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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

jueves, 30 de mayo de 2013

Geómetras y ensueños en la poesía taurina, antología de Carlos Marzal



"La fiesta de los toros, -añade-, es uno de los ceremoniales más ricos que el hombre ha inventado; por su lenguaje específico, lleno de matices; y por su simbología, que señala hacia las grandes verdades del arte: el valor, el sacrificio, la honradez, el éxito y el fracaso individuales"

Geómetras y ensueños en la poesía taurina
  • Carlos Marzal publica una antología de textos en verso sobre los toros
  • Poemas desde la primera generación de posguerra hasta hoy
Antonio Loroca
‘Los toros, cuando son algo -es decir, todo lo que pueden llegar a ser- son arte: emoción estética. Una labor hecha por geómetras que nos transporta a un profundo ensueño’, reflexiona Carlos Marzal en la introducción de La geometría y el ensueño, una nueva antología de poesía taurina, publicada por la Fundación José Manuel Lara, en su colección Vandalia.

Marzal, premio Nacional de la Crítica y de Literatura, ensayista y poeta, es un aficionado intimista que horada la fiesta más allá de sus pecados terrenales para adentrarse en los grandes dilemas del ser humano. "La fiesta de los toros, -añade-, es uno de los ceremoniales más ricos que el hombre ha inventado; por su lenguaje específico, lleno de matices; y por su simbología, que señala hacia las grandes verdades del arte: el valor, el sacrificio, la honradez, el éxito y el fracaso individuales". La mejor poesía taurina de los tiempos, -prosigue-, "ha eludido dos peligros fundamentales: el tremendismo sentimental -la presencia obvia de la muerte inclina a muchos hacia la grandilocuencia funeraria-, y los oropeles gremiales (el aderezo de clarines, albero, revoleras y chicuelinas)". Así, -concluye-, "a la poesía taurina le conviene ser menos taurina que poética".

Con estos parámetros, Marzal ha prescindido de algunos de los clásicos más obvios de la poesía taurina, como los grandes maestros del modernismo y del 27, y ha preferido a

De este modo, sin orden alfabético ni cronológico, Marzal ha optado por una ordenación "más o menos musical". "He incluido tan solo poemas que me han interesado; algunos son magníficos; otros, si no lo son al completo, sí encierran magníficos momentos, y, a veces, basta un detalle para salvar una faena, y, a veces, basta un matiz para que el poema se salve ante nuestros ojos".

Plaza de Valdemorillo (1987). / MARISA FLÓREZ

Así, de la mano de Carlos Marzal, hablan de toros y poesía Aquilino Duque, Felipe Benítez Reyes, José Hierro, Pablo García Baena, María Victoria Atencia, Antonio y Carlos Murciano, José María Jurado, Francisco Umbral, José Alameda y otros muchos, quienes, en general, desde una visión más poética que taurina, cantan, sueñan y lloran sobre los innumerables vértices de la tauromaquia.

El gaditano Benítez Reyes describe así el paseíllo: 
"La tarde extiende un oro soñoliento / Calor en los tendidos, y en las gradas / un bullicio de gentes malhabladas / que miran el reloj cada momento".

La verónica de Curro Romero es una revelación de luz para Santos Domínguez:
 "La lentitud, la hondura, la desgana, / la gracia en ese puro ofrecimiento / incorpóreo. Sublime sacrificio / de la pierna contraria, sueño inmóvil / cuando ya nada importa morirse toreando / con la mano muy baja y la muñeca rota / en mitad de la suerte dormida y vencedora". Y Patricio Pemán escribe así sobre Rafael de Paula: "Cuando pones tu planta en las arenas / y engallas, hecha bronce, tu figura; / cuando estrechas la muerte a tu cintura / y el toro se hace un río por tus venas / … ya no importan ni amores no querellas, / … ni torrente caudal, ni mar profundo / ya no importan ni el sol ni las estrellas / y ya puede venir el fin del mundo".

"Fuerte el pecho, domina la llanura / con su silueta, y lo llamamos toro. / Escultura de sombra y cuernos de oro / marca, macizo, el paso en la verdura". El toro, José Hierro.

Umbral recuerda a Manolete; Pablo García Baena, a La Reverte; Alfonso Canales dedica una oda a Antonio Ordóñez; y el propio Carlos Marzal recuerda la muerte de Juan Belmonte en su cortijo de Gómez Cardeña.

"Los toros (y por consiguiente la poesía taurina) -escribe el antólogo-, a pesar de su universalidad y su calado, creo que son ya, y serán en el futuro, un espectáculo minoritario, por más que esa minoría sea, en cifras, enorme". "No obstante, ese carácter excéntrico no tiene por qué afectar a la calidad de la alta poesía taurina; porque la atracción del poeta espectador hacia el universo taurino seguirá siendo una constante".
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