la suerte suprema

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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 31 de mayo de 2013

Ponce / Por Ignacio Ruiz Quintano


San Isidro del 89
En el principio ya éramos de Ponce



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Enrique Ponce ha pasado por San Isidro para presentar un libro, que, tal como están la literatura y la tauromaquia, constituye un acto más bizarro que hacer el paseíllo en Las Ventas.

El libro de Ponce es la vida de Ponce, que en los toros ya es la más larga, pues con Ponce en la tauromaquia empieza a pasar lo que en la literatura con Azorín (otro levantino víctima de la “facilidad”), de quien Marañón iba por ahí diciendo que si tenía tanta vida era porque nunca la había gastado.

¡Y cómo se parece (físicamente) a Azorín el abuelo centenario de Ponce!

Ponce vino como los césares: con biógrafo, Amorós, y con Nobel, Vargas Llosa, que dijo que su libro taurino preferido es la vida de Belmonte contada por Chaves Nogales, que no fue ni libro (folletín) ni taurino (taurino es “El torero Caracho”, de Ramón Gómez de la Serna), aunque regale una estampa gay, ese Belmonte campero toreando corito a la luz de la luna bajo una encina, que enardece al lector moderno, ayuno de encina.

Ponce, el de los casi 4.444 toros, asoma por su libro con ojos de un verde que para sus toros los hubiera querido Fernando Villalón, y en eso tenía yo la imaginación cuando Dámaso González, ¡fuera corbatín!, ¡marchando otra de Alonso Moreno!, cruzó el salón.

Ponce es (de veras) el torero poderoso por excelencia, pero de una excelencia que le hubiera permitido ser figura en todas las épocas de la tauromaquia.

Sepan los “hestetas” del falso poderío que en abril del 91, con diecinueve años, Ponce y Rincón lidiaron la de Cuadri en Madrid. Fue, dice Rincón, su forma de decir lo alto que querían llegar los dos. Y luego, la llamada a Rincón para un mano a mano en Linares por el cincuentenario de Manolete… con Miura.

–Mi respuesta fue negativa: no era una invitación a una comida o a una noche de parranda.

Armillita, que lo acompañó con Litri aquella tarde, se despidió de Ponce con un “maestro, la próxima… en el centenario”.

Y puede que allí esté Ponce.
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