frío conserva a los muertecitos fascistas, los muertecitos de la estadística estalinista, sin olor a carroña, con la piel más tersa que un lapón y con una sonrisa dentífrica.
Desde antes, pero sobre todo después de la II Guerra Mundial, el comunismo y sus mariachis del socialismo convirtieron el Antifascismo en un certificado de pureza democrática y en un salvoconducto ideológico para maquillar sus propios crímenes, de tal manera que la exaltación del Holocausto borrase la memoria del Gulag y de la cosmología judeofóbica que en el ámbito comunista llevó al exterminio a los hijos de Abraham por su mera condición étnica considerándolos, además, como “enemigos del pueblo y de los trabajadores soviéticos”. La mancha racial unida al estigma social que desencadenó el larguísimo y brutal progromo contra los judíos en la Europa Comunista, fueron borradas por la bayeta de la exaltación soviética del Antifascismo y su altavoz Occidental cuyos intelectuales, de egos tan grandes como su incompetencia, se acogieron de buen grado a la simulación, a la promiscuidad ética, a la hipocresía y a la renuncia a cualquier imperativo moral, características genuínamente comunistas, para vocear el Antifascismo y tildar de Fascista a todo aquel que denunciase las atrocidades y crímenes comunistas. Tal fue el éxito de la propaganda soviética que hasta la opulenta derecha española mira con respeto democrático a los comunistas y nos llama Fascistas a los que denunciamos sus crímenes y atrocidades en la misma medida que pregonamos la estupidez y la cobardía de esa derecha a la que se le caía la babita democrática legalizando al PCE y presentando a Santiago Carrillo en el Club Siglo XXI como a una luminaria de la reconciliación y la concordia, echándole toneladas de amnesia a Paracuellos del Jarama y de basura a la memoria de Francisco Franco.
Cuando te llamen Fascista no recules, no te amilanes ni des explicaciones. Levanta la cabeza y escúpeles en la cara sus crímenes y sus atrocidades, su Holocausto y su Gulag. Y si el bocazas que te lo llama es de derechas ni siquiera argumentes, porque es tonto. Y a los tontos ni agua, y en el desierto bacalao de primero y polvorones de postre.
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