la suerte suprema

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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 31 de mayo de 2013

Decimoctava. La de Adolfo. Ni más ni menos que una tarde (muy grande) de toros / Por José Ramón Márquez


 Marinero, el toro
(Aplaudido por su lidiador en el arrastre)

José Ramón Márquez

La verdad es que desde el día 12 de mayo que se vio la corrida de Pichorronco, no veíamos más toro en Las Ventas que ése que está puesto como veleta encima del reloj. Afortunadamente, cuando faltan dos días para que se acabe la Feria, hoy, por fin, volvió el toro a la Plaza de Toros. 

Que nadie se crea que cuando se dice el toro se está diciendo otra cosa que ese animal cuya presencia mete miedo, cuya presencia dice: «No vengas cerca de mi»; al decir toro nos referimos a ese animal que no entiende de arte, ni falta que le hace, pues lo suyo es infundir respeto y no andar preocupado con ruidos estéticos. Seis toros de Adolfo Martín, hoy en Madrid, que se fueron al desolladero con las bocas cerradas, y no hay nadie de los que hoy han estado en Las Ventas que pueda decir que le ha visto la lengua a alguno de ellos. Seis toros listos, cambiantes, que se enteraban perfectamente de lo que pasaba alrededor, de que había un truco tras ese paño rojo que se movía o de que dos señores iban de conversación paseando despreocupadamente por el callejón. El toro de lidia retornó hoy a Madrid, en suma, imponente, para poner en evidencia que eso es precisamente lo que se nos hurta constantemente.

La corrida que Adolfo Martín trajo a Madrid fue seria y bien presentada. Toros herrados con los guarismos 7, 8 y 9, de los que alguno blandeó y que, en general, fueron remisos a acudir al cite de los picadores. Y aunque la corrida no fue pronta al caballo, todos ellos hicieron su pelea sin salirse sueltos de la suerte y hubo dos que incluso derribaron. Toros de Adolfo,  muy cambiantes, que pedían el carnet de identidad, inhábiles para las moderneces. Dos nombres para echar a volar la imaginación, Malagueño, número 29, que nos trajo el imborrable recuerdo de aquel Malagueño II de hace diez o doce años, y Aviadorito, número 96, con igual nombre de pila que aquel que mató Rafaelillo en Madrid hace un par de años, que tanto terror infundió y que cogió fuertemente a Daniel Mora. La corrida fue interesantísima por lo cambiante del comportamiento de los toros durante su lidia, por lo bien criados de los toros y por esas impresionantes cabezas.

Y lo que nos han proporcionado estos toros de Adolfo Martín ha sido simplemente una gran tarde de toros, especialmente porque cuando hay un  toro en la arena no se puede (ni se debe) apartar los ojos del ruedo, pues siempre existe la posibilidad de que ocurra algo. Y es que además de toros ha habido toreros, que eso es ya una conjunción astral digna de ser estudiada por algún esotérico. Con los de la V metida en un panal se atrevieronAntonio FerreraJavier Castaño Alberto Aguilar, que venía en sustitución de FandiñoGloria a ellos por no rehuir su responsabilidad de toreros en anunciarse con una corrida como ésta de hoy y vilipendio para esas florecillas de invernadero que guarecen su inanidad tras las patas de la descastada consanguinidad juampedrera, cuyos productos de toda laña que atestan las dehesas, son vendimiados cansinamente en tediosa exclusividad por los cuatro nombres que todo el mundo tiene en mente.

Ferrera presenta actualmente sus credenciales de torero asolerado, pues ya lleva dieciséis años de matador de toros. El año pasado me gustó en la concurso de Valverde del Camino. El pasado 2 de mayo, el día de los disfraces de Cornejo en que se estrenó el torilero barbudo de tan efímera vida, estuvo muy entero y firme con un toro complicado, y hoy le pondría a su actuación un aprobado alto, lo primero por anunciarse con lo de Adolfo, lo segundo porque estuvo toreando de capa con conocimiento y al segundo de su lote le dio una serie de verónicas, andando hacia adelante, de gran mando y hondura; lo tercero por dos de los pares de banderillas que puso, uno por los adentros de gran exposición y otro al quiebro en el que dio muchísimas ventajas al toro, dejándole prácticamente parado con el quiebro, del que el torero salió andando como si viniese de echar la Primitiva; y lo cuarto por la perfecta ejecución de la estocada a su segundo, Baratillo, número 106. Si además sumamos lo atento que estuvo a los avatares de la lidia y cómo se propuso y consiguió dar espectáculo, la actuación de Ferrera ha sido, en su conjunto, muy interesante.

Javier Castaño se ha propuesto dar el espectáculo completo de la lidia de principio a fin. Por eso es uno de los toreros que siempre se desea que aparezca en los carteles, pues su nombre es garantía de variedad. A la esmerada brega de Marco Galán y a los excelentes pares deDavid Adalid Fernando Sánchez, se une la presencia deTito Sandoval para demostrar la evidencia de que para ser un buen picador hay que saber montar. Parece una perogrullada, pero es la verdad, que Sandoval es capaz de hacer cabriolas con un caballo guateado y hasta se te olvida que el aleluya va cubierto con ese antiestético estorbo de las  faldillas.

Alberto Aguilar ha sido víctima de los malos consejos, del apresuramiento o de la inexperiencia. Alentado por los cantos de sirena que se lanzan desde la sobrepuerta de arrastre guarecida por un toldo con mando a distancia, se pilló la sustitución de Fandiño en una apuesta de riesgo que perdió, pues la corrida de hoy le dejó bastante al aire sus defectos y no sirvió para resaltar ninguna de sus virtudes.

APËNDICE  SOBRE LA SUERTE DE VARAS
Toda la belleza de la suerte de varas ha estado hoy presente en Madrid. La manera de mover el caballo de Sandoval, la firme convicción de que el  toro acudiría, la dosificación del castigo para ahormar al toro, y no para aniquilarle, el ver a un hombre toreando con el caballo que tantas tardes hemos visto como amorcillado y mustio, es una demostración irrefutable de lo que nos hurtan unas doce veces por corrida cuando un tío aburrido de la vida pone al caballo atravesado, agarra la vara del extremo y espera a que el toro acuda al cencerreo del estribo para cebarse con él a modo.

APÉNDICE SOBRE CUADRILLAS
Hartos estamos de ver a los que se enseñorean del escalafón llevar unas cuadrillas de pena. Es lo lógico cuando el bicho al que te enfrentas va de Jandilla a Cuvillo pasando por el Montecillo, qué más da el peonaje. Cuando prácticamente te matas la camada de Miura como hace Castaño, llevar una buena cuadrilla es pura cuestión de supervivencia, pero lo de Marco Galán, David Adalid y Fernando Sánchez es un lujo, un regalo al aficionado que sirve para resaltar de manera precisa el trozo de espectáculo que se nos hurta cada tarde.

APÉNDICE SOBRE JAVIER CASTAÑO
La faena de Javier Castaño al toro Marinero, número 7, es la mejor faena que se ha visto en lo que llevamos de Feria. No podemos hablar de una faena completa, pues tiene sus altibajos. Se forma a base de ir confiándose con un toro que daba pocas facilidades para confiarse con él y con la idea de tratar de hacer el toreo. No siempre lo consigue Javier Castaño en su faena, a veces pierde pasos porque es muy comprometido mantener la posición, pero en los momentos en que se queda y tira del toro consigue muletazos de una gran pureza y mando. A veces el toro le sorprende lanzando un tremendo derrote, que el torero aguanta con entereza, a veces el torero tira del toro y le saca un profundo natural. Faena imperfecta y emocionantísima.

APÉNDICE SOBRE  BARATILLO
Baratillo, número 106, cárdeno oscuro, bragado, meano, cantó desde su salida a la arena sus virtudes. Su embestida larga fuerte y vibrante hizo presagiar lo mejor porque embistió con codicia y humillando por los dos pitones. Creo que para mí el momento de más emoción que he vivido en esta feria que toca a su fin ha sido cuando Baratillo empujaba con fuerza y fijeza y con el rabo levantado al guateado del penco que montaba Alonso Sánchezque le sujetaba con la puya en su primer encuentro. En un momento dado, el toro se para un momento, toma fuerzas y con un impresionante esfuerzo de los riñones levanta al sofá cama y al tío que iba encima y derriba con guapeza sólo a base de fuerza, casta y coraje.

La segunda vez que se pone al toro al caballo se ve bien a las claras que el picador no desea que el toro se le venga a la distancia que se le había colocado y utiliza todos los trucos a su alcance para hacer ver que el toro no va. Ferrera le indica en dos ocasiones lo que debe hacer, pero las trazas de Sánchez son las de quien no quiere verse en el trance que le ponen. Como el toro es tardo, acaban cerrándole un poco y cuando acomete al penco le mete un lanzazo en cualquier sitio.
El toro cambia por dos cosas, la primera porque en un momento en que el toro se vence hacia los peones y los matadores, Aguilarle da un espantoso capotazo rematado por arriba, que el toro acusará más adelante. En segundo lugar porque Ferrera hace el tercio de banderillas muy largo, lo cual no es beneficioso. Como resultado de todo lo anterior, el toro llega aplomado a la muleta sin la alegría del principio y queda la sensación de que nada de lo que se le ha hecho ha sido a favor del toro.

Javier Castaño, el torero
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