El 78 ha situado a España a la vanguardia de la demencia política occidental
Reinicio moral y tres puntos
Javier Torrox
España es hoy un Estado chocho, pero con una Nación aún viva a despecho de lo que tantos quisieran dentro y fuera de sus fronteras. Hay una vitalidad y una energía entre sus más jóvenes como no se había visto en décadas. La reacción para acudir en ayuda y socorro de los valencianos afectados por la terrible gota fría que ha asolado la provincia ha sido el asombro –y el terror– de la España que chochea de setentayochismo. Su acción decidida suplió la inacción torpe e imprudente de la administración regional y el deliberado abandono del Gobierno hacia sus gobernados. Esto es, la Nación actuó donde el Estado eligió no actuar. El pueblo acudió a salvar al pueblo mientras el Estado miraba hacia otro lado y se desentendía de los que agonizaban entre los escombros arrastrados por la riada.
Como en 1808, los españoles de bien tomaron sobre sí la responsabilidad de la que el Estado se desembarazaba criminalmente. Los que llevan dos siglos tratando de dar a España por muerta pueden quedarse con el disgusto de que los parricidas que tienen asalariados siguen sin lograr su propósito.
El recorrido de España en la Historia es tan intenso –en acontecimientos y aportaciones a la humanidad– y tan extenso en el tiempo, que su longevidad acusa los achaques propios de la edad. En circunstancias no muy distintas se encuentra el resto de Occidente a causa del paso de los siglos, aunque sus contribuciones al mundo no hayan tenido la fecundidad y generosidad de las españolas. La cuestión es que todos los países occidentales chochean. Han vuelto a la puerilidad a través de la senilidad. Quien ha hecho este camino con más rapidez que ningún otro han sido los EEUU. En apenas 250 años, la potencia useña nació, creció, conquistó la hegemonía mundial y –ahora ya enferma– agoniza de un éxito que la consume con su brillo –está por ver que su moribunda República pueda llegar a recuperarse–.
Occidente es hoy la reunión de los países caducos del orbe. El resto del mundo los observa y ve en ellos a unos vejestorios cuyos principios y ordenamientos se han vuelto locos hasta hacerlos actuar contra sí mismos.
Existen unos elementos prepolíticos esenciales sobre los que los ancestros de las comunidades políticas occidentales construyeron sus culturas. Proceden del legado grecorromano que pervivió gracias al cristianismo. Estos componentes son el derecho a la vida, a la legítima defensa, a la propiedad y un sentido de la trascendencia que abarca la esfera terrenal –la del reconocimiento que cada individuo espera de los demás a través de la honra personal, del honor– y el ámbito de lo espiritual –la increencia es humana, pero la irreligión deshumaniza–. El progresivo abandono y ulterior olvido de estos elementos constitutivos de su propia cultura es lo que ha llevado a los europeos occidentales a la demencia política. Lamentablemente, el 78 ha situado a España a la vanguardia de esta locura.
La situación es de incertidumbre y desconcierto en Europa, la pequeña península asiática situada al norte de la gigantesca África. Es el momento perfecto para tener las IDEAS claras y sacar provecho de la desorientación generalizada. No hay empresa en el mundo que tenga el éxito garantizado, pero la audacia abre caminos que no son visibles hasta después del primer paso.
La senda del Reinicio Moral que desarrolle una nueva mentalidad política genuinamente española ha de partir de los cuatro elementos prepolíticos señalados anteriormente. La vía que se transite a continuación ha de estar en armonía con ellos y conducirse con lealtad a lo que cada uno implica. Esto no lo harán las masas por sí mismas, necesitan una vanguardia política que se lo descubra y se lo ofrezca. Esa avanzadilla ha de ser plenamente consciente del ser político español más allá del 78 o de cualesquiera otras formas políticas que hayan existido en el pasado o que alguien haya ideado sobre el papel. Vivimos un momento único, gaditano –en el sentido doceañista–, en el que sólo el pueblo salvará al pueblo del Estado que lo devora. La españolidad tiene energía y potencia sobrada para crear su propia forma política.
Ahora bien, para ello es necesario invertir la situación actual en la que es el monstruo del Minotauro del 78 el que disfruta de libertad mientras es la Nación la que se encuentra encerrada en un laberinto y cargada de cadenas.
Muy convenientemente para sus intereses, el Poder ha conseguido enterrar en el olvido un derecho tradicional e inalienable que asiste al hombre desde la noche de los tiempos: el derecho de resistencia a la opresión. La Asamblea Nacional Francesa lo codificó –junto a la libertad, la propiedad y la seguridad– como «derecho natural e imprescriptible» en su Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de agosto de 1789 –tras la atrocidad de la Bastilla, pero antes de que el proceso revolucionario desembocara en la sucesión de calamidades y horrores en el que se convirtió hasta fracasar estrepitosamente y traernos hasta el presente todos esos fracasos que aún soportamos en la Europa continental–.
El ejercicio de este derecho de resistencia a la opresión ya ha comenzado en Valencia aunque sus valedores no sean conscientes de ello. Lo vimos cuando el pueblo se acreció en potencia en Paiporta y se enfrentó en campo abierto y buena lid –aunque en caótica desorganización– a la potencia que lo había abandonado a su suerte –y dejando morir a quién sabe cuántos supervivientes–. La potencia enfrentada, aterrorizada e incapaz de contender con honor, huyó necesitada de ayuda para fingir compostura y no desplomarse por el terror pánico que le produjo verse, por primera vez, contestada.
La resistencia a la opresión y el posterior valimiento del Reinicio Moral apuntado más arriba resultan, empero, estériles si no están acompañados de un programa político. No de cuatro consignas bien sonantes hueras de entidad y contenido formal. Nos referimos a un auténtico programa político, factible, tangible y ambicioso. Para ello, debe ser sencillo y sucinto. No es este el lugar en el que dar cuenta del detalle necesario para su ejecución, pero sí para su exposición a grandes trazos. El que modestamente proponemos consta de tres objetivos esenciales:
- Solucionar los problemas internos hasta garantizar la integridad de España, de su sujeto constituyente y de su territorio.
- Enfrentar y dar una solución eficaz a la tenaza Francia–Marruecos, que cuenta con el apoyo del polo anglómano (OTAN) y de su sucursal continental (la UE). El primer paso para hacer valer los propios intereses es ser consciente de que las demás potencias tienen los suyos y que –legítimamente– los defienden con los medios a su alcance. Los aliados de hecho no existen, sólo hay aliados nominales superficiales que subordinan sus actos a sus intereses coyunturales de fondo.
- Crear una auténtica comunidad de comercio y esfuerzo conjunto con la América española –con invitación a Portugal y Brasil a unirse y seduciéndolos hasta que lo hagan– que propicie la prosperidad de todos sus integrantes y haga de ella un nuevo polo geopolítico frente a cualesquiera otros polos existentes.
Cada uno de estos puntos necesita de unas actuaciones previas que los pongan en marcha. También de otras que creen las circunstancias que hagan posible su ejecución. Asimismo requerirán una alta suma de acciones –conectadas unas a otras y necesitadas entre sí en recíproco sostenimiento– para hacer realidad cada uno de ellos. Y finalmente, de otras que hagan valer lo hecho, que lo consoliden y que lo defiendan eficazmente frente a los intereses de terceras potencias con los que –inevitablemente– entrarán en conflicto.
Esto sí es un programa político. Lo que hay en el 78, en cambio, se circunscribe a debatir en exclusiva sobre el orden público interno de la Nación, mientras el resto del mundo juega una partida de la que ni siquiera somos espectadores, sólo actores sufrientes de las decisiones y acciones de los demás.
El 78 ha cumplido su ciclo vital. Es un Estado que chochea. Su continuidad se debe a tres únicos factores: a la inercia, al dinero creado de la nada por el Banco Central Europeo y a la ausencia de quien haga caer todo su edificio de una mera patada. Los Estados son como los reyes y los gobiernos, van y vienen. Muere uno y viene otro. La Nación, en cambio, permanece y los ve pasar a todos. Unos y otros se suceden mientras la comunidad política atiende a sus quehaceres y vuelve a madrugar para hacer el pan el mismo día que entierran a un Rey, que cae un Gobierno o que acontece cualquier otro cataclismo político o natural.
Los tres puntos arriba descritos son el desarrollo político de locuciones que comienzan a recorrer la Nación de un extremo al otro:
España o el 78, España primero, El 78 no nos salvará del 78, La Constitución destruye a la Nación, Sólo el pueblo salva al pueblo.
Sabedor de la pérdida de su legitimidad tras su inacción deliberada ante la tragedia de la gota fría, el señor Sánchez sacó de su chistera su último conejo dialéctico: «El Estado somos todos». Esta declaración de corte neofascista es el principio de su fin. Al igual que ocurrió en 1808, la Nación ha tomado consciencia de su ser político y esto será la tumba del 78.
Estos tres puntos y su desarrollo en lealtad con su letra y con su espíritu son una mecha, un punto de partida para poner fin a la catástrofe moral y política que ha constituido el 78. Este terrible ordenamiento ha balcanizado la cohesión interna de España; ha corrompido todas sus instituciones; la ha debilitado en el ámbito militar y ha puesto a sus Fuerzas Armadas a trabajar para los intereses de terceras potencias; ha acabado con la posibilidad de que sus capacidades de producción de energía abundante y barata puedan satisfacer sus necesidades energéticas; ha desbaratado su industria manufacturera; ha acabado con su sector primario hasta reducirlo a la mínima expresión y aún lo ataca sin piedad desde el BOE; la expolia con más y más impuestos; ha liquidado su propia moneda y con ello la ha dejado en estado de servidumbre de quien gobierna su nueva divisa; y la ha llevado hasta la irrelevancia en el concierto de las naciones.
Si este es el resultado de medio siglo de 78, ¿quién queda que pueda desear su continuidad ni un minuto más? Ha llegado la hora de los valores fuertes y de que los esgriman hombres y mujeres fuertes. ¿Dónde están?
30 de noviembre de 2024
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