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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 9 de agosto de 2021

Elogio de la facilidad / por Jorge Arturo Díaz Reyes

 Fotograma: Plaza Toros TV

Modernismo que el posmodernismo ha sofisticado, privilegiando la forma sobre el contenido, el placer sobre el esfuerzo, el estilo sobre la esencia. Posar, templar y ligar se cotiza más que parar, mandar y cargar la suerte. 

A dura suerte naces sometido,
suerte que tu fiereza no quebranta…
Antonio Aparicio

Elogio de la facilidad

Jorge Arturo Díaz Reyes
Crónica Toro / Cali, VIII 9 2021
¿Qué el toro no se aviene a ser burlado y muerto? ¡Natural! Nobleza, boyantía, obediencia, suavidad, pastueñidad, esa que Corrochano llamaba “mansedumbre que parece bravura”, son condiciones cultivadas, o impuestas durante la lidia, la eficaz lidia.

La corrida moderna comenzó, quizá no solo coincidencialmente, con la revolución industrial. Finales del siglo XVIII, “de las luces” como lo llamó Carpentier. La máquina de vapor, el tren, la fábrica, las urbes, la democracia, él culto al confort, el consumismo, la polución, los públicos masivos. Pedro Romero, Costillares, Pepehillo, las cuadrillas, las plazas exclusivas, el traje de luces, el cartel, las ganaderías especializadas...

Ahora se dice con cierta verdad; “el toro (de torear) es una creación humana”. Producto de la selección, la manipulación genética, la crianza, y hasta el entrenamiento (hay ganaderías con tauródromo). Industria taurina, una necesidad.

Modernismo que el posmodernismo ha sofisticado, privilegiando la forma sobre el contenido, el placer sobre el esfuerzo, el estilo sobre la esencia. Posar, templar y ligar se cotiza más que parar, mandar y cargar la suerte. El tercio de muerte ha diluido su esencia litúrgica, alargándose tanto, que, obliga los avisos. Y se le llama “Faena”, como si los otros dos no formaran parte de ella. La muleta se hizo ambidiestra, prolija, retórica y más importante que la capa, las varas, las banderillas. Incluso que la espada sacrificial.

Tal vez a todo eso se refería desolado “El Guerra” cuando cayó su querido Joselito en Talavera: “Ha muerto el ultimo torero”. Es la religión de la época, la del progreso, que justifica todo. Los tiempos exigen, las clientelas mandan, las empresas viven del consumo, el rito se comercializa y el credo evoluciona en el sentido de Groucho Marx: “Damas y caballeros, estos son mis principios. Si no les gustan tengo otros”.

En consecuencia, los exégetas de la facilidad predican contra los nuevos pecados del toro. ¿Qué fiero? ¡Marrajo! ¿Qué cinqueño? ¡Viejo y resabido! ¿Qué más de 550 kilos? ¡Zambombo! ¿Qué muy armado? ¡Destartalado! ¡Qué renuente? ¡Degenerado! En aras del espectáculo, el animal sagrado debe ser “bonito” y dejarse.

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