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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

miércoles, 15 de mayo de 2013

Quinta. La del Puerto de San Lorenzo. Tela, tela, tela... y agua / Por José Ramón Márquez


El dios de la lluvia llora sobre Madrid

"...Lo de las varas del día de hoy puede decirse que era una innecesaria formalidad, pues prácticamente no se picó. Picotazos tímidamente señalados se llevaron todos..."

José Ramón Márquez

Todo llega, inexorablemente, y también la clásica corrida del Puerto de San Lorenzo, Puerto de San Barquero, que es quien mejor explica los tiquismiquis de esta ganadería y sus adyacentes que, si nadie lo remedia, irán cayendo sobre Las Ventas de manera inexorable, cual plaga bíblica de langosta que devora la casta, la bravura y el pudor. Puerto de la Calderilla, que cuentan las consejas que el nombre viene de que la finca se compró con una talega llena de dinero, en donde se alberga la calderilla de los lisarnasios y los atasardios, del galimatías ganadero que se urde para no poner en claro la franca realidad de la falta de fuerzas y del descaste galopante de El Puerto de San Lorenzo.

Hoy la báscula pesatoros, en el caso de que realmente exista y los pesos no se den a ojo de buen cubero, estaba también regulada para ofrecer los pesos de los jatos en el planeta Neptuno. Deberían poner en la tablilla los pesos neptunianos y al lado los de la Tierra, porque hay muchas personas que se lían con la conversión. El elemento táurico más deleznable de los de hoy fue el segundo, Caratuerta, número 56, 576 kilos en Neptuno, que se corresponden con 484 en la Tierra, que no podía ni con la penca del rabo y que, pese a no haber sido apenas picado, se pegó unos planchazos por el suelo que daba cosa verle cómo derrapaba. En general resultaron más asquerosos los tres primeros del encierro, siendo los tres últimos bastante similares, pero con un poquillo más de mala baba, como cuando un nene se enfurruña.
La cosa de las lenguas estuvo también a la orden del día: el primero sacó la lengua al inicio de la segunda serie, el segundo en banderillas, el tercero y el cuarto mientras se producía el brindis, el quinto en el primer par de banderillas y el sexto durante la primera serie de muleta. Se conoce que vinieron ya cansados desde Salamanca o que acaso la genética atasardiana empuje al animal a exhibir con prontitud ese órgano muscular, único músculo del que podían alardear los malhadados.

Lo de las varas del día de hoy puede decirse que era una innecesaria formalidad, pues prácticamente no se picó. Picotazos tímidamente señalados se llevaron todos. El premio Nobel del castoreño hoy es para Rafael Campos «Carioca», que daba pena verle montado en el penco a merced del caballo, que el penco iba donde y como le daba la gana.

Los toreros que tuvieron la gran idea de anunciarse con las seis prendas fueron El Cid, Luque y Alberto López Simón, que confirmaba.

El Cid no es ni la sombra de El Cid. El Cid sigue llevando la mejor cuadrilla que hay en la actualidad y esa cuadrilla hizo, con la inteligencia de Alcalareño y la rapidez de Boni y de Pirri, que el baldado de Caratuerta, en vez de retornar al chiquero a que D. José Luis Olmos Ayuso le diese con la pistola aturdidora ecológica, permaneciese en el ruedo demostrando su inadecuación para la lidia y para su presencia en una Plaza medio seria. El desplome del animal arrastró en su caída a Manuel Jesús. Lo mató, sin esperar a que estuviese bien igualado, de una estocada entera, tendida y algo trasera. 
En su segundo, una especie de corza llamado Argerón, número 148, por momentos trató El Cid de hacer el toreo suyo, pero el toreo de El Cid precisa de compromiso y de verdad y eso no se consigue toreando por las afueras y sin ponerse en posición de torear. Mandó en el toro con mano firme, templó y fue sorprendido por el bicho al inicio de cada serie, pues el animal se le venía motu-proprio. Lo despenó de un pinchazo sin soltar quedándose en la cara y una estocada trasera echándose fuera. Ni sombra de aquel Cid salvo en el uso del estoque.

Con Luque me pasa como con Manuel Caballero, que es el torero que más veces he visto sin haber ido nunca a verle expresamente a él. A Luque le he visto hasta en Navalcarnero y un día su bondadoso padre me invitó a un café. Le he visto un puñado gordo de veces y, quitando unas verónicas en San Miguel en Sevilla hace dos o tres de años, no he visto jamás nada en Luque que justifique su presencia constante en los carteles. La crítica seria le llama «Daniel de Gerena», y eso nos lleva a rememorar al pésimo cantaor Manuel Gerena, paisano de este Daniel que hoy dictó su enésima clase de lo mismo, empezando por ese pedazo de telón del Teatro Real que lleva por Capote y finalizando por esa muleta descomunal que porta. Hizo diversos episodios de la «faena» en diversos tendidos de la Plaza y hasta hubo quienes le aplaudieron un poco, para que luego digan que la Plaza de Madrid es agria. 
Al segundo le hizo exactamente lo mismo con la diferencia de que el toro tenía su pizca de mala baba y de que el torero, a causa de la lluvia, se vio obligado a utilizar tres muletas durante su actuación. A su primero lo mandó a la otra vida de un pinchazo quedándose en la cara del toro y una estocada de zambullón entera y colocada en el justo centro del animal entre la cabeza y el rabo; al segundo le liquidó de una estocada baja ejecutada a capón.

López Simón andaba muy despacito, muy parsimonioso, como un seminarista. Se colocó en su sitio, frente al 10 y citó para dar el Celeste Imperio. El toro se abalanzó sobre él y le pegó un fortísimo tantarantán sin hacer ni caso de la muleta. Cuando se levantó, acaso a resultas del trompazo, ya andaba como una persona normal. Inmediatamente se fue al platillo y allí, de rodillas, le dio al toro una serie vibrante y de emoción por la que recibió justas palmas. Luego ya la cosa se torció porque López Simón se puso a dar pases sin ton ni son, sin defender un concepto, una idea, una tauromaquia, sólo dar pases por darlos, unos con barba (San José) y otros sin ella (la Purísima) una ensalá de pases que no servían para nada y que no obedecían a fin alguno, unos limpios y otros enganchados. Vale esto para ambos toros, con la diferencia de que en el segundo no se puso de rodillas. Lo de matar lo hace fatal. Se queda en la cara del toro sin «hacer la cruz», que decían nuestros abuelos, y así es harto difícil matar. Al primero le pegó un pinchazo sin soltar, tres soltando el estoque, uno cuarteando y finalmente una estocada desprendida cuarteando; a su segundo le bastó con un pinchazo hondo y desprendido quedándose en la cara, otro pinchazo y una estocada trasera quedándose en la cara.

La última gran faena que hizo El Cid en Madrid fue a un Victorino en 2008. Ahí toreó dando distancia al animal, esperándole con la muleta adelantada, templando sin permitir que el toro tocase el engaño y ganando un paso tras cada pase; y eso, además, lo hizo con un toro impresionante, bravo y agresivo. Ese es el listón de El Cid y sólo a eso debe tender. O a eso o al bien merecido descanso.
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