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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 6 de agosto de 2021

Morante o el viejo mundo nuevo / Artículo de opinión de C. R. V.

La fotografía es cesión de Joserra Lozano, artista genial, publicada en plena pandemia en un gran libro titulado: ‘Maestro‘.

Uno de los que hace estrenar olés nuevos, roncos y desde dentro es Morante y su vieja nueva verónica o media, o su nuevo y viejo toreo a dos manos, o su molinete avejentado y de estreno, y es caminar para ir y pasa salir de las reuniones con el toro. Un toreo así, tarde o temprano se tenía que rebelar.

Morante o el viejo mundo nuevo

Viniendo del mundo de la pelota, en donde el que fumaba era ya un subversivo, el del toreo me pareció grandioso. Fíjate. Algo que se podía entrenar, pero que jamás se aprendía entrenando. Y sucedía en el día, pero se agigantaba en la noche al lado de tabaco y vino. Más que de ver, era de escuchar.  Y era para adelante, pero desde atrás: porque el humo del cigarro siempre te llevaba a su querencia: un lugar interminable en donde alguien había hecho un suceso de leyenda. Que si fulano le hizo así a uno de santacoloma, que si mengano hizo lo otro a uno de núñez, que si no cabía un alma, que si se acabó el agua en el quinto toro y se bebieron la fuente…Era el único mundo hacia adelante que siempre llevaba consigo su memoria, el aliento de un costumbrismo vital y de un folklore genuino.

La evolución del toreo se desprendió de esa memoria: lo que hay en la foto alrededor del personaje. De tal forma que hoy, creo, el toreo hasta se entrena para ser aprendido. Un toreo extraño, que pretende hacer gala de su vigencia social porque eliminó esa puesta en escena natural de cada lugar en cada calla de cada plaza. Al mismo tiempo, el toreo se entrena y se hace escuela porque, en collera, se cría un toro entrenado para el toreo aprendido tras entrenar. Una especie de círculo contaminante que deriva en la excelsa monotonía de un tercio de muleta recién planchado y con olor a limpio de hotel. Quitamos el folklore, olor, color, para que no nos llamaran arcaicos o rancios. O catetos cavernícolas. Eliminamos ese toreo de poder gallardo y frágil sobre las piernas y lo sustituimos por la perfección de una técnica tan poderosa como carente de magia. Nos despojamos de nuestra esencia para poder sobrevivir. Sacamos nuestras raíces de la tierra para ser un esqueje metido en un tarro con agua. Y quien quiere vivir en un jarrón con agua.

El toreo no se pude predecir, de tal forma que sólo en su ayer puede estar la solución a nuestras calamidades. No es una cuestión de caminar sobre la nostalgia. Es regresar a lo que nos hizo grandes, distintos, mágicos, admirados, queridos. Les pongo un ejemplo. Pueden inventarse mil suertes que ninguna será como la verónica, que tiene en su haber algo inverosímil. Es vieja como el hilo negro, pero deja la posibilidad de que alguien pegue una como si se acabara de inventar. Tan vieja como el tiempo viejo, pero que, a veces, hecha por alguno, parece recién inventada, un mundo nuevo para un óle recién estrenado.

Uno de los que hace estrenar olés nuevos, roncos y desde dentro es Morante y su vieja nueva verónica o media, o su nuevo y viejo toreo a dos manos, o su molinete avejentado y de estreno, y es caminar para ir y pasa salir de las reuniones con el toro. Un toreo así, tarde o temprano se tenía que rebelar. Leer más..+

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