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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 24 de septiembre de 2019

Yo vi torear a Curro Díaz en Munera / por Pla Ventura




 Curro Díaz se marchó feliz, no por las tres orejas que nada le aportarán, pero sí con la convicción de que de sus manos y sentidos brotó la obra soñada.

Yo vi torear a Curro Díaz en Munera

El milagro del arte puede surgir en cualquier plaza puesto que éste no pregunta por el lugar. Y eso ocurrió  el pasado domingo en Munera, un pueblo de la provincia de Albacete en que, Curro Díaz llevó a cabo una faena memorable, sublime y mágica puesto que, un toro de Las Monjas así se lo permitió.

El problema de los pueblos es que se equipara todo por igual. Lo digo porque ante el hecho de que salieran a hombros Curro Díaz y Toñete, ambos con los mismos trofeos conseguidos, me parece un agravio comparativo al toreo en sí. Mientras que Toñete, el chaval, vendiendo su sonrisa permanente y habiendo matado con prontitud, le dieron las tres orejas que cortó, el engaño no pudo ser mayor porque, repito, si lo comparamos con lo que hizo Curro Díaz, Toñete debería de haber salido por la puerta de arrastre, pero andando, con dignidad, pero nada de triunfos.

Como diría Toni Nadal, con la poca exigencia que tiene Toñete consigo mismo y con los que le rodean, esos triunfos son ficticios y nada bueno le reportarán. Sin con tan poco bagaje de exigencia quieren llegar alto, lo tienen muy difícil. Allí estaba don Antonio Catalán gozando del “éxito” de su hijo, como Manolo Sánchez que, en calidad de “entrenador” del chico y defendiendo el jornal que le pagan, todos disfrutaban felices con el triunfo del chiquillo. Contentos, pero equivocados. Eso sí, ¿quién es el valiente que le dice a Toñete que Dios no lo ha llamado por el camino del toreo? Joaquín Galdós estuvo animoso y le dieron dos orejas en su primero, pero tampoco dejó ninguna huella en dicha plaza. En su segundo se produjo un corte con su misma espada en el pie y tuvo que ser atendido en la enfermería.

Hecha la aclaración, debemos de centrarnos en lo que en realidad alumbró la tarde de Munera, la mágica faena de Curro Díaz que, repito, quiso el destino que fuera en dicha plaza y que, por fin, tras tantas tardes, un toro quisiera colaborar con la causa artística del diestro de Linares que, en la temporada actual, como se sabe, estaba gafado con los sorteos. Al parecer, ni el destino le perdonaba su triunfo en Madrid ante un toro de Ibán que, sin duda, vivirá siempre en nuestro recuerdo.

Siempre se ha dicho que Curro Díaz es un torero de inicios de faenas y de culminación de las mismas por todo lo grande; es decir, tanto cuando empieza como cuando acaba, la dicha no puede ser mayor pero, en muchas ocasiones, por culpa de los toros, éstos le impedían que la faena, en su parte central, se desarrollara como en verdad Curro Díaz sabe. El toro tiene mucho que decir, nada más cierto y si éste se niega por muy artista que sea un diestro todo resulta en vano.

Es cierto que Curro Díaz había estado muy firme en su primero en el que ya había esculpido algún que otro muletazo para el recuerdo pese a las malas condiciones de su enemigo. Pero salió su segundo que, nada más verlo, Curro Díaz se ilusionó por completo; es más, el semblante de sus ojos denotaba que podía haber faena grande y, la hubo. Se juntaron un toro colaborador y un artista consumado para que, como antes decía, el milagro del arte en el toreo se hiciera en realidad en una plaza humilde pero que, los allí presentes –como los cientos de miles que lo vieron por televisión- nos llevamos un recuerdo memorable porque, un torero, artista desde que su madre lo parió, nos mostró una faena de ensueño que, describirla es imposible. Invito a los que no la vieron que sueñen con una faena idílica y, en dicho sueño encontrarán la razón del arte.

De pronto, cuando el diestro estaba creando su obra inmaculada, desde el tendido, una voz de mujer estaba cantando por bulerías en honor a Curro Díaz que, por supuesto, paró la faena un momento para que escucháramos aquella voz singular que, como digo, rendía culto al arte del diestro. Un momento muy emotivo por lo inusual. Son sensaciones inexplicables pero que, como pasó en Munera, surgen cuando aparece el arte. A Toñete no le cantó nadie.

Concluida la faena con esos ayudados por bajo tan bellos como nos tiene acostumbrados Curro Díaz, con ese aire tan peculiar, con esa magia que rara vez aparece en una plaza de toros, el diestro enterró el estoque hasta la empuñadura para que le dieran dos orejas de cualquier plaza de España.

 Curro Díaz se marchó feliz, no por las tres orejas que nada le aportarán, pero sí con la convicción de que de sus manos y sentidos brotó la obra soñada.

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